Impresión, sol naciente: Desentrañando la obra maestra de Monet en El Havre

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Impresión, sol naciente: Un análisis detallado

Obra pictórica figurativa, realizada con la técnica del óleo sobre lienzo. De pequeño tamaño, 48x63cm. El tema es una marina en el puerto de El Havre. Entre los reflejos de un sol perezoso que lucha por despuntar entre las nieblas matinales; un disco rojo en un amanecer que proyecta intensas pinceladas de color naranja, tres botes de remos navegan por tranquilas aguas, al fondo se intuye entre el humo de las fábricas, los mástiles de algunos mercantes y las grúas portuarias. Las formas se diluyen, el paisaje se deshace entre la bruma y envuelve al espectador la sensación del instante, un momento de la vida que queda en la retina no solo del que la pintó sino de todos aquellos que la contemplan.


La sensación atmosférica domina la escena en donde las formas desaparecen por completo. Los colores puros, una sobreposición de tonos aplicados con pinceladas sueltas, rápidas, empastadas y vigorosas, las “virgules” (comas de Monet), que no perfilan, ni detallan, pero consiguen su objetivo: la vibración que la luz produce al incidir en los objetos. Ella es la verdadera protagonista de la obra, la que hace vibrar los colores y, unida a la emoción del artista, crea una nueva realidad.


La técnica empleada es fruto de la inmediatez y la espontaneidad que exige el “plain air” para captar la impresión fugaz de la naturaleza. Al artista no le interesa el detalle, como se observa en las barcas negras o en los fondos resueltos con trazos grises, sino captar el instante de una escena en concreto. La sensación de movimiento acuoso se consigue mediante la discontinua plasmación de las pinceladas en la superficie del reflejo anaranjado solar, evitando en todo momento una proyección lineal.


La elección de los colores no es casual, responde al conocimiento del pintor de la ley de contrastes de colores simultáneos descubierta en 1839 por Eugène Chevreul, según la cual la utilización de colores primarios cercanos en el lienzo, darán lugar a los secundarios en su visión. Así, con los colores, pretende recoger el instante de una atmósfera efímera, el amanecer cambiante, los azules grisáceos y rosáceos de la neblina y los humos, contrastando con el naranja del sol, su reflejo lumínico en el cielo y en las aguas del puerto.


La composición presenta una dinámica diagonal indicada por las pequeñas embarcaciones que, según su lejanía, nos da sensación de profundidad, mientras, en el fondo, ancladas y casi desdibujadas, las naves mayores proporcionan algo de verticalidad en sus mástiles, sus chimeneas y las de las fábricas. El sol es el punto de fuga: su forma, la más definida del cuadro y su color, el más fuerte, lo remarcan.

En 1874, con el título “Impresión…”, su artista, Oscar-Claude Monet, lo presenta en la exposición del Boulevard de Capucines en el Salón alternativo de su amigo el fotógrafo Nadar y fue él mismo, con el título provocador que escogió, el que dio lugar a la broma que acompañó al nuevo arte, el Impresionismo. El cuadro fue pintado en un día, desde la ventana de su habitación en un hotel en El Havre. Fue ahí donde se fascinó con los destellos del agua, la niebla que se levanta por la mañana temprano y los pequeños botes que flotan sin heroísmo, sobre la titilante superficie del mar. El antecedente de la obra lo podemos encontrar en la vista del Támesis del pintor norteamericano Whistler (1870) y los consecuentes en toda la obra posterior del propio Manet, como “El puente de Charing Cross”. Fue el crítico Louis Leroy, quien en su artículo del periódico “Le Charivari” queriendo hacer un juego de palabras, habló de “la exposición de los Impresionistas” comparando este lienzo con el empapelado de una habitación y dando con ello, nombre al movimiento.

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