La influencia de la industria cultural en la sociedad: Una perspectiva crítica

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El arte como mercancía

Según Adorno, la industria cultural transforma las obras de arte en objetos al servicio de la comodidad, un fenómeno similar al concepto de mass media. Tanto Adorno como Walter Benjamín argumentan que el auge de la sociedad de masas degrada el arte, convirtiéndolo en una fuente de gratificación consumible. La autonomía de las obras de arte, siempre influenciada por la búsqueda del efecto, se ve abolida por la industria cultural. Los productos de esta industria son mercancías integrales, lo que implica que el beneficio trasciende lo inmediato. Ya no se vende un teléfono, sino que se conecta gente (Nokia). Cada producto busca individualizarse (similar al posicionamiento diferenciado en mercadotecnia), y esta individualidad refuerza la ideología al crear la ilusión de que lo cosificado y mediatizado es un refugio de inmediatez y vida. El objeto dota de atributos a su poseedor: un auto, por ejemplo, ya no solo sirve para desplazarse, sino que otorga estatus.

La ideología de la industria cultural

La industria cultural imprime en sus productos las consecuencias de sus técnicas, viviendo como parásito de la técnica extraartística de la producción de bienes materiales. Se enfoca en la creación de productos triviales y la acumulación de bienes, en lugar de buscar objetos que mejoren la calidad de vida, según Adorno.

La creación de modelos y la conformidad

La industria cultural se presenta como guía y modelo en un mundo supuestamente desorientado, incentivando la aceptación sin cuestionamiento. Se crean modelos de personalidad, moda y comportamiento. El ejemplo del 14 de febrero ilustra cómo la industria cultural, a través de diversos medios (radio, televisión, revistas, etc.), construye un rito que induce hábitos mentales y convierte prácticas en artefactos.

La dependencia y la servidumbre

Adorno argumenta que la industria cultural no ofrece reglas para una vida feliz, sino exhortaciones a la conformidad que refuerzan la autoridad ciega. Se estimula y explota la debilidad del Yo, imponiendo esquemas de comportamiento. El objetivo último es la dependencia y servidumbre, ofreciendo una felicidad engañosa que impide la formación de individuos autónomos y capaces de decidir conscientemente. La industria cultural defrauda constantemente a sus consumidores.

Una perspectiva alternativa

Es crucial comprender los medios de comunicación desde el terreno en que nos constituyen como sujetos. La cultura de masas influye cada vez más en el sujeto social. Si bien coincido con Adorno en algunos aspectos, también discrepo en otros. Todos, incluso la cultura de las élites, recurrimos a la industria cultural para comunicarnos. Jesús María Aguirre, en su libro Industria Cultural: de la crisis de la sensibilidad a la seducción massmediática, propone una visión más positiva: "un conjunto de ramas, segmentos y actividades auxiliares, productoras y distribuidoras de mercancías con contenidos simbólicos, concebidas por un trabajo creativo, organizadas por un capital que se valoriza y, finalmente, con una función de reproducción ideológica y social". Comparto esta postura, ya que es casi imposible sustraerse de las industrias culturales. Como dice Nietzsche: "la comprensión define la acción". Entender las situaciones nos proporciona herramientas para intervenir en el contexto. Y como afirma Marshall McLuhan: "el artista serio, es la única persona capaz de habérselas impunemente con la tecnología, sólo porque es un experto que se percata de los cambios de percepción de los sentidos". Así debemos posicionarnos quienes nos dedicamos a la comunicación.

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