El Manifiesto de Sieyès: El Tercer Estado como Nación y Motor de la Revolución Francesa

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Este documento surge en medio de la crisis final del Antiguo Régimen en Francia, cuando el rey Luis XVI se vio obligado a reunir a las tres órdenes del reino (clero, nobleza y Estado Llano) para buscar soluciones a la bancarrota del Estado. En esa coyuntura, Sieyès se erige en portavoz del Tercer Estado (el Estado Llano, que incluye a la burguesía, campesinos y la inmensa mayoría de la población) y cuestiona el fundamento mismo de la sociedad estamental.

La Nación según Sieyès: El Tercer Estado es «Todo»

Sieyès resume la posición subordinada en que el Antiguo Régimen mantenía al Tercer Estado y su aspiración a tener un papel político acorde a su peso real en la nación. En la sociedad estamental del siglo XVIII, solo la minoría privilegiada (nobleza y alto clero) gozaba de acceso al poder y a privilegios económicos y jurídicos, mientras que el Tercer Estado —sustento económico de la nación— carecía de influencia política y estaba sujeto a cargas como impuestos y rentas feudales. Sieyès denuncia esta situación afirmando que el Tercer Estado por sí solo constituye la nación francesa, una «nación completa» que no necesita a los estamentos privilegiados. En otras palabras, para Sieyès la nación no son el rey ni la nobleza, sino el conjunto de individuos comunes que trabajan y contribuyen a la sociedad.

Rechazo a los Privilegios y Abolición Feudal

Esta idea desafía frontalmente el orden del Antiguo Régimen y anuncia el fin de la sociedad estamental. Al proclamar que el Tercer Estado es «todo» y que los privilegiados no aportan nada esencial, Sieyès rechaza la justificación tradicional de los privilegios de nacimiento. Según él, las distinciones estamentales carecen de legitimidad: los nobles y el clero, lejos de cumplir un papel productivo en la sociedad, viven a expensas del trabajo ajeno. El autor incluso sugiere que, si se eliminara el orden privilegiado, la nación no solo no perdería nada, sino que prosperaría aún más. Esta afirmación conlleva un rechazo absoluto a los privilegios heredados y, por extensión, cuestiona las cargas feudales. Si el Tercer Estado es la fuente de la riqueza y el sostén de la nación, gravarlo con rentas feudales para beneficio de una casta ociosa resulta injustificable. Sieyès anticipa así la necesidad de abolir esos vestigios feudales, algo que efectivamente ocurrirá en agosto de 1789 con los decretos de la Asamblea que suprimieron los derechos señoriales.

La Demanda de Representación Política y Soberanía Popular

Sieyès también cuestiona la estructura política tradicional y propugna una transformación radical de la representación política. En el sistema de los Estados Generales, cada estamento votaba por separado y tenía un voto colectivo, lo que permitía a la minoría privilegiada imponerse sobre la mayoría popular. Sieyès considera esta fórmula injusta y propone que la representación se base en la población, no en el estamento: exige que el Tercer Estado tenga el doble de representantes y, crucialmente, que el voto sea por cabeza y no por orden. Solo así la voluntad de la mayoría de la nación (el pueblo llano) podría prevalecer en las decisiones. Estas demandas reflejan un principio embrionario de igualdad ante la ley y de soberanía popular, ya que implican que todos los ciudadanos deben tener el mismo peso político independientemente de su origen social, y que la ley debe expresar el interés general y no los privilegios de una minoría. Cuando escribe que el Tercer Estado no ha sido «nada» en el orden político y «quiere llegar a ser algo», Sieyès reclama que los comunes dejen de ser súbditos pasivos para convertirse en ciudadanos activos con derechos políticos.

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