Legitimidad del Poder y Estado de Bienestar: Perspectivas Históricas y Críticas

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Legitimidad del Poder según Max Weber

Max Weber habla de que a lo largo de la historia han existido tres maneras diferentes de legitimar el poder:

  1. Legitimidad Tradicional

    Basada en la costumbre, integrando prejuicios y soluciones prácticas. Se da en las sociedades patriarcales y en las monarquías. El poder lo ejercen, además del monarca, personas dependientes de él. Esta forma de legitimar el acceso al poder ha sido mayoritaria en Europa a lo largo de su historia, en concreto hasta la Revolución Francesa, y ha estado casi siempre vinculada a la concepción del origen divino del poder. Era Dios quien había concedido a la familia del rey el poder de mandar.

  2. Legitimidad Carismática

    La que produce el carisma de una persona, la “autoridad de la gracia personal y extraordinaria”, que provoca una confianza en sus capacidades y, por lo mismo, una entrega total a su persona y a sus proyectos. Esta autoridad es la que ostentan los jefes guerreros y gobernantes plebiscitarios. Esta forma de legitimar el acceso al poder fue seguida por los pueblos germanos, hasta que se integraron en el Imperio Romano. En muchas ocasiones, sobre todo en el pasado, han estado también unidas a la concepción del origen divino del poder.

  3. Legitimidad Legal Racional

    La que caracteriza a las sociedades democráticas y la que se sigue y se considera la adecuada. Está basada en la creencia en la validez de los procedimientos que en la ley se establecen para elegir a las personas que van a desempeñar la autoridad.

Estado de Bienestar

A partir de la mitad del siglo XX, y por la influencia del pensamiento socialista y de la lucha sindical, los Estados liberales y democráticos de derecho introdujeron una serie de servicios a la sociedad, dando origen a lo que se conoce como el Estado de bienestar o Estado social y democrático de derecho.

En el Estado de bienestar, se asume como tarea propia del Estado la defensa de los derechos sociales, económicos y culturales, lo que lleva a intervenir en el orden económico y social para tratar de conseguir una igualdad real de oportunidades, una situación de pleno empleo y un acceso de los grupos sociales más débiles a la satisfacción digna de sus necesidades fundamentales. Los defensores del Estado de bienestar insisten en que los derechos fundamentales no pueden ser disfrutados realmente por los ciudadanos. Sus objetivos se valen de una política fiscal y presupuestaria, un cierto control de la actividad económica, y una participación directa en algunas actividades económicas. Nacen así la escuela pública gratuita, la asistencia médica universal y las pensiones de jubilación.

Como la satisfacción de esos derechos obliga a los Estados a un gasto público elevado y, consecuentemente, a una política fiscal con un fuerte carácter impositivo, en las últimas décadas del siglo XX se originan una serie de críticas al Estado de bienestar, al que en sentido peyorativo se le denomina Estado benefactor, en las que se le reprocha el haber aumentado la burocracia, el haber reducido la iniciativa privada hasta el punto de convertir a los ciudadanos en sujetos pasivos, el haber gravado de impuestos al capital de manera tal que le ha impedido crear riqueza, haciendo que la sociedad sea cada vez más pobre.

Sin embargo, hay que señalar que muchos de los que critican tanto el Estado de bienestar lo hacen en nombre de una teoría del Estado mínimo de corte neoliberal y neocapitalista (Neocon, R. Nozick representantes) que tiende a olvidar las injusticias del modelo económico actual, presidido por la globalización.

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