Estado liberal: Transformaciones económicas y sociales en el siglo XIX

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El Estado liberal: Un nuevo marco económico y social

El liberalismo romántico reflejó en el dualismo Estado-individuo su aversión tanto contra los excesos del Estado centralizador nacido de la Revolución Francesa como contra el absolutismo monárquico de la Restauración. La idea era un Estado fuerte que protegiese al ciudadano, pero al mismo tiempo limitado para que no le oprimiese. El liberalismo nacido en Francia se difundió rápidamente por toda Europa como doctrina política y económica. Los principales de la era revolucionaria, expuestos en grandes manifestaciones políticas como la Declaración de Independencia de Estados Unidos y las Declaraciones de Derechos francesas y norteamericana, resumían ideales políticos que podían realizarse en todos los países: la seguridad de la propiedad y el control de las instituciones políticas mediante una opinión pública informada.

Estos objetivos debían conseguirse mediante la adopción de formas de gobierno constitucional, por la aceptación de las reglas siguientes: el gobierno debe actuar dentro de los límites fijados por la ley, el centro de la autoridad política debe corresponder a los poderes legislativos representativos y todas las ramas del gobierno deben ser responsables ante un electorado que tendrá que incluir a todos los adultos. Estos ideales fueron defendidos en nombre de los derechos naturales y resumían el liberalismo del siglo XIX.

Movilidad de los factores: La población

La explicación más aceptada considera que el primer motor de cambio fue la disminución de la mortalidad a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, debida en parte a factores exógenos: la menor incidencia de los ciclos epidémicos, la desaparición de la peste. Durante el siglo XIX se añaden los avances obtenidos en el control de las enfermedades infecciosas, como la vacunación contra la viruela. No obstante, fue un proceso lento, puesto que aún en el siglo XIX las enfermedades epidémicas afectaron mucho a la población. Finalizada la Primera Guerra Mundial, lo hará la pandemia de gripe, por no hablar de los estragos aún más graves de las dos guerras mundiales, de las guerras civiles, de las deportaciones masivas y del Holocausto.

La mortalidad disminuye no solo por la gravedad de la crisis, sino también por la disminución efectiva en las diversas edades y en periodos de normalidad de las probabilidades de defunción. Esta disminución provocó una aceleración del crecimiento y, como consecuencia del aumento de la presión sobre los recursos, estimuló los mecanismos reequilibradores que redujeron la natalidad, ya sea por la ralentización de la nupcialidad o por la difusión del control voluntario de los nacimientos.

Lo cierto es que la lenta reducción de la mortalidad permitió que la transición se hiciera sin grandes desequilibrios, de modo que el crecimiento demográfico resultó favorable para el desarrollo económico. Por el contrario, buena parte de los problemas de los países desarrollados actuales derivan del rápido retroceso de los niveles de mortalidad y, por tanto, de la ruptura más traumática de los precarios equilibrios demográficos tradicionales. El nuevo punto de equilibrio se alcanza únicamente al término del proceso de disminución de la mortalidad, más o menos rápido según el nivel de progreso de las diversas poblaciones.

El aumento de la población y el crecimiento económico

A partir de mediados del siglo XVIII, la población europea comenzó a crecer. A lo largo del siglo XX siguió creciendo, aunque a un ritmo inferior al resto del mundo. En 1950, la población europea había aumentado a más de 550 millones en un total mundial de 2500 millones. Parece que no hay una correlación muy clara entre la industrialización y el crecimiento de la población. Deben buscarse otros motivos causales derivados del aumento de la producción agrícola y de la disminución secular de la virulencia de determinadas enfermedades mortales.

Esto explica que la tasa decreciente de mortalidad fue la variable decisiva y que el incremento de población fue una consecuencia de los cambios en la economía y en la sociedad. Primero, la cantidad de tierra cultivada aumentó; segundo, la productividad agrícola aumentó, siendo el uso de fertilizantes orgánicos y químicos un factor determinante en el aumento del rendimiento de los suelos. La maquinaria agrícola también contribuyó al incremento de la productividad de las explotaciones agrícolas.

Éxodo rural y urbanización

El crecimiento de la población urbana, la urbanización y, por tanto, las migraciones internas mediante éxodos rurales fueron elementos determinantes en la revolución demográfica. La población de los países industriales no solo vivía en ciudades, sino que mostraba una clara preferencia hacia ciudades grandes. Las razones sociales y culturales justificaban el crecimiento de la ciudad. La situación cambió con las mejoras tecnológicas de la industria moderna.

Pero el fenómeno migratorio y de movilidad del factor trabajo tuvo en el siglo XIX su mayor expresión. Los hombres se movían dentro de territorios industriales. Estas no pudieron absorber las oleadas de personas y abandonaron Alemania. Era el desequilibrio entre un aumento de la población y la incapacidad de las economías para absorber el aumento demográfico. Pero la conexión entre industrialización y aumento de la población se localiza en los grandes centros industriales, siendo la comarca minero-metalúrgica del Ruhr el caso más significativo. Se había producido una emigración relativamente moderada en fase de crecimiento. El crecimiento explosivo que comenzó en 1880 superó la capacidad incluso de la población regional y coincidió con una fase de desarrollo en la que los trabajadores agrícolas sin tierras y otros del este emigraron. Mientras que a mediados del siglo era Alemania occidental la que aparecía como sobrepoblada, al final lo fueron las provincias orientales.

Reforma y modernización agraria: Su influencia en la configuración del nuevo mercado de trabajo

En la historiografía económica, el papel del sector agrario en la Revolución Industrial se plantea en términos de contribuciones del sector al crecimiento económico, tal como las acuñó Kuznets. La interdependencia de la agricultura con el resto de la economía se plantea en sus formas más simples y obvias: fue necesario cierto estímulo de la demanda para desencadenar las mejoras en la producción de alimentos y el flujo de mano de obra desde el campo.

Por otra parte, la historiografía reciente ha revitalizado el papel de la agricultura en el arranque de la Revolución Industrial británica, cuestionando el carácter de condiciones previas y necesarias que se solía atribuir a las cuatro contribuciones clásicas: que el aumento de la producción agraria cada vez fue menos capaz de alimentar a la población creciente, que la mano de obra procedía de actividades manufactureras o de la inmigración, que las exigencias de capital de las primeras fábricas y talleres fueron reducidas y no exigieron transferencias intersectoriales, y que el mercado que las áreas rurales ofrecían alcanzó en su momento más álgido el 30% de la oferta industrial del país.

Geografía de la revolución agrícola: Cambios más significativos

En la mayor parte de Europa, el proceso de roturaciones masivas había finalizado antes de que la introducción de la tecnología transformase los medios de producción, siendo el caso más representativo el de Holanda. En Suecia se necesitó la desecación de tierras pesadas, hecho que se produjo por la utilización de hierro e instrumentos aratorios, lo que en otras épocas hubiera sido imposible. El aumento de la superficie cultivable se produjo como resultado de la expansión de la demanda de las primeras sociedades industrializadas, pero con técnicas agrícolas que pertenecían a la época preindustrial.

Las mejoras técnicas

Fue en la localidad de Norfolk donde aparecieron las innovaciones más trascendentales. Incluso se denomina con el nombre de sistema de Norfolk al conjunto de técnicas experimentadas en aquella región. Se drenó el suelo, se preparó con margas y abono, se llevaron a cabo las primeras experiencias de alternancia de cultivos con el fin de evitar el agotamiento de los suelos sin emplear el barbecho. Se supo poner en cultivo prados artificiales y facilitar, en consecuencia, la alimentación del ganado durante el invierno.

En cuanto a la mejora de la fertilidad del suelo, se avanzó en el conocimiento de la composición química de las plantas. Comenzaron a utilizarse las guadañadoras tiradas por caballos para la hierba y las hoces para los cereales. Por contribución no hay que entender los mecanismos específicos que desencadenaron el proceso de industrialización, sino transferencias que a largo plazo se han dado entre el sector predominante en las sociedades tradicionales y la economía industrial y urbana en auge.

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