Hispania Romana y el Reino Visigodo: Conquista, Romanización y Unificación

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Hispania Romana: Conquista y Romanización de la Península

A finales del siglo III a.C., Roma inició una política expansiva que la llevó a conquistar la Península Ibérica. La conquista de Hispania se desarrolló en tres etapas:

Primera Etapa (218-197 a.C.)

Comenzó con la Segunda Guerra Púnica. Aníbal, el general cartaginés, invadió Italia, pero fue derrotado. Como respuesta, el general romano Escipión el Africano ocupó la costa mediterránea de la Península Ibérica tras la toma de Emporion (Ampurias), expulsando a los cartagineses.

Segunda Etapa (197-133 a.C.)

Roma se enfocó en el centro de la Península. Derrotó a los celtíberos, conquistó Numancia y sometió a los lusitanos tras la muerte de su líder, Viriato. Además, se incorporó Galicia al dominio romano.

Tercera Etapa (133-19 a.C.)

Comenzó con la conquista de las Islas Baleares. Posteriormente, bajo el mandato del emperador Octavio Augusto, se incorporaron al Imperio los pueblos del norte peninsular (cántabros, astures y vascones). Augusto impuso la Pax Romana, iniciando así la romanización de la Península.

La Romanización de Hispania

La romanización fue el proceso mediante el cual los pueblos conquistados por Roma adoptaron su lengua, cultura y modo de vida. En Hispania, este proceso comenzó con la conquista y se consolidó gracias a la influencia del ejército, los comerciantes y los funcionarios romanos. Como resultado, Hispania heredó un legado cultural significativo.

Características Principales de la Romanización

  • Difusión del latín vulgar: Dio origen a las lenguas romances (como el galaicoportugués, el castellano y el catalán) y se convirtió en la base de la comunicación y la cultura de los pueblos hispanos.
  • El derecho romano: Estableció la organización política y social. Hispania fue dividida en provincias y municipios con leyes romanas. Algunos ejemplos de provincias fueron: Tarraconensis, Lusitania y Baetica, gestionadas por magistrados locales bajo la supervisión de Roma.
  • Fundación de ciudades: Ciudades como León (Legio), Zaragoza (Caesaraugusta), Mérida (Emerita Augusta) y otras fueron fundadas como bases militares, comerciales y de control territorial. Estas ciudades incluían infraestructuras como calzadas, puentes (Alcántara) y acueductos (Segovia), conectadas por una red de calzadas, como la Vía de la Plata, facilitando el comercio y el transporte de las legiones.
  • Infraestructura pública: Los romanos construyeron obras como puentes, acueductos, calzadas y sistemas de alcantarillado, mejorando el transporte y el comercio. Muchas de estas obras siguen vigentes, como el acueducto de Segovia o el puente de Alcántara.
  • Riquezas mineras y agrícolas: Los romanos explotaron recursos mineros como las Médulas e introdujeron nuevas técnicas agrícolas (como el arado romano y el regadío), impulsando nuevas industrias (como la salazón, tejidos, la cerámica o el aceite), lo que dinamizó la economía de la Península.

La Monarquía Visigoda

Durante la crisis del Imperio Romano a finales del siglo IV, varios pueblos germánicos comenzaron a invadir sus territorios. Entre ellos, los suevos, vándalos y alanos fueron los más importantes en la Península Ibérica.

En el año 409 d.C., estos pueblos invadieron diferentes zonas: los suevos se dirigieron a la Gallaecia (noroeste), los vándalos ocuparon la actual provincia de León, y los alanos se establecieron en Cartaginensis y Lusitania (centro y suroeste). Ante estas invasiones, el Imperio Romano se alió con los visigodos mediante un tratado llamado foedus en el año 416 d.C. Este acuerdo les otorgaba tierras a los visigodos a cambio de ayuda militar.

Gracias a esta alianza, los visigodos lograron empujar a los alanos y vándalos hacia el sur, a la Baetica, mientras ellos se asentaban en Aquitania (en la actual Francia). Posteriormente, cuando los suevos volvieron a avanzar desde Gallaecia, Roma pidió otra vez ayuda a los visigodos, que bajo el liderazgo de Teodorico II, redujeron la presencia sueva en el noroeste. Así, los visigodos comenzaron a tomar el control de la Península Ibérica, especialmente tras la caída del Imperio Romano de Occidente en 476 d.C.

Los visigodos establecieron el Reino Visigodo con capital en Toledo y consolidaron un estado unificado e independiente en la Península. Este nuevo reino tenía una mezcla de tradiciones germánicas y romanas. A partir de este momento, llevaron a cabo tres grandes procesos de unificación:

Unificación Territorial

El rey Leovigildo (568-586) expandió el control visigodo sobre toda la Península. Derrotó a los suevos en Gallaecia, sometió a los vascones y expulsó a los bizantinos que ocupaban el sur de la Península.

Unificación Religiosa

Aunque los visigodos eran inicialmente arrianos (una rama del cristianismo que consideraba que Cristo era inferior a Dios), la mayoría de la población hispanorromana seguía la doctrina católica. Para solucionar esta división, el rey Recaredo (hijo de Leovigildo), en el III Concilio de Toledo (589), abandonó el arrianismo y adoptó el catolicismo, logrando la unidad religiosa entre visigodos e hispanorromanos.

Unificación Jurídica

Hasta mediados del siglo VII, los visigodos y los hispanorromanos seguían leyes diferentes. Los visigodos tenían el Código de Eurico, mientras que los hispanorromanos seguían el Breviario de Alarico. El rey Recesvinto (649-672) unificó ambas legislaciones en el Fuero Juzgo (o Liber Iudiciorum), creando un cuerpo legal que combinaba elementos del derecho romano (escrito) y germánico (oral o consuetudinario).

Organización Política del Reino Visigodo

El reino visigodo era una monarquía electiva; el rey no heredaba el trono automáticamente, sino que era elegido por los nobles. Esto generaba muchos conflictos internos porque los distintos grupos de poder competían por imponer a sus candidatos. La principal institución política era la Asamblea de los hombres libres, formada por los hombres más influyentes social y políticamente. Esta asamblea delegaba el poder en el rey, pero algunos monarcas intentaron implantar la monarquía hereditaria, lo que no siempre fue aceptado.

Además, el monarca contaba con un grupo de asistentes, el Oficio Palatino, que se encargaba de las actividades del palacio. Este oficio se dividía en dos cuerpos principales: el Aula Regia, que se ocupaba de los asuntos civiles (compuesta por los comes), y los Concilios de Toledo, donde participaban los obispos, quienes también jugaban un papel importante en asuntos religiosos y jurídicos.

A nivel territorial, el reino se dividía en provincias dirigidas por duques (duces) y ciudades bajo el control de los condes (comites civitates), quienes representaban el poder del rey a nivel local. Los gardingos, nobles cercanos al monarca, también ejercían gran influencia. A pesar de esta estructura de poder, la sociedad visigoda era mayoritariamente rural, centrada en grandes fincas o villas. Las ciudades, que habían sido importantes en tiempos del Imperio Romano, estaban en decadencia.

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