Miguel Hernández: Un Viaje Poético a Través de la Vida, el Amor y la Muerte
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Vida, Amor y Muerte en la Poesía de Miguel Hernández
Toda la creación poética de Miguel Hernández gira en torno a los tres grandes asuntos que todo lo determinan y que, por otro lado, son los tres temas de la poesía de siempre. Así los resume el poeta en su célebre poema: [14].
Las tres «heridas» hernandianas están estrechamente relacionadas con sus circunstancias personales, que se reflejan en su obra. Las primeras composiciones y Perito en lunas (1933) se caracterizan por un optimismo natural y un vitalismo despreocupado, y aunque en ocasiones transmiten cierta melancolía, esta no sobrepasa la hermética y brillante envoltura literaria anclada en el gongorismo. Todavía no se hacen sentir las «heridas» en su sentido trágico.
En El rayo que no cesa (1936), se nos muestra el amor y la vida como causas inevitables de sufrimiento. Los modelos clásicos del amor de Garcilaso y Quevedo, así como las vanguardistas de Aleixandre, Cernuda o Guillén quedan asumidos y autentificados con la experiencia personal de Miguel Hernández, a través de las relaciones con Josefina Manresa, Maruja Mallo y María Cegarra. El amor se identifica con la herida, el dolor y, de alguna forma, con la muerte, por medio de instrumentos cortantes y punzantes tales como el rayo, el cuchillo, la espada, la estalactita… Cabe mencionar también la «Elegía» dedicada a Ramón Sijé, que es un clamor agónico, rabioso e impotente contra la muerte. El poema «Umbrío por la pena» es el que mejor refleja la concepción de la vida del poeta en aquel momento: [4].
El rasgo principal de Viento del pueblo (1937), poemario escrito al comienzo de la guerra civil, es su tono épico y combativo. En él se nos muestra la muerte como un sacrificio de la vida necesario para conseguir la libertad [8] y es, por tanto, un motivo de gloria para los héroes anónimos: [7]. El tema del amor se funde con el mensaje político-social: por un lado tenemos el amor hacia el pueblo oprimido y, por otro, el del soldado hacia la esposa y el hijo esperado: [8]. La «Canción del esposo soldado» es un canto de amor, encendido por la pasión erótica, en el que encontramos vestigios del «amor más allá de la muerte» de Quevedo.
A medida que avanza la contienda, se pierde la esperanza de la victoria. Los poemas de El hombre acecha (1939) se tiñen de tristeza y de dolor, desaparece el entusiasmo. El poeta inicia un camino hacia la introspección y el intimismo del que ya no saldrá. Ahora, la muerte es un espectáculo de horror, cruel y sangriento; es «El tren de los heridos»: [11]. Ya no hay héroes, sino víctimas. El amor es la única esperanza entre la barbarie de la guerra, por eso el soldado espera con tanta ansia las cartas de su amada: [10].
Miguel Hernández
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Finalmente, cuando acaba la guerra, llega la cárcel, la enfermedad y la soledad. Con el Cancionero y romancero de ausencias (1938-41) Miguel Hernández alcanza la madurez poética con una poesía desnuda. Sus versos están marcados por la privación, la ausencia de los seres queridos, la inminencia de la muerte y la pérdida de su hijo: [13]. El amor ya no guarda nada de culpa, y aunque se ve frustrado, el poeta encuentra en él una fuerza redentora: el amor encarnado en el hijo se convierte en el motor de la vida y del mundo: [15]. Además, va de la mano de la libertad, porque no se puede encarcelar los sentimientos, como dice en «Antes del odio»: [19].
De este modo, Miguel Hernández concluye el ciclo de su poesía, uniendo de una forma muy personal las tres «heridas» que lo acompañaron en su corta vida.