El Legado del Barroco en Francia: Urbanismo, Plazas Reales y Escultura Monumental

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El siglo XVII marcó un periodo de profunda transformación artística y urbana en Europa, con el Barroco emergiendo como el estilo dominante. Francia, bajo el reinado de monarcas visionarios, se convirtió en un epicentro de esta evolución, especialmente en el ámbito del urbanismo y la escultura monumental.

Urbanismo Barroco en París: El Pont Neuf y la Place Dauphine

En 1604, la esposa de Enrique IV (quien falleció en 1610), perteneciente a la dinastía de los Médici, ascendió al trono y contrató a Giambologna para la realización de una estatua ecuestre de su marido. Esta estatua fue destruida posteriormente durante la Revolución Francesa.

La obra se colocó en 1614 en el Pont Neuf, al final de la Île de la Cité, un punto estratégico que unía la Universidad de París con la parte administrativa de la ciudad. Todo este espacio fue reorganizado urbanísticamente por el monarca Enrique IV.

Enrique IV organizó el espacio creando la Place Dauphine, una plaza triangular cuyo diseño no la dejaba totalmente cerrada. Esta plaza geométrica generaba un eje abierto desde su punto central, siguiendo el punto focal y la línea marcada por el monumento ecuestre. Todo ello reflejaba la influencia de la idea de Sixto V sobre los puntos focales dinámicos de los obeliscos en el urbanismo barroco.

El origen de este tipo de plazas se encuentra en el Norte de Europa, donde el espacio se enmarcaba en un polígono y se abrían calles, configurando espacios centralizados. Este concepto de organización es intrínsecamente barroco, diseñado con la intención de crear espacios urbanos más dinámicos.

Las plazas barrocas solían presentar pisos bajos destinados a comercios, situados bajo arquerías de ladrillo enfoscado con sillares a soga y tizón a modo de refuerzo en los ángulos, que podían ser de piedra o cemento imitando a piedra. En la parte posterior de los comercios, se encontraban escaleras que daban acceso a un piso superior con un balcón de estilo barroco, y un conjunto de almacenes y buhardillas.

Monumentos Ecuestres Emblemáticos

Monumento Ecuestre de Enrique IV

Realizada por Giambologna, con la intervención de Pietro Tacca.

La base presentaba cuatro figuras de esclavos, proyectadas por Tacca. Esta tipología iconográfica se popularizó a partir del Descubrimiento de América, y se seguiría viendo en estatuas posteriores, como la de Luis XIV en la Place des Victoires de París en 1685.

La estatua seguía el mismo modelo del retrato ecuestre de Cosme I de Médici.

La Place des Vosges (Antigua Place Royale)

Construida por orden de Enrique IV en 1606, la Place des Vosges (originalmente Place Royale) es una plaza cerrada, similar a la Plaza Mayor de Madrid. Sus ángulos se abren con calles, mientras que los cuatro lados permanecen cerrados por edificios. En el centro de la plaza se situaba una estatua ecuestre, que centralizaba y, en cierto modo, "paralizaba" el espacio, creando un efecto más estático en contraste con la Place Dauphine.

Por primera vez en París, se construyeron soportales en sus cuatro lados, y en dos de ellos se situaron dos pabellones importantes: el Pabellón del Rey y el Pabellón de la Reina.

Este tipo de plazas se utilizaban para diversos eventos, desde espectáculos lúdicos hasta ejecuciones públicas.

En el centro se colocó un monumento ecuestre de Luis XIII a caballo. Para su realización, se había aprovechado el caballo de una estatua anterior de Enrique II, obra del pintor, escultor y arquitecto Daniele da Volterra.

En 1690, se colocó en la Place Vendôme de París la estatua ecuestre de Luis XIV, realizada por François Girardon. Previamente, Luis XIV había encargado una obra a Gian Lorenzo Bernini; sin embargo, al rey le resultó tan teatral que decidió colocarla en los Jardines de Versalles y encargar otra más serena para exhibir al pueblo.

La Escultura Barroca en Roma: Santa Marta de Bernini

Después de terminar los caballos de los Farnese, Bernini se trasladó a Roma, donde trabajó en la Capilla Paolina. Hacia 1628, realizó la representación de Santa Marta para la capilla funeraria de la familia Barberini (familia del Papa Urbano VIII) en la iglesia de Sant'Andrea delle Fratte.

En esta obra, se aprecia un eco manierista: la figura de la santa parece no caber completamente en la hornacina, compartiendo así el espacio arquitectónico de esta con el espacio del espectador. Esta interacción con el observador es un elemento crucial del Barroco.

Se la considera una santa "casera", protectora de las amas de casa. Al tratarse de santos de los que no se tienen retratos históricos, sus rostros son siempre idealizados.

Se observa un cabello de estilo renacentista, pero el velo cae hacia atrás, rompiendo el equilibrio compositivo. El contrapposto se acentúa a medida que el manto gira en torno a su cuerpo. Hay un movimiento ascensional, característico del Barroco, que obliga al espectador a mirar de abajo hacia arriba. Todo ello contribuye a que los plegados de la vestimenta sean más profundos y dinámicos.

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