La Gran Transformación Europea: Demografía, Migraciones y Ciudades Industriales (Siglos XVIII-XIX)
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La Expansión Demográfica y Urbana en Europa (Siglos XVIII-XIX)
Crecimiento Demográfico y Flujos Migratorios en Europa
En 1700, la población mundial era de 610 millones de personas, pero a partir del siglo XVIII, esta cifra se disparó, alcanzando los 1.600 millones en 1900. La fuerte expansión demográfica europea se explica por un incremento de la natalidad, resultado del aumento de la producción agraria, nuevas rotaciones de cultivos y una mayor disponibilidad de estiércol. Sin embargo, estas mejoras no fueron posibles en zonas como la del Mediterráneo debido a sus características edafológicas y climáticas, lo que llevó a optar por una expansión de las tierras de cultivo.
A finales del siglo XVIII y principios del XIX, la agricultura comenzó a industrializarse mediante la intensificación del campo y el uso de fertilizantes de síntesis (nitratos). Este proceso, que comenzó en Estados Unidos y el Reino Unido, se masificó en el siglo XX. Paradójicamente, la tendencia inicial fue hacia un aumento de la energía animal, lo que conllevaba una gran demanda de mano de obra. El mercado agrícola se internacionalizó durante el siglo XIX y el comercio de insumos se mundializó.
La globalización del comercio conllevó la mundialización de las enfermedades. La población, al estar continuamente expuesta, desarrolló mayor resistencia. El incremento de la población fue una estrategia adoptada por las clases más pobres, ya que una familia numerosa representaba una forma de acumular energía humana para garantizar el sustento básico.
Este incremento poblacional provocó tres oleadas migratorias principales:
- Migración campo-ciudad: Se produjo en los estados industrializados, generando un fuerte crecimiento de las ciudades europeas desde 1750.
- Desplazamiento transoceánico: Millones de europeos emigraron hacia América, un proceso que culminó con la Gran Depresión.
- Movilización de mano de obra asiática: Millones de indios y chinos fueron movilizados hacia plantaciones, minas y proyectos de construcción de infraestructuras (conocido como el “comercio de culis”).
Ventajas de las Migraciones para el Capitalismo
Estos movimientos migratorios fueron permitidos debido a las ventajas que ofrecían a los capitalistas:
- La reproducción de la fuerza de trabajo se realizaba en otra sociedad, por lo que no se pagaba.
- Los migrantes tenían menos derechos laborales y sociales.
- Generaron una presión a la baja sobre los salarios.
- Permitían regular el flujo de migrantes según las necesidades económicas.
La motivación principal de estas migraciones fue el hambre, exacerbada por la nueva sociedad de mercado y la mercantilización del campo.
Explosión Urbana y el Surgimiento de la Ciudad-Fábrica
Ya en el siglo XVII, el número de ciudades con más de 100.000 habitantes había crecido. Sin embargo, durante el siglo XIX se produjo un cambio significativo en la escala del crecimiento urbano, especialmente en las regiones donde se desarrollaba la Revolución Industrial. Esto conllevó una reorganización espacial de los sistemas socioecológicos, un proceso acompañado de profundos cambios sociales, como una mayor especialización.
Esta explosión urbana estuvo motivada por el fuerte crecimiento demográfico y el flujo migratorio del campo a la ciudad, sumado a que la acumulación de capital se concentraba en los centros urbanos.
Factores Impulsores del Crecimiento Urbano
Factores físicos como el aumento de la productividad agrícola, el transporte barato, la posibilidad de trasladar masivamente el carbón mediante el ferrocarril y el crecimiento de instalaciones fabriles (dando origen a la ciudad-fábrica) fueron indispensables.
El fuerte crecimiento urbano rompió con el concepto de la ciudad como un espacio delimitado. Esto agravó los problemas existentes, degradando significativamente la calidad de vida en estas urbes. El estallido urbano-industrial provocó tasas de mortalidad más altas que en el espacio rural debido a las precarias condiciones higiénicas. Ante esta situación, el parlamento británico contempló en 1841 reformas para mejorar la salubridad y la habitabilidad de las ciudades (como el saneamiento de agua y la instalación de retretes en las viviendas), y se crearon servicios públicos esenciales, como el de bomberos.
En Europa, el urbanismo trató de adaptar la ciudad tradicional a las nuevas demandas del capital, permitiendo una mayor movilidad y gobernabilidad. La integración del ferrocarril permitió comunicar las ciudades entre sí y unificar los mercados estatales.
A finales del siglo XIX, aparecieron los primeros automóviles, lo que supuso un salto cualitativo en el desplazamiento individual. En la misma época, la bicicleta irrumpió en las ciudades. A todas estas novedades en el plano de la comunicación se sumó el telégrafo.