La Hospitalidad Divina: La Leyenda de Baucis y Filemón en Ovidio
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Quedaron pasmados todos y tales palabras no aprobaron, y antes que todos Lélex, de ánimo maduro y de edad, así dice: «Inmenso es, y el poderío del cielo no tiene límite, y cualquier cosa que los altísimos quisieron, fue realizado. Para que menos lo dudes, hay en las colinas frigias una encina contigua a un tilo, rodeada por un muro intermedio. Yo mismo vi el lugar; pues a mí a los campos pelopeos Piteo envió, gobernados un día por su padre. No lejos de aquí hay un pantano, tierra habitable en otro tiempo, ahora aguas concurridas de mergos y fochas palustres. (625)
Júpiter aquí, en aspecto mortal, y con su padre vino el Atlantíada, el portador del caduceo, dejadas sus alas. A mil casas acudieron, pidiendo lugar y descanso; mil casas cerraron sus trancas; sin embargo, una pequeña los recibió, ciertamente cubierta de varas y caña palustre. Pero la piadosa anciana Baucis y Filemón, de igual edad, en ella se unieron en sus años juveniles; en aquella cabaña envejecieron y, confesando su pobreza, la hicieron leve, soportándola no con desfavorable ánimo. Los dos son toda la casa; ellos mismos obedecen y mandan. Así pues, cuando los celestiales tocaron esos pequeños penates y, bajada la cabeza, entraron en esas humildes puertas, el anciano, poniéndoles un asiento, les mandó aliviar sus miembros. Mientras tanto, burlan las horas intermedias con sus conversaciones. (640)
Se recostaron los dioses. La anciana pone la mesa, remangada y temblorosa. (660) Pero el tercer pie de la mesa era dispar; una teja lo hizo par; la cual, después de que, sometida a ella su inclinación, la sostuvo igualada, unas mentas verdeantes la limpiaron.
La Cena
Había un único ganso, custodia de la mínima villa; se afanan por poner sus plantas en la larga cuesta. Él, rápido de ala, fatiga a ellos, lentos por su edad, y los elude largo tiempo: los dioses impidieron que se le matara y: «Dioses somos, y sus merecidos castigos pagará esta vecindad impía», dijeron; «a vosotros se os dará ser inmunes de este mal; solamente abandonad vuestras casas y acompañad nuestros pasos, y marchad a la vez a lo alto del monte». Obedecen ambos, y con sus bastones aliviados, los dueños se aprestaban a sacrificar el ganso, el cual era para los dioses, sus huéspedes.
El Castigo
Tanto distaban de lo alto cuanto puede marchar de una vez una saeta enviada: (695) volvieron sus ojos y vieron la tierra sumergida en una laguna, y las puertas cinceladas, y la tierra cubierta de mármol. Y mientras de ello se admiran, mientras lloran los hados de los suyos, aquella vieja cabaña pequeña, incluso para sus dos dueños, se convierte en un templo: columnas sustituyeron las horquillas, (700) las pajas se doran, y los techos parecen cubiertos de oro. Contemplan todo lo demás, que solo sus techos quedan.
La Recompensa
«Decid, justo anciano y mujer digna de su esposo justo, qué deseáis». Tras hablar unas pocas cosas con Baucis, (705) Filemón abre su juicio común a los altísimos. Tales cosas entonces dejó salir de su plácida boca el Saturnio: «Solicitamos, y puesto que concordes hemos pasado los años, que una misma hora nos lleve a los dos, y que yo no vea alguna vez las hogueras de mi esposa, ni haya de ser sepultado yo por ella». A sus deseos les sigue: fueron tutela del templo mientras vida les fue dada; deshechos por sus años y edad, ante los peldaños sagrados, como estuviesen casualmente y narrasen los casos del lugar, Baucis vio retoñar a Filemón, y Filemón, más viejo, contempló retoñar a Baucis. (715) Y ya, creciendo una copa sobre sus gemelos rostros, se devolvían mutuas palabras, mientras les estuvo permitido, y: «¡Adiós, mi cónyuge!», dijeron a la vez; a la vez, escondidas, un arbusto cubrió sus bocas. El Tineio muestra todavía, de allí, «Ser sus sacerdotes y guardar vuestros santuarios».