Historia de una escalera valoración critica

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Buero Vallejo pertenece a la generación de la que Albert Camus

 dijo que debía estar “al servicio de la verdad y de la libertad”. Con

 esta obra de 1949 con la que obtuvo el éxito de crítica y público,

 el dramaturgo manifiesta su pasión por estos valores. Historia de

una escalera es un drama comprometido con la realidad inmediata

 que reaparece en escena tras haber sido escamoteada durante diez

 años. Tiene aspectos tomados del sainete, como el ambiente, el

lenguaje, las discusiones de patio de vecinos… Pero a pesar de ello

 y de la identidad de clase social de los protagonistas, no hay relación

 entre ellos, porque Buero no se propone una descripción costumbrista

, desgarrada, de tipos y ambientes, sino algo que trasciende a ellos

 mismos. La obra plantea la imposibilidad de las clases humildes de

 realizar sus ideales, unas veces por falta de voluntad, otras por las

circunstancias que los rodean y a menudo por todo a la vez. El signo

 escénico y dramático de esa imposibilidad es la escalera de una casa

 de vecinos, por la que suben a lo largo de treinta años, sin poder

escapar de ella. La escalera simboliza la inmovilidad social. La obra

 es la historia de una frustración individual y colectiva, drama ligado

 a un medio social, a un ambiente opresivo en el que la Guerra Civil,

 aunque no se hable de ella abiertamente, está siempre presente como

fondo.
Historia de una escalera puede considerarse el equivalente

dramático de la novela y la poesía publicadas a partir de 1945: La

familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela o Hijos de la ira, de

 Dámaso Alonso.

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La obra contiene un alto grado de subjetividad, algo lógico si

pensamos que el tema es una crítica social. También es lógico

 que el propio autor tome partido por una de las opciones en

conflicto y que incluso pretenda convencer al lector de ello.

Sin embargo, el problema del texto radica el tratamiento del

 tema. Para conseguir sus objetivos evita comprometer al

lector a la hora de posicionarse, porque todo nos es dado.

Así, en los personajes priman los arquetipos sociales por

encima del análisis psicológico, sin ningún matiz, todos son

positivos o negativos de acuerdo con su posición ideológica

 respecto del tema planteado, casi hasta el punto de poder

clasificarlos como buenos y malos. Un tratamiento así de

simplista, que impide cualquier reflexión personal requiere

 de otros elementos que la sostengan. Para ello el ambiente

 y el lenguaje son hábilmente empleados para sugerir una

ilusión de Realismo. En todo caso la obra debe ser valorada

 en el contexto social de su tiempo. Para un espectador de

mediados de los 80 el sistema represivo del franquismo

aún seguía vigente en numerosos elementos del sistema.

 así podemos comprender el altísimo grado de negatividad

 que para el autor y el lector de su tiempo representa el

 personaje de Alberto policía. La radicalidad de los personajes

 no es más que un reflejo de la sociedad fuertemente

 polarizada de la joven democracia de 1985 (recordemos

 que tan solo cuatro años antes se había producido el golpe

de estado).

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