Maestros del Trecento: Innovación y Legado en la Pintura Italiana de Siena y Florencia
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El Trecento: La Revolución Pictórica del Siglo XIV en Italia
Durante el siglo XIV, un periodo que los italianos denominaron Trecento, las escuelas pictóricas de Siena y Florencia se centraron en la profundidad, la luz, el naturalismo y la representación de los estados anímicos, preocupaciones fundamentales para los artistas de la época. Sus antecedentes se encuentran en el Duecento y en la obra de pintores como Pietro Cavallini.
La Escuela Sienesa: Elegancia y Misticismo Bizantino
La escuela sienesa, fuertemente influida por la pintura bizantina, estuvo representada por figuras clave como Duccio di Buoninsegna (1255-1318), autor de la célebre Madonna Rucellai (1285). En esta obra, la Virgen, sobre un fondo dorado y sentada en un lujoso trono rodeado de ángeles, sujeta a su hijo entre sus manos, donde conviven armoniosamente elementos góticos con la influencia bizantina.
Entre 1308 y 1311, Duccio realizó el monumental retablo de la Catedral de Siena. En él, suavizó los contornos de las figuras, pero mantuvo el esplendor de sus colores y el gusto por los dorados, elementos que acentúan la sensación de irrealidad y espiritualidad en sus obras.
Otro integrante destacado de la escuela sienesa fue Simone Martini (1284-1344), quien pintó la Majestad en 1315 en el Palacio Público de Siena, obra que restauró años más tarde. Lo más característico de su producción artística son los rostros de sus personajes, de rasgos suaves y ojos rasgados, que confieren una delicadeza y expresividad únicas.
La Escuela Florentina: Hacia un Nuevo Naturalismo
Cimabue: El Precursor de la Renovación
Cimabue (c. 1240-1302), integrante de la escuela florentina, fue un precursor fundamental de un importante grupo de pintores que, con sus aportaciones, contribuirían a lograr un cambio decisivo en el arte de la pintura. Su relevancia fue tal que Dante habló de él en sus versos y Vasari incluyó su biografía en sus célebres Las vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos.
En 1272, Cimabue pintó El Cristo de Santa Croce en Florencia y varias Crucifixiones en San Francisco de Asís. En esta última, pintó los frescos del coro y del transepto. Partió de una influencia bizantina imperante en aquel momento y desembocó en un estilo más expresivo y personal, en el que se puede apreciar una nueva intensidad expresiva y un renovado sentido espacial.
Giotto: El Maestro del Naturalismo y la Profundidad
Giotto (1267-1337) es considerado el máximo representante de la escuela florentina y una figura pivotal en la transición hacia el Renacimiento. Sus obras más interesantes se encuentran en Asís, Padua y Florencia.
Entre 1290 y 1295, Giotto comenzó a trabajar en la Basílica de San Francisco de Asís, donde decoró al fresco (la técnica que más empleó y en la que mejor se supo desenvolver) la parte alta de la Basílica Superior. El Ministro General de la orden franciscana, fray Juan de Muro, le confió pintar la vida de San Francisco de Asís en la Basílica Superior. Este trabajo lo hizo entre 1297 y 1299, abandonando los esquemas que habían imperado en la pintura italiana durante esos años y, en concreto, desterrando la influencia bizantina.
El cronista Cennino Cennini afirmó sobre Giotto: «Transformó el arte de pintar de griego en latino, adaptándolo a lo moderno, logrando así el arte más perfecto que nadie había alcanzado jamás».
Las escenas de la vida de San Francisco de Asís están en la parte inferior de la nave y de la fachada interna. Son 28 escenas divididas en tres grupos. Giotto se esforzó en que la figura de San Francisco encarnase una triple vertiente: el amor a Dios, al hombre y a las criaturas.
El estilo del pintor demuestra hasta qué punto supo alejarse de la tradición y de la pintura bizantina y crear un nuevo lenguaje en el que se encuentran como elementos primordiales:
- La plasticidad de la imagen.
- La introducción del paisaje.
- La individualización de los rostros.
- La expresión de los sentimientos.
- La búsqueda de la plasmación de la realidad.
Él recupera el concepto de la profundidad y abre nuevos caminos para la pintura renacentista. En sus obras será muy frecuente encontrar personajes de espaldas que ayudan a imaginar, a sugerir un espacio interpuesto, una profundidad, invitando al espectador a sumergirse en la escena.