Historia de la Literatura Española: Del Realismo al Siglo XX

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1. El Realismo y el Naturalismo: La Novela, la Poesía y el Teatro en la Segunda Mitad del Siglo XIX

El Realismo fue un movimiento artístico y literario desarrollado en Europa en la segunda mitad del siglo XIX. Encontró su vía de expresión en la novela y ofreció un retrato fiel de la vida cotidiana que describía. La novela se caracterizó por su verosimilitud y contemporaneidad, un marco espacial reconocible y contemporáneo, y una descripción minuciosa de ambientes y personajes, los cuales solían enfrentarse a algún tipo de conflicto con el medio social en el que convivían. El narrador era omnisciente, solía tener una intención crítica y, por lo general, se dirigía a un lector de clase media.

El Realismo se desarrolló más tarde en España con influencias del costumbrismo romántico, el Siglo de Oro y narraciones picarescas, como en el caso de Cecilia Böhl de Faber (La Gaviota). También resaltó la novela regionalista con Juan Valera (Pepita Jiménez), Blasco Ibáñez (La bodega) y José María Pereda (Peñas arriba). Destacó Benito Pérez Galdós con un realismo crítico y social marcado por el interés por las clases medias, en particular la burguesía madrileña, la síntesis entre lo colectivo y lo individual, una voz narradora que presentaba los hechos como testigo y el cuidado de unos diálogos realistas. En su primera etapa escribió sus novelas de tesis, denunciando el falso celo religioso como en Doña Perfecta. En su segunda etapa desarrolló novelas contemporáneas, ubicadas en Madrid, como Fortunata y Jacinta. En la última etapa creó novelas espiritualistas con personajes virtuosos como en Misericordia. Además de esta serie de novelas, Galdós dedicó parte de su vida a narrar sus Episodios nacionales, 46 novelas donde trata la historia de España del siglo XIX. Leopoldo Alas, Clarín, también destacó en el realismo crítico con La Regenta, donde la protagonista, Ana Ozores, introdujo una mirada crítica contra la mentalidad provincialista y la decadencia de la Iglesia.

El Naturalismo fue una corriente literaria relacionada con el Realismo, cuyo principal representante fue el escritor francés Émile Zola. Además, tenía un carácter pesimista y consideraba que la sociedad estaba determinada por la herencia genética y el medio social. En España, el Naturalismo no influyó de forma directa, sino que se emplearon algunos recursos como el estilo indirecto libre y el monólogo interior de forma impersonal como hizo la escritora española Emilia Pardo Bazán, autora de Los pazos de Ulloa, y Vicente Blasco Ibáñez con Cañas y barro.

Gustavo Adolfo Bécquer y Rosalía de Castro caracterizaron la poesía de la segunda mitad del siglo XIX. Las Rimas de Bécquer influenciaron en la renovación modernista, con un estilo sencillo y formal, y la obra de Rosalía mostraba un dolor ajeno y un desengaño existencial como en Cantares gallegos. También destacó la poesía sentimental e irónica de Ramón de Campoamor (Las Humoradas).

En el teatro, los gustos burgueses impusieron temas contemporáneos con un enfoque didáctico y lenguaje realista. Además del género chico, de carácter popular, se creó un nuevo género llamado alta comedia, donde destacaron autores como Tamayo y Baus, Ventura de la Vega y Adelardo López de Ayala con la obra El Tanto por Ciento.

2. Generación del 98 y Modernismo

A finales del siglo XIX y principios del siglo XX surgieron dos principales movimientos literarios en oposición al Realismo de mitad de siglo: el Modernismo y la Generación del 98. En este momento, España está sumida en una gran crisis que se agrava con la pérdida de las últimas colonias: Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Estos autores muestran su descontento con el mundo que les rodea, aunque de formas muy distintas.

El Modernismo, nacido en Hispanoamérica, se desarrolla entre 1885 y 1915, y tiene influencias de dos movimientos franceses: el Simbolismo, del que toman el uso del símbolo para mostrar una realidad última, la musicalidad y lo sensorial, y el Parnasianismo, que propugna el “arte por el arte”, la perfección formal y el gusto por temas mitológicos y exóticos. El género por excelencia es la lírica. Se puede dividir en dos etapas: una primera, que va desde la publicación de Azul (1888) de Rubén Darío hasta la aparición de sus Prosas profanas (1896) y predomina el preciosismo formal del Parnasianismo; y una segunda, hasta el final del Modernismo en 1914, más personal y filosófica en la que se da una mayor influencia simbolista. Los modernistas tratan temas como la evasión a escenarios ideales, la crisis espiritual, la sensualidad, el erotismo y el cosmopolitismo, el dandismo y la bohemia. En España, Manuel Machado (Alma, Ars moriendi) será el máximo representante de este movimiento, poeta que escribirá también poesía popular andaluza (Cante jondo). Varios autores de la Generación del 98 comenzaron su trayectoria como modernistas, destacando Valle-Inclán (Sonatas, 4 relatos en prosa que coinciden con las estaciones del año y que cuentan la autobiografía ficticia del Marqués de Bradomín) y Antonio Machado (Soledades y Campos de Castilla). También es importante la obra Soledades de la primera etapa de Juan Ramón Jiménez.

La Generación del 98 reúne a un conjunto de escritores unidos por la misma insatisfacción hacia su realidad; este grupo lo forman Miguel de Unamuno, Azorín, Pío Baroja, Ramón María del Valle-Inclán, Ramiro de Maeztu y Antonio Machado. Centran su preocupación por España en Castilla, que se convierte en la representante de la esencia de España, de sus tradiciones, de su cultura, de su gente. También mostrarán sus reflexiones existenciales sobre el sentido de la vida, la fe, la muerte y el vacío vital. Los autores noventayochistas cultivarán mayormente el ensayo y la novela. En esta generación destacan Pío Baroja, autor que ha perdido la fe en el hombre y que muestra en sus trilogías su visión negativa y desesperanzada (El árbol de la ciencia, Zalacaín el aventurero); Azorín (La voluntad, en la que reflexiona sobre el sentido de la vida, y La ruta del Quijote) o Miguel de Unamuno, que crea las nivolas, relatos donde mezcla la narración con reflexiones filosóficas que giran en torno a sus dudas existenciales como muestra en San Manuel Bueno, mártir, Niebla y La tía Tula. Unamuno también creará el concepto de “intrahistoria” en En torno al Casticismo, fundamental para la generación, donde los protagonistas en la historia son las personas anónimas.

3. Novecentismo, Generación del 14 y Juan Ramón Jiménez

El siglo XIX termina con el desastre del 98. El país está inmerso en una grave crisis económica y conflictos sociales mientras el mundo vive la Primera Guerra Mundial. La segunda década del siglo XX fue una etapa de innovación y experimentación en Europa. Surge una nueva generación de autores que defienden una nueva forma de hacer arte, más intelectual, un arte puro, y que recibió el nombre de Novecentismo o Generación del 14. Los autores de esta generación, en su empeño por la innovación, se alejan de los excesos estéticos del Modernismo y del interés por el paisaje y Castilla de los autores noventayochistas. Se caracterizan por su intelectualismo, racionalismo, antirromanticismo, preocupación por la europeización del país, búsqueda de un arte puro, clasicismo, la preocupación por el lenguaje.

El poeta más representativo fue Juan Ramón Jiménez, que evolucionó del Modernismo al intelectualismo. La separación de su primera etapa modernista (Platero y yo), su etapa de poesía intelectual (Diario de un poeta recién casado) y su última etapa, tras su exilio, se caracteriza por su obsesión por la muerte y la eternidad, y la búsqueda de la poesía pura (Espacio, Animal de fondo). Uno de los mayores representantes de la novela novecentista fue Ramón Pérez de Ayala. Podemos distinguir en su obra tres etapas: una etapa realista, con una visión amarga y autográfica de la vida (A.M.D.G.); una segunda etapa, “Novelas poemáticas de la vida española” (Luz de domingo); la tercera, la más lograda e intelectual (Belarmino y Apolonio). Gabriel Miró sobresale en la denominada novela lírica, caracterizada por el dominio del lenguaje, rico estilo descriptivo y el desarrollo de muy poca acción. Destaca su obra El obispo leproso.

El ensayo anterior a la Guerra Civil alcanzó un gran desarrollo. En él destacó José Ortega y Gasset. Escribió numerosos artículos de prensa y meditó sobre los más variados asuntos del acontecer humano en su “Revista de Occidente”. Destaca por su estilo claro y elegante, cargado de metáforas. Algunos de sus temas son la regeneración de España (España invertebrada y La rebelión de las masas, en la que defiende un país gobernado por una élite de individuos preparados); reflexiones sobre el nuevo arte puro (La deshumanización del arte, una descripción del fenómeno de la vanguardia en España); la propia literatura, puesto que ofrece su visión sobre asuntos como el concepto de género, la novela o el análisis de obras concretas. Otro importante ensayista fue Eugenio D’Ors, que cultivó una forma personal de ensayo, la glosa, breves artículos donde aborda temas filosóficos, sociales y culturales con actitud crítica. Sus glosas fueron recopiladas en libros como Glosari y Nuevo glosario. Defiende ideas como la vuelta al clasicismo y un arte tradicional, racional y deshumanizado.

4. Vanguardias

A comienzos del siglo XX, surgen una serie de movimientos que se oponen con virulencia al pasado y que proponen, con sus manifiestos, nuevos caminos para el arte y las letras y suponen un camino a una renovación del concepto de literatura y del lenguaje poético: las vanguardias o ismos. Se caracterizan por su afán experimental y su voluntad rupturista con respecto al arte anterior; pretenden desarrollar un arte nuevo y hacen gala de un marcado antisentimentalismo. Este afán de originalidad les hará renegar de los valores y formas de expresión tradicionales de la cultura y ello traerá como consecuencia la obsesión por la experimentación de nuevas formas. Son movimientos diversos e incluso contradictorios que buscan la provocación, la polémica, el exhibicionismo. Suelen darse a conocer en las revistas literarias mediante proclamas o manifiestos.

El Futurismo fue fundado por el italiano Filippo Tommaso Marinetti, que publicó en 1909 el Primer manifiesto futurista. Admiran los avances técnicos: la velocidad, las máquinas, la industria, la guerra, etc. El Cubismo, cuyos inicios se sitúan en la pintura, buscaba la descomposición de la imagen tradicional en diversos ángulos y perspectivas. Su adaptador literario fue Guillaume Apollinaire, inventor de los caligramas. El Dadaísmo (de “dadá”, imitación de los primeros balbuceos del bebé) fue fundado por Tristan Tzara (1916). Pretende romper con el arte y la literatura de la corrompida sociedad burguesa, para recuperar la falta de lógica y la inocencia de la infancia. El Expresionismo, surgido en Alemania, propone la exteriorización de conflictos y tensiones internas a través de una expresividad exagerada y la deformación de rasgos físicos y psíquicos mediante hipérboles, caricaturas, etc. Destaca el autor Franz Kafka. El Surrealismo se dio a conocer en el Manifiesto surrealista publicado en 1924 por André Breton. Supuso la proyección creadora de las teorías sobre el inconsciente y la interpretación de los sueños de Sigmund Freud. Se emplea la escritura automática, que supone la transcripción en bruto de ideas y palabras que pasan por la cabeza del escritor. Este ismo influyó en los poetas del 27.

La labor de ciertos intelectuales que difundieron los ismos europeos en publicaciones como “Prometeo” o la “Revista de Occidente” contribuyó a la llegada de nuevas corrientes en España. Ramón Gómez de la Serna, director de “Prometeo”, se encargó de traducir y publicar en España el Manifiesto futurista y la Proclama futurista a los españoles. Aunque escribió novelas de temas muy diversos, es conocido sobre todo por sus greguerías, sorprendentes asociaciones de humorismo y metáfora. El Ultraísmo (que aúna Cubismo, Futurismo y Surrealismo) se difundió a través de la revista “Ultra”, y sus autores pretendían ir más allá de la realidad, con una visión lúdica y humorística. Destacaron en él autores como Guillermo de Torre. El Creacionismo, fundado por Vicente Huidobro, aspiraba a convertir la poesía en una realidad autónoma y ajena al mundo exterior. Los autores españoles Gerardo Diego (Manual de espumas) y Juan Larrea (Rendición de espíritu) fueron importantes en esta corriente.

5. Generación del 27 y Federico García Lorca

La Generación del 27 se constituyó como un conjunto de escritores que compartieron vínculos personales y profesionales en la década de 1920. Con un espíritu innovador, convivieron en la Residencia de Estudiantes de Madrid, colaboraron en revistas literarias como “La Gaceta Literaria” y destacaron con la publicación de poemas en la antología Poesía española contemporánea, elaborada por Gerardo Diego. Sus temas abordaron la modernidad, el amor, el compromiso social y político, así como la experiencia del desarraigo y el exilio.

Hasta 1928, se evidencian influencias de las vanguardias, Juan Ramón Jiménez, Luis de Góngora y la deshumanización de Ortega y Gasset. Posteriormente, entre 1928 y el estallido de la Guerra Civil, se observa una recuperación de contenidos sociales y políticos con tintes y metáforas surrealistas, marcando una fase de rehumanización. Tras la Guerra Civil, muchos integrantes se exiliaron, generando una profunda angustia existencial y nostalgia por España.

Entre los poetas, Pedro Salinas sobresale por su enfoque intelectual y profundo con una visión idealista del amor en obras como La voz a ti debida, y tras la guerra recuerda su juventud y la modernidad urbana. Aparte, Jorge Guillén representa la poesía pura (Cántico) y Gerardo Diego transita desde una poesía vanguardista hacia una "relativa" y popular, como se aprecia en Alondra de verdad. Vicente Aleixandre aborda inicialmente temas amorosos y destructivos (Espadas como labios), para luego concebir la poesía como medio de comunicación y reflexionando finalmente sobre su propia vida con influencias surrealistas. Rafael Alberti inicia con una poesía neopopular (Marinero en tierra), y más tarde recibe influencias surrealistas en una poesía social. Mientras, Luis Cernuda, en su etapa sevillana, utiliza una métrica y temática clásica, mientras que en su etapa madrileña adopta un estilo surrealista (Donde habite el olvido) culminando en la etapa del exilio. Aparte, Dámaso Alonso fue influido por la poesía pura de Juan Ramón Jiménez en (Poemas puros). Entre las autoras, destacan Concha Méndez, con un tono vitalista y dolido (Niño y sombras), y Ernestina de Champourcín, con una poesía íntima en (Cántico inútil). También resalta Carmen Conde, quien defiende la causa de la mujer en Mujer sin Edén, y Josefina de la Torre, que expresa el gozo de vivir en obras como Poemas de la isla.

Federico García Lorca comienza con una etapa con clara influencia de la lírica popular y del Surrealismo, como en Romancero gitano. Su estancia en Nueva York en 1929 le marcó profundamente. En Poeta en Nueva York, su estilo se orienta hacia la protesta social en lo temático, y hacia el Surrealismo en lo formal. En cuanto al teatro lorquiano, comienza con la innovadora obra de El maleficio de la mariposa, para seguir con drama histórico (Mariana Pineda) y farsas para personas y para guiñol (Retablillo de don Cristóbal). También realiza un teatro surrealista, muy difícil de interpretar. Sin embargo, sus obras más importantes son sus tragedias del mundo rural, como Bodas de sangre, La casa de Bernarda Alba y Yerma.

6. Poesía y Teatro de 1936

Tras la Guerra Civil, los autores intentaron evitar la censura. El teatro, de tipo comercial, consiguió experimentar con el humor y, al mismo tiempo, surgieron dos corrientes poéticas: la poesía arraigada, vinculada al franquismo, y la desarraigada, en contra del régimen. Miguel Hernández constituyó un puente con los autores del 27 y los poetas de los 40, quien destaca por su complejidad lingüística (Perito en lunas) y compromiso político.

La poesía arraigada trató temas tradicionales con métricas clásicas, como Luis Rosales y su búsqueda interior (La casa encendida). La poesía desarraigada fue más pesimista y directa. Aquí se encuentra Dámaso Alonso, quien reflexiona sobre la injusticia (Hijos de la ira). En la poesía del exilio destaca Emilio Prados, quien trata la nostalgia de España (Jardín cerrado), la obra cálida y musical de Manuel Altolaguirre (Las islas invitadas) y León Felipe resalta con un estilo libre (El llanto es nuestro). El teatro presentó una crítica a la burguesía, incluyendo a José Calvo Sotelo (La muralla), José López Rubio (Celos del aire) y Edgar Neville (El baile). Además, Enrique Jardiel Poncela creó el teatro de lo inverosímil (Eloísa está debajo de un almendro) y Miguel Mihura resaltó por su uso del humor (Tres sombreros de copa).

En los años 50 surge el teatro soterrado o existencial. Destacó el grupo Arte Nuevo, que buscaba superar el arte burgués con dramaturgos como Alfonso Sastre, quien trató temas sociopolíticos (Escuadra hacia la muerte), el teatro para el pueblo de Lauro Olmo (La camisa), y Antonio Buero Vallejo, que suscitaba la reflexión de los espectadores (Historia de una escalera). A la vez surgió la poesía social, donde destacó Blas de Otero, quien se centró en la solidaridad humana (Pido la paz y la palabra), y Gabriel Celaya, cuya lengua es intensa y combativa (Cantos íberos). Al mismo tiempo, Ángela Figuera trató contenidos de la lírica desarraigada (Belleza cruel) y, por último, José Hierro siguió dos vías, la de los reportajes y la de las alucinaciones, resaltando Tierra sin nosotros.

En los años 60, surgieron tendencias innovadoras. Fernando Arrabal evolucionó hacia el teatro pánico que conciliaba con el absurdo (El cementerio de los automóviles), y Francisco Nieva trató la imposibilidad del desarrollo humano por la represión (Pelo de tormenta). En esta época, los poetas, también llamados Generación del 50, indagan en la experiencia individual. Destacan Ángel González, que busca la complicidad de los lectores (Áspero mundo), y Jaime Gil de Biedma, quien combina la emoción y la razón bajo su poemario Las personas del verbo. Cabe nombrar a José Ángel Valente (A modo de esperanza) y Claudio Rodríguez (Don de la ebriedad), conocidos por su originalidad. Al final de la década surgieron poetas que rechazaron al realismo, llamados los Novísimos, de los que Arde el mar, de Pere Gimferrer, es considerada su precursora. Aquí resaltan Leopoldo María Panero (Así se fundó Carnaby Street), Antonio Colinas (Sepulcro en Tarquinia), quien trató los misterios humanos, y Ana María Moix, marcada por el cosmopolitismo (A imagen y semejanza).

7. Novela de 1936

La novela española en la posguerra experimentó una evolución marcada por el exilio y la desaparición de temas por la censura franquista, por lo que los autores recurrían a sutilezas y dobles sentidos para que sus obras no fueran vetadas.

En los años 40, surgieron la novela idealista y la novela existencial. La novela idealista, a su vez, comprendía una tendencia política donde se ensalzaban los valores tradicionalistas y católicos del franquismo como Javier Mariño de Gonzalo Torrente Ballester, y una tendencia a la evasión de la guerra. Las novelas existenciales exploraban la miseria moral y material, con personajes desilusionados y desarraigados, donde destaca Nada de Carmen Laforet, con un estilo sencillo y un ambiente moral degradado. También cabe recalcar La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela, quien inaugura el tremendismo, que narra los aspectos más sórdidos y violentos de la realidad en primera persona.

La narrativa española de los años 50 se caracterizó por el realismo social, centrado en clases trabajadoras y con un enfoque realista. Además, solía haber un protagonista colectivo, narrador objetivo, estructura lineal y lenguaje sobrio y claro. Aquí sobresalen La colmena de Camilo José Cela, de la cual el eje temático es la vida colectiva marcada por la miseria económica y moral; y Las ratas de Miguel Delibes, que se narra a través de una mirada infantil. También es notable Rafael Sánchez Ferlosio con su objetivismo y fidelidad al habla popular de la clase trabajadora de Madrid en El Jarama, e Ignacio Aldecoa, conocido por condensar las tramas en obras como La tierra de nadie.

La novela experimental iniciada en los años 60 sobresale con una cronología desordenada, y el uso de monólogo interior y estilo indirecto libre, retratados en Tiempo de silencio de Luis Martín-Santos. También destacan obras como Mazurca para dos muertos de Camilo José Cela, La Saga/Fuga de J.B. de Gonzalo Torrente Ballester, donde se introducen elementos reales de Galicia junto a la parodia, y Los santos inocentes de Miguel Delibes, que fusiona el amargo realismo crítico con una técnica narrativa experimental. Otros autores notables incluyen a Juan Marsé, quien mezcla el suspense con la crítica social en obras como Encerrados con un solo juguete, Juan Goytisolo con Señas de identidad, Luis Goytisolo con Antagonía, y Juan Benet, cuya obra destacada es Volverás a Región, un relato ambiguo que produce una sensación de inmovilidad.

Por otro lado, la narrativa española del exilio se distinguió por abordar el tema de España, la identidad y la biografía individual. Rosa Chacel tuvo un enfoque intelectual e intimista, cuya obra más sobresaliente fue Teresa, que tiene como tema el amor. Ramón J. Sender destacó por centrarse en la Guerra Civil en obras como Crónica del alba, y Max Aub estuvo ligado a las vanguardias con obras como Luis Álvarez Petreña. Por último, Francisco Ayala se hizo conocido con la novela vanguardista y recopilaciones de cuentos, y criticó la dictadura en obras como Muertes de perro.

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