Miguel Delibes: Un novelista que atravesó el siglo XX
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Un novelista atraviesa el siglo
Miguel Delibes nació en Valladolid en 1920. Su gran pasión fue la caza y la naturaleza. Delibes tiene una visión crítica de la realidad muy personal: es un observador de la realidad circunstante, un moralista desencantado y entristecido que quisiera un mundo mejor y más humano. Desarrolla una perspectiva analítica de la realidad y la presenta mediante tipos solitarios y desvalidos, situados en un marco social duro. Sus escritos están llenos de noticias que documentan la pobreza, la marginación social, la emigración obligada... Lo que pasa es que ese testimonio está amortiguado por el amor del autor a su tierra y por una ternura frecuente.
Para Delibes, la Naturaleza es un valor capital de la vida, pero la idealización rural no implica ni evasión ni conformismo absolutos. Su inquietud por la cultura del “campo” no puede disociarse de la preocupación castellanista.
Otro rasgo común a toda su obra es su recreación y su actitud de recuperación de un castellano rico, exacto, coloquial y jugoso. La palabra nombra el mundo y lo recrea. Pero es una palabra de una limpieza y sencillez muy expresivas. Su lengua literaria busca la sencillez y la claridad en un relato bien contado, y lo hace con un vocabulario muy rico en el que encontramos las palabras propias de los ámbitos, rurales o ciudadanos; también aparecen los distintos registros del lenguaje, desde el culto al coloquial, familiar e incluso vulgar y fragmentario de los personajes analfabetos o deficientes.
La evolución novelística
La evolución novelística de Delibes comienza con La sombra del ciprés es alargada (1948), una novela confesional, donde presenta el angustioso sentimiento de la muerte que aflige a un muchacho. Nuevos títulos se van sumando durante diez años. Se inclinan, primero, hacia un fuerte subjetivismo, y se decantan, después, por una mirada más objetivista o distanciada de la realidad, siempre ese mundo castellano tan suyo. Por eso han distinguido dos fases en esa etapa inicial en la que se suceden Aún es de día (1949), Mi idolatrado hijo Sisí (1953), Diario de un cazador (1955), Diario de un emigrante (1958) y La hoja roja (1959). Hay cierta desesperanza antropológica en estas dos novelas: El camino (1950) y en Las ratas (1962).
Mediados los sesenta, nos encontramos en una segunda fase de la trayectoria del escritor. Ahora, la literatura se formula con una voluntad social clara y expresa. Esto sucede en Cinco horas con Mario (1966).
La denuncia del despotismo del poder y de la alienación contemporánea las lleva a cabo en Parábola del náufrago (1969) mediante extremadas técnicas vanguardistas que juegan incluso con los signos de puntuación. Y, sobre todo, Delibes muestra cómo la tensión creadora, estilística y constructiva constituyen para él una exigencia en Los santos inocentes (1981). Aquí el testimonio, un implacable drama rural que contrapone señores feudales y siervos, opresores y oprimidos, alcanza una cumbre de emocionante y conmovedora grandeza. También tiene otras obras de configuración más tradicional: El príncipe destronado (1973), Las guerras de nuestros antepasados (1975), El disputado voto del señor Cayo (1978), Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso (1983) o El tesoro (1985).
En El último coto (1992) o He dicho (1996) asume Delibes un aire terminal, y trasmite la impresión de un mundo declinante, que se acaba. En 1998 publicó una vasta novela histórica, El hereje, profusamente documentada y ambientada en el Valladolid del siglo XVI. Esta novela, de medio millar de páginas, responde a las constantes del autor: un hombre, Cipriano Salcedo; una pasión, la de ajustar sus principios a su conducta; y un paisaje, el de Valladolid del Quinientos, cerrado y dogmático.