El Método de Descartes: Un Camino hacia la Certeza
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El Método de Descartes
Las Reglas del Método
- Primer precepto: Evidencia
- Segundo precepto: Análisis
- Tercer precepto: Síntesis
- Cuarto precepto: Revisión
Los Motivos de Duda
- Primera duda: Los sentidos
- Segunda duda: El geniecillo maligno
- Tercera duda: La imposibilidad de distinguir la vigilia del sueño
La Primera Certeza: El Cogito
Las Pruebas de la Existencia de Dios
- Primera prueba: La imposibilidad de ser nuestro propio creador
- Segunda prueba: La idea de perfección
- Tercera prueba: La naturaleza de Dios
El Criterio de Verdad
La Razón y los Sentidos
Conclusión
final, donde Descartes se da cuenta que, tras dudar, necesita pensar, y, por lo tanto, existir. - La primera duda, los sentidos: ‘(…) nuestros sentidos en algunas ocasiones nos inducen al error, (…)’. En este caso hace referencia al hecho de que no podemos tomar como criterio de verdad a los sentidos ya que, en ocasiones, nos engañan haciéndonos pensar que algo es tal y como nos la hacen imaginar, siendo en realidad falso. Esto hace que Descartes vea a los sentidos como una falacia. - La segunda duda, el geniecillo maligno: ‘(…) existen hombres que se equivocan al razonar (…) materias de la geometría’. En este caso, y aunque no hace referencia en este libro sino en Meditaciones metafísicas, afirma la existencia de algo, a lo que llama Geniecillo Maligno, que nos puede estar haciéndonos creer que un enunciado matemático es verdadero cuando en realidad no es así. - La tercera duda, la imposibilidad de distinguir la vigilia del sueño. ‘(…) los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos pueden asaltarnos cuando dormimos, sin que (…) sean verdaderos’. En este caso hace referencia al hecho de que sería imposible adoptar como verdadera la existencia de objetos distintos de nosotros, ya que podríamos estar soñando, y en este supuesto, estos objetos no serían reales. Y por lo tanto, ante que nos es imposible distinguir la vigilia del sueño, no podríamos afirmar la existencia de nada; pero… - La primera certeza. ‘Pero, inmediatamente después me di cuenta de que mientras deseaba pensar que todo era falso, era necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa’. Descartes, tras aplicar la primera regla de su método, intuye el enunciado ‘pienso, luego existo’, entendiendo pienso no como la acción de reflexionar, sino como el conjunto de todos los procesos mentales. Descartes asegura que esta idea supera cualquiera de los tres motivos de duda, pues es imposible dudar que no existamos como cosa que piensa, ya que, al hacerlo, ya estaríamos pensando. Además, se trata de una proposición tan clara y distinta que permite usarla como criterio de verdad, pues todo enunciado que percibamos con tal claridad y distinción, será cierto. Un aspecto bastante importante es que Descartes utiliza la palabra ‘yo’ refiriéndose al DESCARTES 5 - La segunda prueba, nos hubiéramos hecho perfectos. ‘(…) si hubiese existido solo y con independencia (…) hubiese tenido por mí mismo todo lo poco que participaba del ser perfecto (…) y tener por mí mismo cuanto sabía que me faltaba. (…) y de esta forma, ser infinito, eterno, inmutable, omnisciente, todopoderoso y, en fin, que poseyera todas las perfecciones que se dan en Dios.’ En este caso se trata de la segunda prueba para afirmar la existencia de Dios. En ella Descartes afirma que tenemos ideas de perfecciones con las que no contamos, por ejemplo, eternidad. Por lo tanto, si hubiéramos sido nuestros propios creadores, ¿no nos hubiéramos incluido estas perfecciones, cuyas ideas sí tengo? Como es evidente que no tenemos estas perfecciones, debemos concluir que nuestra existencia se debe a otro que, efectivamente, sí tiene estas perfecciones: Dios. - La tercera prueba, la propia naturaleza de Dios. ‘(…) estaba seguro de que ninguna de aquellas ideas que indican imperfección estaban en él –Dios-, pero sí todas las otras. De este modo me percataba de que la duda, la inconstancia, la tristeza y cosas semejantes no pueden estar en Dios, pues que a mí mismo me hubiese complacido en alto grado al verme libre de ellas –es decir, si yo quiero deshacerme de esas imperfecciones, imagínate Dios, que sería capaz de hacerlo- (…) toda composición indica dependencia y que ésta es manifiestamente un defecto (…). Se trata de la última prueba acerca de la existencia de Dios, en la que Descartes asegura que no Dios no poseería ninguna imperfección ya que, si yo quiero evitarla, con más razón lo hará Él, que sí puede evitarlas pues en su propia naturaleza está la de ser entendido como ser infinito, es decir, sin ninguna limitación. De esto deducimos la afirmación de que tampoco está compuesto de cuerpo y alma, pues entonces sería dependiente, y, por lo tanto, imperfecto. (…) Estimaba correcto que, suponiendo un triángulo, entonces era preciso que sus tres ángulos fuesen iguales a dos rectos (…) pero no me aseguraba que existiese triángulo alguno en el mundo. Sin embargo, examinando de nuevo la idea que tenía de un Ser Perfecto, encontraba que la existencia estaba comprendida en la misma de igual forma que en la del triángulo está comprendida la de sus tres ángulos sean iguales a dos rectos. (…) En consecuencia, es por lo menos tan cierto que Dios, el Ser Perfecto, es o existe (…) En este caso da otro punto de vista para reiterar el párrafo anterior, pues por la propia definición de Dios viene dado el hecho de que se trata de un Ser Perfecto. Y, por lo tanto, esta cualidad de perfección se aplica a todas las áreas que podríamos llegar a pensar, también en la existencia; pues, si no existiera, ya no sería perfecto, pues sí habría seres que existieran. En este fragmento Descartes hace referencia, en un primer lugar, al hecho de distinguir dos tipos de certezas: la moral (creencias) y la metafísica (saberes); además, luego se refiere al hecho de que incluso el criterio de verdad depende de la existencia de Dios: (…) En fin, si aún hay hombres que no están suficientemente persuadidos de la existencia de Dios (…) deseo que sepan que todas las otras cosas, sobre las cuales piensan estar seguros, como de tener un cuerpo (…) son menos ciertas. Pues, aunque se tenga una seguridad moral de la existencia de tales cosas, que es tal que, a no ser que se peque de extravagancia, no se puede dudar de las mismas, sin embargo, a no ser que se peque de falta de razón, cuando se trata de una certeza metafísica, no se puede negar que sea razón suficiente para no estar enteramente seguro (…). En este fragmento Descartes distingue dos aspectos: las ‘certezas morales’, que son aquellas de las cuales no podremos dudar de su existencia a no ser que pequemos de extravagancia (por ejemplo, la existencia del mundo); y las ‘certezas metafísicas’, que son aquellas por las cuales no se puede negar de ninguna de las maneras a no ser que nos falte razón (por ejemplo, la existencia de Dios). DESCARTES 6 (…) Nuestras ideas, siendo seres reales, que provienen de Dios, en todo aquello en lo que son claras y distintas, no pueden ser sino verdaderas. De modo que, si bien frecuentemente poseemos algunas que encierran falsedad, esto no puede provenir sino de aquellas en la que algo es confuso y oscuro. (…) Es evidente que no existe una repugnancia menor en defender que la falsedad o la imperfección, en tanto que tal, procedan de Dios (…). En este caso, afirma que incluso el propio criterio de certeza que dedujo Descartes: afirmar como verdadero aquello que distingamos tan clara y distintamente como ‘yo, que pienso, existo’. Ya que, si no fuera por la existencia de Dios, podría existir un Geniecillo que nos hiciera percibir claro y distinto aquello que en realidad es falso. Dios también podría hacer uso de este engaño del Geniecillo y hacernos creer lo que no es; sin embargo, el engaño no es muestra de perfección, y Dios lo es. En el último de los fragmentos posibles, Descartes afirma que no nos podremos fiar de nuestros sentidos, pues nos engañan; sin embargo, sí nos podemos fiar de la razón: (…) Después de que el conocimiento de Dios y el alma nos han convencido de la certeza de esta regla – refiriéndose al fragmento explicado anteriormente- (…) Los sentidos exteriores (…) pueden inducirnos al error frecuénteme sin que durmamos, como sucede a aquellos que padecen ictericia (…) o cuando los astros demasiado alejados nos parecen de tamaño mucho menor del que en realidad poseen. Pues, bien estemos en estado de vigilia o bien durmamos, jamás debemos dejarnos persuadir sino por la evidencia de nuestra razón. (…) Todas nuestras ideas o nociones deben tener algún fundamento de verdad, pues no sería posible que Dios, que es sumamente perfecto y veraz, las haya puesto en nosotros careciendo del mismo. Descartes afirma en este fragmento que el criterio de verdad es válido siempre y supera los motivos. Si tenemos una idea clara y distinta, será verdadera, estemos dormidos o despiertos; sin embargo, la clave está en no hacer caso más que a la razón, pues incluso los sentidos son capaces de engañarnos aun estando despiertos, haciéndonos parecer algo de una manera en la que no es. Y puesto que nuestros razonamientos no son jamás tan evidentes durante el sueño como durante la vigilia (…) la razón nos dicta que a razón de que no todos nuestros pensamientos ser todos verdaderos, ya que nosotros no somos omniperfectos, lo que existe de verdad debe encontrarse infaliblemente en aquellos que tenemos estando despiertos más bien que en los que tenemos mientras soñamos. En esta última parte, Descartes afirma que sólo la razón decide cuando debemos de hacer caso a las evidencias. Esta será la que dictamine que cualquier información que obtengamos, independientemente si es de la imaginación o de los sentidos, si se trata de verdadera o no. Y a raíz de esta facultad de la razón, esta también nos indica que deberemos apreciar más la información obtenida mientras que estamos despiertos que mientras dormimos, pues encontraremos en los primeros más verdad que en los segundos