Influencia del Género y la Etnia en la Educación
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Sexo, Clase y Grupo Étnico en la Educación
La Vieja Tradición de los Colores Rosa y Azul
Que hubiera, antes del derecho paterno que conocemos, una suerte de matriarcado, lo sostuvo con buenas razones un antropólogo suizo. A su juicio, las mujeres paleolíticas ignoraban la relación de causa y efecto entre el acto sexual y el nacimiento de los niños; ellas y ellos lo creían, y el derecho y el nombre de los hijos eran los de la madre, ocupando el hermano de la misma un lugar superior al del propio marido. En el siglo XX, Malinowski lo confirmó en las Islas Trobriand. Según los trobriandeses, no hace falta concurso de varón para tener hijos, y lo demostraban señalando tanto a parejas de casados sin descendencia como a mujeres tan feas que ningún varón se acostaría con ellas y ya habían tenido varios. En el origen de Occidente hallamos cierta confirmación al norte de la península Ibérica, si hemos de creer a Estrabón, cuya Geografía del mundo conocido contiene una descripción de Iberia. El texto dice: "Así, entre los cántabros es el hombre quien dota a la mujer, y son las mujeres las que heredan y las que se preocupan de casar a sus hermanos; esto constituye una especie de ginecocracia, régimen que no es ciertamente civilizado". Este párrafo describe rasgos típicos del matriarcado. "Vale como decir preponderancia de la mujer sobre el hombre en la familia; es lo mismo que ginecocracia". Son antiguos derechos femeninos que resurgen con fuerza en los siglos XX y XXI en todo el mundo occidental. Cuando se descubre la paternidad todo cambia, y es la historia que conocemos. Desde tiempo inmemorial la situación de la mujer es de inferioridad, no habiéndosele permitido hasta el siglo XX estudiar y equipararse al varón (y esto, en las sociedades occidentales). Hasta el siglo XIX, la mujer solo podía profesionalizarse en unos cuantos oficios. Julián Marías cuenta hasta 14: gran dama, ama de cría, maestra de escuela, estanquera, telefonista, costurera, bordadora, criada de servir, monja, peinadora, lavandera, cigarrera, prostituta, y reina.
El acontecimiento más importante de la historia se ha producido en el siglo XX: la emancipación de las mujeres. Si los hombres descubrieron la igualdad en 1789, las mujeres tuvieron que aguardar hasta 1914; fue el momento en que, al marcharse muchos varones a la guerra, entraron las mujeres en las fábricas. Naturalmente, la igualación efectiva no se está produciendo sin fricciones, y los conflictos de roles están a la orden del día. La tradición que ha llegado hasta nosotros había separado los dos géneros hasta el punto de atribuirles dos colores: rosa para las niñas, azul para los niños. La costumbre de vestir a los bebés de rosa si son niñas y de azul si son varones tiene una larga historia. Para los antiguos, el nacimiento de un varón era motivo de celebración, ya que significaba otro trabajador y prolongador del nombre de la familia. El azul, el color del cielo donde vivían los dioses y los destinos, tenía poderes especiales para energizar y para alejar el mal, por lo que a los bebés varones se les vestía de azul para protegerlos. Más tarde, una leyenda europea dijo que las niñas nacían dentro de delicados capullos de rosa, y el rosa se convirtió en su color. La asignación de papeles distintos a los dos sexos, rodeados de expectativas de conducta diferentes, los naturaliza, los reifica. Hoy resulta muy atrevido hablar de naturaleza femenina y de labores propias de su sexo. Sabemos que estos papeles han cambiado en el transcurso de nuestra historia. Desde la Antigüedad, el estatuto de la mujer es subalterno; todavía Kant constata en su Antropología: "Los niños son naturalmente incapaces y sus padres sus tutores naturales. La mujer es declarada civilmente incapaz a todas las edades". Esta ha sido la realidad hasta ayer mismo, en España hasta bien entrado el siglo XX. Al promediar el año 2003, las personas ocupadas en España se distribuyen desigualmente todavía: la mayoría son varones. En España hay mayor empleo masculino que en otros países europeos. ¿No será que aún vige con fuerza el pluriempleo para los varones, con daño para el empleo femenino y para la educación de los niños?
Sexo y Enseñanza a Través del Tiempo: La Situación de la Mujer Española
Los talentos femeninos se habían reprimido o canalizado en una determinada configuración. La condición de la mujer define la dinámica fundamental de las sociedades. Las mujeres se incorporan a la escuela y a la estructura ocupacional con lentitud y normalmente en los puestos menos brillantes. En todas las categorías ocupacionales las mujeres están más expuestas a la proletarización que los hombres. A medida que las mujeres se incorporan a determinados trabajos, a medida que las chicas estudian más y más hasta superar a los varones, se devalúan estudios y ocupaciones. El trabajo femenino se considera inferior porque quienes lo realizan son mujeres. El aumento de la escolarización de las chicas tiene que ver con la devaluación de las titulaciones académicas. La extensión de la escolaridad a las muchachas no se difundió hasta finales del siglo XVIII y principios del XIX. Con respecto a los muchachos, la escolarización se extendió primeramente a las categorías intermedias de la jerarquía de las condiciones sociales; la alta nobleza y la artesanía mecánica permanecieron fieles al antiguo aprendizaje. Pero el proceso continúa imparable. En Inglaterra, en 1870, los hombres superaban a las mujeres en la profesión docente; 10 años después, por cada 100 hombres había 156 mujeres; hacia 1930 había 4 mujeres por cada varón. En EE. UU., en 1956, solo el 14% de los maestros son varones. Por eso dice Marías que en EE. UU. la palabra teacher, si no se especifica más, significa "maestra". En España, hacia 1900, no llegaban a 400 las muchachas matriculadas en las universidades españolas, de un total de 17000 estudiantes; 4000 después de la guerra civil. En el siglo XX las mujeres han obtenido la plena ciudadanía, con el voto en 1931, en España más bien durante la segunda mitad. Fijémonos en la fecha de 1960, punto de inflexión de nuestra historia: uno de los rasgos más llamativos de la España de 1960 era la presencia de la mujer en el mercado de trabajo y en la vida social. De ahí la aceleración posterior, la confusión de mujeres que se esforzaban para encontrar la paridad de hecho y derecho. El proceso de participación femenina progresa sin cesar; ahora bien, es lógico que en los puestos directivos esa participación sea pequeña y haya una sola rectora en la universidad española: la primera mujer española que se matriculó en la universidad, Concepción Arenal, lo hizo en 1841.
El Problema del Nosotros: El Resurgimiento de los Nacionalismos. España, ¿País de Inmigración?
Tenemos el problema del nosotros, el problema de los nacionalismos, el problema de las etnias o las pseudoetnias. En EE. UU., por ejemplo, un buen norteamericano debe ser blanco, de cepa anglosajona y protestante. Fuera del intragrupo quedan los blancos de origen latino, hispanos, negros, etc. En las sociedades europeas nunca ha dejado de haber minorías étnicas diferentes. En España, basta pensar en los gitanos, desde 1500 nunca del todo integrados; piénsese también en los moriscos, que hicieron muy poco por integrarse. Los problemas se van a replantear ahora, cuando nos convertimos en un país de inmigración. En el mecanismo de la dialéctica nosotros/ellos late una petición de principio: nosotros somos los buenos, los bien nacidos; ellos son la escoria. Ortega dice que "los nuestros" es palabra feroz, anárquica. Ese mecanismo del nosotros se halla en todas partes, atemperado por la tolerancia; el amor a la nación es bueno y noble, pero puede desorbitarse y desembocar en el nacionalismo excluyente. La escuela debería enseñar la tolerancia. La multitud que se reúne en la calle tiene sus costumbres habituales; quien discrepa o desobedece, no pertenece al grupo. Las gentes incultas y los niños disponen de una finísima sensibilidad para percibir esas discordancias. Y las gentes incultas e infantiles, a veces, dictaminan demasiado. La primera escuela de tolerancia debería ser la institución; con las lecciones de matemáticas o de historia, los niños deben aprender a respetar a quienes piensan o son de otra manera. El mandamiento se resume en una palabra: no discriminar.