Ideas Fundamentales en la Filosofía de Nietzsche, Kant, Marx y Arendt

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Realidad y Pensamiento de Nietzsche

El pensamiento de Nietzsche es una filosofía vitalista, porque insiste en el valor incomparable que tiene la vida del individuo. Para Nietzsche, lo que realmente importa es que seamos capaces de experimentar una vida plena e intensa. Nietzsche pensaba que, al dividir la realidad en estas dos esferas, Platón cometió un grave error. Para Nietzsche no hay más realidad que la que podemos captar con los sentidos, con su perpetua movilidad. Para Nietzsche, la vida auténtica surge de la integración y la afirmación de estas dos fuerzas, en un equilibrio que permita a la existencia humana alcanzar su máxima expresión.

Lo apolíneo está asociado con Apolo, representa la tendencia a buscar el equilibrio, la medida y la estructura. Lo apolíneo es la racionalidad y el control, el deseo de orden frente al caos. Lo dionisíaco, por otro lado, está relacionado con Dionisio, es el principio de la emoción desbordada, el caos, la transgresión de los límites. Nietzsche no ve estos dos principios como opuestos absolutos, sino como fuerzas que deben coexistir. Para él, la vida y la cultura solo pueden alcanzar su mayor potencial cuando hay un equilibrio entre ambos.

Nietzsche utiliza la oposición entre lo apolíneo y lo dionisíaco para analizar la condición humana y la cultura. En su crítica al pensamiento racionalista y moralista representado por figuras como Sócrates y la Iglesia cristiana, Nietzsche señala que la cultura occidental ha favorecido demasiado lo apolíneo. Finalmente, un aspecto central en la metafísica nietzscheana es su concepto del eterno retorno. El eterno retorno sugiere que todo lo que ocurre en la vida, incluyendo nuestros actos y experiencias, se repite eternamente de manera cíclica. Este concepto niega la noción de un progreso lineal. En lugar de eso, el eterno retorno invita a afirmar cada momento de nuestra existencia como algo que, si se repitiera infinitamente, seguiría siendo valioso y digno de ser vivido.


Ética de Nietzsche

La ética de Nietzsche se caracteriza por su profunda crítica a las normas morales tradicionales y su propuesta de una ética que surge de la afirmación de la vida y de la voluntad de poder. Su ética no busca la universalidad de reglas morales, sino que se enfoca en la individualidad, la autodeterminación y la creación de valores propios. Es una ética que no está basada en un conjunto de principios absolutos o universales, sino en la capacidad de cada individuo para redefinir lo que es "bueno" y "malo" de acuerdo con sus propios deseos y circunstancias.
Nietzsche dirige una crítica feroz a la moral tradicional, especialmente a la moral cristiana bajo la frase "Dios ha muerto" y a la moral de la cultura occidental en general. Según él, la moral tradicional es una moral de esclavos, que se desarrolla como una reacción contra los poderosos y los "señores". La moral cristiana promueve valores como la humildad, la sumisión, la compasión y la negación de los instintos, que según Nietzsche son antinaturales y dañinos para la vitalidad humana.
Nietzsche ve en la moral cristiana y en sus derivados sociales una forma de resentimiento, un sentimiento que nace de los débiles que no pueden competir con los fuertes, y que, en lugar de aceptar su posición, la resienten y crean una moralidad que valoriza lo débil y desprecia lo fuerte. En lugar de afirmar la vida, esta moral promueve la necesidad de sufrir y la renuncia al poder personal, algo que Nietzsche considera alienante y limitante para el ser humano.
Para Nietzsche, la solución a este problema es una transvaloración de los valores: un cambio radical en la forma en que entendemos lo "bueno" y lo "malo". En lugar de ver la fortaleza y la afirmación de la vida como "malas" o "inmorales", Nietzsche propone que se las valore como buenas. La moral de los señores, en contraposición a la moral de los esclavos, se basa en la afirmación de uno mismo, en la autoafirmación de la voluntad de poder y en la creación de valores propios. El superhombre es el hombre que sigue esta ética, afirmando su vida tal como es, con todas sus contradicciones y desafíos.


Ética de Kant

La ética de Kant se caracteriza por ser una ética formal, lo que la distingue de las éticas materiales. Las éticas materiales se centran en los fines específicos que se buscan con la acción moral, como la felicidad o la virtud. En cambio, la ética formal de Kant pone el énfasis en los principios universales y racionales, independientemente de los objetivos específicos. Las éticas materiales, según Kant, son aquellas que dependen de los objetivos específicos que guían la acción. Esto significa que el valor moral de una acción está ligado al propósito que se quiere alcanzar, lo que genera un problema: estas éticas solo son válidas para quienes consideran importante el objetivo propuesto.
Debido a que en las éticas materiales las normas de conducta están dirigidas a alcanzar un bien supremo, el individuo no puede establecer sus propias reglas de comportamiento, ya que estas vienen impuestas por el objetivo. Por eso, Kant considera que estas son éticas a posteriori, ya que dependen de la experiencia para determinar qué acciones son correctas. Para superar las limitaciones de las éticas materiales, Kant propone una ética que sea a priori. Esto significa que debe ser universal, establecida por el propio individuo y no depender de la experiencia. Al no buscar un objetivo concreto, esta ética es formal, lo que garantiza su validez universal.
El Imperativo Categórico es el principio fundamental de la ética kantiana. Se formula como que una acción solo es moral si puede ser universalizada sin contradicción. Kant distingue entre acciones conformes al deber y acciones por deber. Una acción conforme al deber coincide con lo moralmente correcto, pero puede realizarse por motivos egoístas. En cambio, una acción por deber se lleva a cabo exclusivamente por respeto a la ley moral. Para Kant, solo las acciones realizadas por deber tienen verdadero valor moral.
La ética kantiana también reconoce el conflicto entre el deber y los deseos naturales. En situaciones en las que el deber contradice nuestras inclinaciones, lo correcto es actuar conforme al deber, incluso si esto implica un sacrificio personal. Respecto a la felicidad, Kant no promete que el cumplimiento del deber garantice la felicidad, sino que nos hace dignos de ella. Para que el cumplimiento del deber tenga una recompensa en términos de felicidad, es necesario suponer la existencia de la libertad humana, la inmortalidad del alma y la existencia de Dios.


Política de Marx

Marx sostenía que el capitalismo, aunque parecía triunfar y expandirse sin límites, estaba destinado a colapsar debido a sus propias contradicciones internas. Mientras que la economía política clásica consideraba la economía de mercado capitalista como un sistema natural que surge espontáneamente en una sociedad libre, Marx lo veía como una forma de organización socioeconómica específica que apareció en un momento histórico determinado. El capitalismo se caracteriza, según Marx, por la explotación del proletariado. El trabajador genera un valor mediante su labor, pero recibe un salario inferior al valor total que produce (plusvalía), la cual es apropiada por el capitalista como beneficio, lo que constituye el núcleo de la explotación capitalista.

En esta lógica, el valor de uso de un bien se refiere a su utilidad práctica, mientras que el valor de cambio depende del tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción. En el capitalismo, la fuerza de trabajo también se convierte en mercancía, cuyo valor de cambio es el salario, pero cuyo valor de uso genera más riqueza de la que recibe el trabajador.

El sistema tiende inevitablemente a la concentración de la producción y la reducción de los salarios para mantener la tasa de beneficios. Sin embargo, esta dinámica provoca una caída en el poder adquisitivo de los trabajadores, lo que eventualmente conduce a una crisis de sobreproducción: las mercancías no se venden y las empresas colapsan. Según Marx, estas crisis no son fallas accidentales sino consecuencias inevitables de la lógica interna del capitalismo.

Para Marx, el colapso capitalista daría paso al comunismo, un sistema basado en la propiedad colectiva de los medios de producción. Este nuevo orden social eliminaría la división de clases y, por tanto, la explotación. El comunismo no busca la igualdad absoluta de ingresos, sino una gestión común de la riqueza, distribuyéndola de acuerdo con las capacidades y necesidades de cada individuo.

La transición al comunismo no sería pacífica. Marx creía que era necesario acelerar el colapso del capitalismo mediante una revolución impulsada por la clase obrera, que debía organizarse y tomar conciencia de su situación de explotación. La dictadura del proletariado, una fase transitoria, serviría para eliminar los privilegios burgueses, estableciendo una sociedad libre y autogestionada una vez que el comunismo estuviera consolidado.


Hannah Arendt

Ética de Hannah Arendt

Para Hannah Arendt, la acción es el espacio donde se manifiesta la libertad humana, ya que actuar es relacionarse con otros y tomar decisiones sin que estén determinadas previamente. Por eso, la acción es libre, impredecible e irreversible. La moral se basa en la capacidad de ponerse en el lugar del otro. Juzgar una acción implica un diálogo interno entre lo que uno quiere y lo que cree correcto hacer. Este diálogo entre pensamiento y voluntad busca coherencia entre lo que somos y lo que deseamos ser. Arendt distingue entre dos formas de mal: el mal radical, que es consciente y deliberado, y el mal banal, que surge de no reflexionar. En 1961 la prestigiosa revista The New Yorker propuso a Arendt cubrir como corresponsal el juicio contra el criminal nazi Adolf Eichmann en Israel. En sus crónicas, Arendt introduce el concepto de banalidad del mal, para explicar cómo personas completamente normales pueden terminar cometiendo actos de inimaginable crueldad, sin dar importancia a lo que hacen porque no se han parado a reflexionar sobre las órdenes que ejecutan y las consecuencias de sus acciones.

Para Arendt, esto revela la importancia de la reflexión en la ética. Arendt distingue entre conocer y pensar. Conocer es una actividad orientada a obtener verdades, objetivas y útiles, como en las ciencias; buscar resultados concretos. Pensar, en cambio, no tiene un fin práctico inmediato: es un diálogo interior continuo que examina lo que hacemos y lo que ocurre a nuestro alrededor. Mientras que el conocimiento se puede transmitir y aplicar, el pensamiento es íntimo y esencial para el juicio moral. La falta de pensamiento puede llevar a cometer actos atroces sin cuestionarlos, como en el caso de Eichmann: “los grandes crímenes no necesitan grandes motivos”. Pensar nos mantiene humanos, es la condición necesaria para la responsabilidad ética.


Antropología de Hannah Arendt

Hannah Arendt nos ofrece un brillante análisis sobre el estado de la humanidad en el mundo contemporáneo. En La condición humana, Hannah Arendt distingue entre la vida contemplativa (actividad teórica) y la vita activa, esta última abarca tres actividades fundamentales: labor, trabajo y acción. La labor está ligada a la vida biológica y a la supervivencia; el trabajo, a la creación de un mundo artificial mediante objetos duraderos; y la acción, a la interacción entre seres humanos, basada en la capacidad de iniciar algo nuevo. La acción es el momento en el que desarrollamos lo que nos es más propio: la capacidad de ser libres. Es la actividad más propiamente política y está íntimamente relacionada con la natalidad, entendida como el nacimiento de lo nuevo y la posibilidad de comenzar, que hace que no seamos únicamente un ser para la muerte como nos definió Heidegger.

Arendt subraya que la “condición humana” no equivale a una supuesta “naturaleza humana”, ya que los seres humanos son condicionados, pero no determinados absolutamente por esas condiciones. Así, la pregunta sobre “quiénes somos” no puede responderse únicamente desde lo biológico o lo social, sino que requiere comprender la libertad y la iniciativa que caracterizan a la acción humana.

Arendt reivindica la acción y el discurso como los pilares de la vida política, en contraposición a las actividades necesarias como la labor y el trabajo. Inspirada en la polis griega, destaca cómo los antiguos veían la política no como una necesidad, sino como una forma de vida libre, donde el ciudadano podía aparecer ante los demás como ser único y ejercer su libertad mediante la acción colectiva. Esta concepción se basaba en la igualdad entre ciudadanos y en la exclusión de lo útil y lo necesario del ámbito político.

Sin embargo, con Platón comienza un giro que desvaloriza la acción por su carácter impredecible e irreversible. Es en la filosofía política de Platón donde se origina la enorme superioridad de la contemplación sobre cualquier otra actividad, asignando al conocedor de las ideas eternas el deber de gobernar. Se concibe la acción como fabricación. Así se pierde el sentido original de la vita activa como modo libre de vida, quedando relegada al mismo plano que la labor y el trabajo, al plano de la necesidad. La vida contemplativa pasará a ser considerada desde entonces la única existencia verdaderamente libre.

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