El marisco, Shakespeare y la cirugía moderna en Edimburgo
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El Marisco en Madrid
La vista del espléndido muestrario de mariscos en los mercados, bares y restaurantes de Madrid sorprende a sus visitantes, y ver cómo los españoles consumen este manjar es aún una mayor sorpresa. ¿Por qué? En primer lugar, porque Madrid es una ciudad del interior, a una distancia de entre 350 y más de 600 kilómetros de las costas, donde se encuentra el marisco, producto altamente perecedero. En segundo lugar, los precios del marisco son tan elevados que lo convierten en algo excepcional en la mayoría de los países.
A lo largo de todas las costas españolas se encuentra una gran variedad de especies de mariscos, destacando Galicia como el hogar de este producto. Hay muchas razones por las que el marisco es tan caro, entre ellas los peligros que encierra su captura. Cualquiera que tenga dudas acerca de ello, cambiará rápidamente de opinión después de pasar una o dos horas viendo a un par de gallegos pescando percebes.
Vestidos con trajes isotérmicos y colgando de una gruesa soga, uno de los percebeiros desciende por las abruptas rocas de la formidable costa gallega, mientras el otro sujeta la soga firmemente. Esperando que una ola azote las rocas con la potencia de miles de kilómetros de viento atlántico tras ella, el primer percebeiro se apresura a bajar al nivel del agua, mientras la ola se retira de la costa. Cortando rápidamente un racimo de percebes, se retira a toda prisa acantilado arriba antes de que otra imponente ola se estrelle con estruendo contra las rocas, precisamente donde él había recogido los percebes. Con perfecta sincronía, el percebeiro repite esta acción una y otra vez hasta que consigue una cantidad considerable de percebes.
Cocidos en agua hirviendo con mucha sal, este es probablemente el más sabroso de los mariscos. "Ah, sí, pero ¿y qué hay del precio?" "No hay problema, ¡hoy es jueves y esta noche es noche de lotería!"
Shakespeare
"To be or not to be... To die, to sleep; to sleep, perchance to dream" ("Ser o no ser... Morir, dormir; dormir, tal vez soñar"). Estas famosas palabras de Hamlet son probablemente las más conocidas de la obra de Shakespeare.
Shakespeare nació en Stratford-upon-Avon en 1564 y podría haber vivido allí toda su vida. Afortunadamente para la literatura inglesa, o bien tuvo que abandonar Stratford debido a alguna disputa o simplemente sintió la necesidad de irse a Londres y escribir. Cuando llegó a Londres, se puso en contacto con otros escritores y actores. A Shakespeare le gustaba representar papeles teatrales y parece ser que al principio empezó actuando en obras de teatro ya existentes y luego continuó escribiendo él mismo nuevas obras teatrales.
En poco tiempo, consiguió convertirse en el dramaturgo más famoso de Londres y su grupo teatral, "The King's Men", fue pronto invitado a dar una representación en la corte real. Shakespeare murió en 1616, el mismo año que Cervantes, pero sus obras han seguido atrayendo tanto a jóvenes como a mayores desde entonces. Nadie deja la escuela en países de habla inglesa sin haber aprendido a recitar largos fragmentos de su obra, y en la mayoría de las escuelas, universidades y organizaciones literarias locales hay asociaciones teatrales que se reúnen todos los años para poner en escena alguna obra teatral de Shakespeare. En los escenarios mundiales ha habido representaciones memorables de sus obras en las más variadas culturas, desde Moscú a Buenos Aires, desde países africanos hasta Tokio o Pekín.
¿Y qué es lo que hace a Shakespeare tan atractivo para culturas, épocas y gentes de tan diversa índole? Tal vez sean los personajes que fue capaz de crear, o las pasiones y sentimientos humanos que supo describir tan vívidamente, o el uso magistral del lenguaje, o puede que sea la combinación de todo ello. Sea cual sea la respuesta, miles, quizás millones de personas vayan a ver la representación de alguna obra de Shakespeare este año, el que viene y los venideros, 400 años después de que fueran escritas.
Edimburgo y los Primeros Pasos de la Cirugía Moderna
Si por casualidad te encuentras en Edimburgo, no olvides visitar Surgeon's Square. Desde que la reina Mary de Escocia otorgó a los cirujanos un privilegio especial en 1567, los cirujanos de Edimburgo han contribuido a sentar las bases de la cirugía moderna. Muchos de los cirujanos que continuaron desarrollando la ciencia durante siglos han sido olvidados, pero otros son nombres famosos de la historia de la cirugía.
Entre los más famosos se encuentra James Syme, catedrático de cirugía desde 1833 hasta 1869. Sus métodos para operar eran tan drásticos y rápidos que sus colegas terminaron llamándole "el Napoleón de la cirugía". Una de las principales características de los cirujanos de aquel tiempo era su fortaleza física. No existía la anestesia y los cirujanos tenían que hacer su trabajo con extremada rapidez para operar e impedir que el paciente muriera desangrado en cuestión de minutos o segundos.
Estas operaciones eran, no obstante, horribles desde el punto de vista del paciente, como lo atestigua el siguiente resumen de un impresionante documento de 1811:
"El paciente que estaba a la espera de ser operado parecía un criminal esperando su ejecución. Primero, no podía evitar contar los días que faltaban para la operación. Cuando llegaba el día, contaba las horas y luego los minutos hasta que llegaba el momento fatídico. Podía oír llegar el carruaje del cirujano y cómo se abría la puerta. Cuando le veía poner el maletín sobre la mesa, evitaba mirar hacia los temibles instrumentos, aunque no podía evitar oír el ruido que hacían cuando el cirujano los iba extendiendo sobre un paño encima de la mesa. Débil e indefenso, dejaba que los ayudantes del cirujano le ataran fuertemente y le sujetaran. Había llegado el momento de que la cruel hoja del afilado cuchillo penetrara en su carne."
Poco tiempo después, estas terribles escenas empezaron a cambiar. El Dr. Robert Liston, cirujano afamado por ser capaz de amputar una pierna en menos de un minuto, tuvo noticias del uso del éter en América y lo experimentó con éxito. Más tarde, el Dr. James Young Simpson probó con cloroformo. En 1853, la reina Victoria accedió a ser anestesiada durante el parto de su noveno hijo. La era de las operaciones sin dolor quedaba, por fin, firmemente consolidada y la humanidad tiene contraída una gran deuda con hombres como Liston y Simpson y un sinfín de otros, cuyos nombres se han perdido para siempre. Como dice George Eliot en su novela, Middlemarch:
"Pues el creciente bienestar en el mundo depende parcialmente de actos no históricos; y el que las cosas no sean para ti ni para mí tan adversas como podrían haberlo sido, se debe en parte a aquellos que vivieron con fe una vida anónima y descansan en tumbas olvidadas."