Maestros del Barroco Español: El Legado de Zurbarán y Murillo en la Pintura Sacra y Profana
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Francisco de Zurbarán: El Escultor de la Pintura
Francisco de Zurbarán, conocido como «el escultor de la pintura», es un maestro del Barroco español cuya obra se caracteriza por su profundo realismo y el uso magistral del claroscuro. Un ejemplo paradigmático de su estilo es su célebre cuadro El Crucificado, realizado para el Convento de San Pablo.
Trayectoria y Reconocimiento
Zurbarán se formó en Sevilla, donde desarrolló gran parte de su carrera, trabajando para clientes locales y para el floreciente mercado americano. Su traslado a Madrid se produjo, en parte, debido al creciente éxito de Murillo, que comenzó a restarle clientela en Sevilla. En la capital, Zurbarán ya había sido invitado por Diego Velázquez para decorar el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro, donde pintó la serie de los Trabajos de Hércules. Fue en este periodo cuando el rey Felipe IV lo nombró pintor de Su Majestad.
Estilo y Temática Religiosa
Su estilo inicial se enmarca dentro del tenebrismo caravaggista, caracterizado por figuras de contorno preciso, volúmenes escultóricos y sombras robustas. Durante su estancia en Madrid, el contacto con obras venecianas contribuyó a aclarar su paleta, y hacia el final de su vida, también se observan influencias de Murillo. En su taller, Zurbarán empleó estampas de grabados alemanes, flamencos e italianos como fuente de inspiración para sus composiciones.
Zurbarán es ampliamente conocido como «el pintor de los frailes» debido a las numerosas series que realizó para diversos conventos. Entre sus encargos más destacados se encuentran:
- Para los Dominicos de San Pablo en Sevilla: El Crucificado.
- Para la Merced Calzada.
- Para el Colegio Franciscano de San Buenaventura: una serie de cinco episodios de la vida de San Buenaventura.
- Para los Jesuitas: La Visión del Beato Alonso Rodríguez.
- Para la Orden de los Predicadores: La Apoteosis de Santo Tomás de Aquino.
Grandes Ciclos de Madurez
Dos de sus ciclos más importantes de madurez fueron creados para las órdenes monásticas:
- Para los Cartujos de Jerez: Realizó el retablo mayor, que incluye obras maestras como La Anunciación, La Adoración de los Pastores, La Epifanía y La Circuncisión.
- Para los Jerónimos Extremeños de Guadalupe: Se conservan in situ ocho lienzos dedicados a los venerables jerónimos.
Para la Cartuja de Sevilla, pintó obras significativas como La Virgen de la Misericordia amparando a los Cartujos, representaciones de San Bruno y el Papa Urbano II, y El Milagro de San Hugo en el Refectorio.
Bartolomé Esteban Murillo: El Maestro de la Sensibilidad Barroca
Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682), nacido en Sevilla, representa la siguiente generación de grandes pintores españoles tras Velázquez. Su obra, profundamente arraigada en la sensibilidad barroca, se distingue por su delicadeza y emotividad.
Contexto y Formación
A diferencia de otros contemporáneos, Murillo renunció a la vida cortesana y no realizó el tradicional viaje a Italia. Sin embargo, se familiarizó con el arte flamenco, genovés y veneciano a través de las colecciones privadas y las pinturas eclesiásticas presentes en España. Su sustento provino exclusivamente de la venta de sus obras, lo que subraya su éxito comercial.
Legado y Evolución Estilística
Huérfano desde niño, Murillo demostró un gran compromiso con la formación artística, volcándose en la enseñanza del dibujo y fundando la Academia de Arte y Pintura de Sevilla en 1660. Alcanzó gran fama por sus representaciones de la Inmaculada Concepción (conocidas como "Purísimas") y por la exquisita delicadeza con la que abordó las maternidades. Además de su prolífica obra religiosa, también realizó pintura profana para la burguesía.
Su evolución estilística se divide tradicionalmente en tres periodos:
- Periodo Frío
- Periodo Cálido
- Periodo Vaporoso
El Periodo Frío (Juventud)
Este periodo de juventud está dominado por la admiración de Murillo hacia Zurbarán. Se caracteriza por un marcado contraste lumínico, un dibujo preciso y una pincelada lisa. De esta etapa destaca la serie creada para el claustro chico del Convento Casa Grande de San Francisco en Sevilla, que incluye los Milagros de San Diego de Alcalá (1646).
Otras obras notables de este periodo son La Virgen del Rosario con el Niño y La Sagrada Familia del Pajarito, donde ya se aprecia su tendencia a desdramatizar los sentimientos religiosos, acercándolos a una esfera más humana y cotidiana.
El Periodo Cálido
El periodo cálido se inicia con obras como San Antonio de Padua para la Catedral de Sevilla. En esta fase, Murillo comienza a pintar cuadros de gran formato con efectos de contraluz de influencia veneciana. El tenebrismo inicial desaparece, el color se vuelve más brillante y la pincelada se hace notablemente más suelta. Ejemplos clave incluyen la serie para la Iglesia de Santa María la Blanca y el retablo mayor de los Capuchinos de Sevilla.
El Periodo Vaporoso (Madurez)
Esta última etapa se caracteriza por un color transparente y difuminado, con contornos suaves y una atmósfera etérea. De 1669 datan los cuadros para los altares de los Capuchinos, entre ellos San Francisco abrazado al Crucificado, La Adoración de los Pastores y San Tomás de Villanueva repartiendo limosna (actualmente en el Museo de Bellas Artes de Sevilla).
Entre 1670 y 1674, Murillo realizó para Don Miguel de Mañara las célebres Obras de Misericordia para el Hospital de la Caridad de Sevilla, institución de la que Murillo era hermano. Esta serie incluye:
- La Multiplicación de los Panes y los Peces
- Moisés haciendo brotar agua de la roca
- El Hijo Pródigo
- El Paralítico
- Abraham y los Ángeles
- La Liberación de San Pedro
Estas obras ilustran los actos de caridad cristiana: dar de comer y beber al hambriento y sediento, vestir al desnudo, dar posada al peregrino, curar a los enfermos y redimir al cautivo. En los altares colaterales del mismo hospital, se encuentran otras obras que refuerzan el discurso de la Caridad, como San Juan de Dios transportando a un enfermo y La Reina Santa Isabel curando a los tiñosos.
Obras Finales y Temas Recurrentes
Hasta su muerte, Murillo continuó perfeccionando sus icónicas Inmaculadas, a menudo representadas con túnicas celestes y mantos blancos, rodeadas por un coro de ángeles a sus pies. También son recurrentes en su producción las representaciones de Jesús Niño, San Juanito y el popular tema del Buen Pastor.
Pintura Profana y Escenas de Género
El carácter amable y la sensibilidad de Murillo también se manifiestan en su pintura profana, especialmente en sus escenas de género con un toque picaresco. Ejemplos notables incluyen:
- Muchacho comiendo uvas
- Niños jugando a los dados
- Muchacho comiendo empanada
Estas representaciones de la vida cotidiana en la calle, desprovistas de amargura, son consideradas precursoras del estilo rococó por su ligereza y encanto.