Marginalidad Urbana: Comparativa entre Europa y Estados Unidos
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¿Convergencia o Divergencia? La Marginalidad en las Metrópolis Europeas y Estadounidenses
Existe una interrogante fundamental respecto al deterioro de las condiciones y las posibilidades de vida en los “barrios bajos” de las metrópolis del Primer Mundo: ¿Es la aparición de esta nueva marginalidad el signo de una cercanía estructural entre Europa y los Estados Unidos, a imagen de estos últimos? (Cross, 1992; Musterd, 1994; Van Kempen y Marcase, 1998). Es indispensable reformular esta pregunta antes de poder darle una respuesta razonada y empíricamente fundada. Se pueden identificar tres sentidos diferentes para esta cuestión:
1. ¿Norteamericanización de la Exclusión en Europa?
Si por convergencia se entiende la “norteamericanización” en bloque de las formas socioespaciales de exclusión en las ciudades europeas, que conduce a una guetización similar al encierro impuesto a los afroamericanos tras su incorporación a las ciudades industriales a comienzos del siglo XX, entonces la respuesta es claramente negativa. El cambio en las estructuras sociales y espaciales de los márgenes de las metrópolis continentales no ha desencadenado un proceso de guetización. La demostración en el caso de la periferia parisina es válida para otras ciudades de Europa. Los conjuntos residenciales y comerciales fundados sobre la afinidad étnica y la presión económica existen en todas esas ciudades. Los prejuicios, la discriminación por las facciones y los apellidos, y la violencia contra los inmigrantes son también realidades brutas de la vida cotidiana en todos los centros urbanos de Europa. Combinada con su composición de clase popular y con sus elevadas tasas de desempleo, por un lado, y con las políticas estatales en materia de vivienda que han facilitado la huida de las clases medias y de la aristocracia obrera hacia los barrios de chalet y el abandono de los grandes complejos, por el otro, esta discriminación explica la representación desproporcionada de las poblaciones de origen extranjero en los territorios de exilio urbano. La discriminación produce la segregación que a su vez sirve de soporte posible a la guetización como inserción en una red institucional paralela, no son menos diferentes una respecto de la otra (Wacquant, 1997). Si hay una característica distintiva de los barrios de relegación que han aparecido a través del continente europeo tras el estancamiento y posterior retroceso de los mecanismos de reproducción de la clase obrera fordista y sus territorios, es claramente su extrema heterogeneidad étnica, así como su incapacidad institucional para satisfacer las necesidades elementales de sus habitantes y para envolver el circuito de su vida cotidiana, dos propiedades que los convierten en antiguas (Wacquant, 2005).
2. ¿Deterioro y Abandono Institucional?
Si por convergencia entre Europa y Estados Unidos se entienden los ciclos autosostenidos de deterioro de las condiciones de vida, de privación material y de violencia que desembocan en la desertificación espacial y el abandono institucional que se han desencadenado desde hace un tiempo en el viejo continente, la respuesta sigue siendo negativa, pues las zonas europeas de exilio urbano siguen estando penetradas por el Estado. El tipo de “selección” que ha remodelado el rostro de las metrópolis norteamericanas con el objetivo de “economizar” en servicios públicos es inimaginable en el contexto político europeo, donde el control continúa siendo del Estado. La capacidad de los Estados europeos para gobernar los territorios de relegación que ellos mismos han diseñado, como consecuencia de sus políticas económicas, sociales y urbanas, se encuentran bajo una dura prueba y podría mostrarse insuficiente si sigue sin detenerse la tendencias recientes que van en el sentido de una concentración espacial del desempleo de larga duración.
3. ¿Divisiones Etnorraciales en Europa?
La noción de “norteamericanización” puede servir para destacar la creciente importancia de las divisiones y tensiones etnorraciales en las metrópolis europeas. En este caso, la respuesta es un sí parcial y provisorio. La pertinencia de la etnicidad en la experiencia urbana no implica de manera automática que esté en curso un proceso de “racialización” objetiva del espacio ni que las sociedades del Viejo Mundo (Europa) asistan a la formación de “minorías” en el seno de comunidades movilizadas y reconocidas como tales en la esfera pública. En efecto, un proceso de etnogénesis surge de luchas internas en el campo político: no son los barrios los que segregan a las minorías, sino el Estado con su trabajo de nominación oficial y clasificación eficiente, y las fuerzas que se enfrentan en el campo burocrático para modificar su acción. Los conflictos de dimensión étnica no son un fenómeno nuevo en las ciudades europeas: han conocido altos y bajos a lo largo del siglo XX, en relación con:
- a) Las luchas entre el Estado central y las culturas regionales.
- b) Las corrientes de migración internas y externas.
- c) Los ciclos de movilización de clase en los periodos de rápida reestructuración económica y social.
Lo anterior significa que no hay nada allí de “norteamericanización”. A la inversa del escenario estadounidense, las divisiones y tensiones de carácter étnico o “racial” en las metrópolis del Viejo Mundo son alimentadas no por la ampliación de la brecha que separa a inmigrantes de nacionales, sino por su proximidad creciente en el espacio social y físico. Más que una conversión ideológica a un registro racista que marcaría una ruptura histórica en el proceso de formación de los colectivos en el continente, el exclusivismo etnonacional es en principio una reacción “nativista” (teoría filosófica que afirma la existencia en los seres humanos de ideas o estructuras mentales previas a la experiencia) a la movilidad descendente, individual y colectiva, que han conocido las familias de la clase obrera autóctona. La “mundialización de raza” se esparce y comentada por todo el planeta el discurso estadounidense, sobre la división racial con la revelación universal de esa fractura en la objetividad de las estructuras sociales y mentales, la pertinencia y el peso creciente de la etnicidad en el discurso público europeo dan cuenta tanto de una política de clase “chauvinista” (también conocido coloquialmente como patrioterismo, es la creencia narcisista de que lo propio del país o región al que uno pertenece es lo mejor en cualquier aspecto) como de una política de la identidad.