El Gran Siglo Europeo: Poder, Economía y Pensamiento en el XVII

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El Mercantilismo: Doctrina Económica Dominante en la Europa de los Siglos XVI y XVII

El mercantilismo fue una doctrina económica dominante en Europa durante los siglos XVI y XVII. Su idea central consistía en que el Estado debía controlar el comercio para acumular riqueza, especialmente en forma de metales preciosos. Aunque con el tiempo ha recibido críticas por su carácter intervencionista, representó la primera formulación de una economía moderna, donde el poder económico y el político iban de la mano.

El Colbertismo: El Modelo Francés de Mercantilismo

Uno de los casos más representativos fue el de Francia, con Jean-Baptiste Colbert, ministro de Luis XIV, como figura clave. El llamado colbertismo buscó fortalecer la economía nacional mediante:

  • El aumento de aranceles.
  • La creación de una poderosa marina comercial y militar.
  • La fundación de compañías coloniales (como en Las Antillas o Canadá).
  • El impulso de manufacturas protegidas, especialmente textiles.

Todo ello con el fin de reducir la dependencia exterior y proyectar la supremacía económica francesa. Sin embargo, el modelo colbertista tuvo serias limitaciones:

  • No consiguió consolidar un mercado interior por la escasa capacidad adquisitiva del campesinado.
  • Descuidó la agricultura.
  • Ignoró las leyes básicas del mercado (como la oferta y la demanda).
  • Encontró resistencias incluso dentro del sector comercial francés, que reclamaba mayor libertad económica.

Tensiones Internacionales Generadas por el Mercantilismo

El mercantilismo también generó tensiones internacionales. Francia rivalizó con España y con las Provincias Unidas por el control del comercio colonial y los recursos del Atlántico. Estas tensiones incluyeron ataques a flotas, uso estratégico de aranceles y conflictos como la Guerra de Sucesión Española, tras la cual los Borbones accedieron al trono hispánico. Pese a sus fracasos, Colbert dejó una marina modernizada, una legislación comercial más avanzada y un impulso inicial a la industria, aunque sus propuestas no llegaron a consolidarse plenamente por la falta de apoyo interno y la orientación continentalista de Luis XIV, que priorizó las guerras en Europa sobre el comercio global.

El Mercantilismo Inglés: Un Modelo Flexible y Eficaz

Durante el siglo XVII, las teorías mercantilistas fueron adoptadas por varios Estados europeos, pero fue Inglaterra quien mejor supo integrarlas en su modelo político, económico e institucional. Frente a la rigidez del modelo francés liderado por Colbert, Inglaterra desarrolló una fórmula más flexible y eficaz, articulada entre el Parlamento, la monarquía y el mercado colonial. Este proceso estuvo condicionado por las Revoluciones Inglesas, que reforzaron el papel del Parlamento y permitieron una transformación del sistema económico bajo el liderazgo de sectores como la gentry, comerciantes y juristas.

Pilares del Modelo Mercantilista Inglés

Uno de los pilares de este modelo fue el proteccionismo. Se prohibió la importación de productos que compitieran con la industria nacional y se fomentó el control estatal del comercio exterior mediante instrumentos como las Actas de Navegación (desde 1651), que excluían a barcos extranjeros del comercio inglés. Estas medidas consolidaron el dominio marítimo de Inglaterra, provocaron guerras con los Países Bajos y convirtieron a la nación en la gran potencia naval del siglo XVIII. Además, se limitó el desarrollo industrial en las colonias para garantizar que funcionaran como mercados cautivos de productos ingleses.

El Papel del Parlamento y la Gentry en el Mercantilismo Inglés

El Parlamento asumió el control del comercio, subordinando a las antiguas compañías comerciales, que perdieron autonomía. El sistema se basó en monopolios dirigidos desde Londres, consolidando un modelo de Estado mercantilista. La gentry, como clase intermedia entre la nobleza y la burguesía, impulsó tanto reformas económicas como legales y jugó un papel decisivo en la expansión agraria, la industrialización y el comercio exterior.

La Agricultura como Base Estratégica

A diferencia del modelo francés, Inglaterra integró la agricultura como base estratégica del mercantilismo. Se protegió la producción cerealista, se mejoraron las técnicas agrarias y se logró la autosuficiencia alimentaria. Esto permitió generar excedentes y reforzar las exportaciones, lo que favoreció el crecimiento económico y fortaleció el comercio internacional. Este equilibrio interno contribuyó a que Inglaterra no se viera tan afectada por las crisis agrarias que golpearon a otros países.

El Pensamiento Político del Siglo XVII: Fundamentos y Corrientes

Durante el siglo XVII, el pensamiento político europeo se articuló en torno al derecho natural, entendido como un conjunto de principios éticos inherentes al ser humano. Este enfoque impulsó reflexiones sobre los derechos individuales, la legitimidad del poder y el papel del Estado, dando lugar a la idea del contrato social entre gobernante y gobernados. A partir de esta base, surgieron cuatro grandes corrientes ideológicas:

  1. El iusnaturalismo, que criticaba el poder absoluto y defendía que la ley deriva de principios racionales superiores.
  2. El absolutismo, que consolidaba la autoridad total del monarca.
  3. Las teorías individualistas, que exaltaban la libertad y preludiaban el liberalismo.
  4. Las corrientes radicales como los Levellers y Diggers, que proponían la igualdad natural, el sufragio universal y modelos de vida comunal inspirados en valores religiosos alternativos.

Teóricos Clave de la Filosofía Política Moderna

Este contexto propició el nacimiento de una filosofía política moderna, alejada de la teología, e influida por el racionalismo. Entre los teóricos más influyentes destaca Thomas Hobbes, quien en su obra Leviatán defendió un absolutismo secular basado en la necesidad de un poder indivisible para evitar el caos social. Por su parte, Jacques-Bénigne Bossuet formuló una defensa teológica del absolutismo, afirmando que el poder del monarca emanaba de Dios. Frente a ellos, John Milton defendió libertades civiles como la libertad de prensa y religión, aunque excluyó al catolicismo. Finalmente, John Locke sentó las bases del liberalismo, rechazando el origen divino del poder real y defendiendo un contrato social destinado a proteger derechos fundamentales como la vida, la libertad y la propiedad, así como la separación de poderes. Estas ideas serían fundamentales para las revoluciones del siglo XVIII, como la Revolución Americana.

El Absolutismo Europeo: Fundamentos Teóricos e Instrumentos de Poder

El absolutismo fue la forma predominante de organización política en Europa durante el siglo XVII, aunque con matices según el país. Inglaterra sería la excepción por sus tensiones con el Parlamento, mientras que en el continente se consolidó una estructura común basada en el poder centralizado del monarca. Para sostener este modelo, las monarquías absolutas desarrollaron tres instrumentos fundamentales:

  • La Hacienda Real.
  • El ejército.
  • La Corte.

La Hacienda Real como Pilar del Absolutismo

La Hacienda Real resultó clave para asegurar la autonomía política del monarca, basada en un sistema fiscal cada vez más complejo y voraz, que recayó sobre la población mientras la nobleza y el clero estaban, en gran parte, exentos. Para financiar guerras, ejércitos y administración, se recurrió a impuestos directos e indirectos, aranceles, bulas eclesiásticas, préstamos de banqueros y la venta de cargos y títulos. Sin embargo, esta presión fiscal generó tensiones y crisis, como ocurrió en Inglaterra, donde el conflicto entre el rey y el Parlamento desembocó en las Revoluciones y en la ejecución de Carlos I.

Burocratización y Justicia en el Estado Absolutista

La administración absolutista también se caracterizó por la creciente burocratización: se formaron cuerpos de secretarios y consejeros al servicio del monarca, encargados tanto de la política interior como exterior. A la vez, se intentó garantizar la seguridad y la justicia mediante jueces, tribunales y un aparato legal que se volvió cada vez más complejo en una sociedad muy pleiteante.

El Ejército: Motor de Organización Estatal

En cuanto al ejército, este fue otra pieza esencial del poder absolutista. Aunque en el siglo XVII aún predominaban los mercenarios, se dio un lento proceso hacia la profesionalización militar, que culminaría en el siglo XVIII. El mantenimiento de estos ejércitos era extremadamente costoso, y su fidelidad dependía directamente del pago regular. Por ello, la guerra no solo fue una herramienta de expansión, sino también un motor de organización del Estado. La aristocracia conservó un papel destacado en el ámbito militar, especialmente los hijos no herederos que encontraban en el ejército un lugar de ascenso y prestigio.

La Corte en el Absolutismo Europeo: Centro Neurálgico del Poder

Durante el siglo XVII, la Corte se consolidó como el centro neurálgico del poder absolutista. No solo era la residencia del monarca, sino también el espacio donde se ejercía la política real, se distribuían privilegios y se tejían las relaciones de poder. En torno a la Casa Real se organizaban todas las élites del reino, tanto nobles como sectores acomodados de la burguesía, con la esperanza de ascender social o políticamente. La Corte permitía al rey integrar y controlar a sus súbditos más influyentes mediante la concesión de cargos, títulos y favores. Su importancia varió según el país, pero en general fue una institución clave para la legitimación del poder monárquico y la centralización del Estado, como se ejemplifica con Luis XIV y Versalles, símbolo del absolutismo cortesano.

Espacios y Funciones de la Corte Real

La Corte era un conjunto de espacios y funciones interconectadas:

  • La capilla, encargada de las funciones litúrgicas del monarca y su entorno, gestionada por una jerarquía eclesiástica donde destacaba el confesor real, figura de gran influencia política.
  • La cámara o aposentos del monarca eran el núcleo íntimo del poder, donde residían los hombres de confianza del rey y se fraguaban decisiones clave.
  • La casa real incluía también oficios como cocina, panadería o frutería, con personal encargado incluso de prevenir envenenamientos.
  • Las caballerizas albergaban los caballos reales, símbolo de prestigio.
  • Había guardias personales elegidas entre la nobleza, encargadas de proteger al monarca.

Una actividad especialmente destacada era la caza, que servía tanto de entretenimiento como de espacio para negociaciones políticas y alianzas.

Relaciones de Poder y la Figura del Valido Real

En la Corte se construían relaciones personales jerárquicas, donde el favor real era moneda de cambio y la lealtad, la regla de oro. Este sistema de clientelas y redes se basaba en la fidelidad absoluta al monarca: una sospecha de doble juego bastaba para caer en desgracia. En este contexto surgen figuras clave como los validos o favoritos reales, hombres de plena confianza del rey que acumulaban un poder inmenso y concentraban funciones políticas. Aunque algunos eran nobles, otros procedían de la burocracia o del clero. El caso más célebre es el del Conde-Duque de Olivares, valido de Felipe IV. Estos personajes eran indispensables para la gestión de un Estado cada vez más complejo, aunque su poder despertó recelos tanto entre los nobles como en la administración.

La Intendencia y el Sostenimiento Militar

Por último, la intendencia se desarrolló como institución clave en la logística militar, encargada del aprovisionamiento, alojamiento y asistencia sanitaria de los ejércitos. Dado que no existían cuarteles fijos, muchas veces los soldados eran alojados en casas de civiles, lo que generaba tensiones sociales. En regiones costeras, también se exigía a los habitantes que colaboraran en el sostenimiento de la marina. En suma, la Corte fue mucho más que un entorno ceremonial: fue el espacio donde se articulaba el poder del absolutismo, se decidía la política, y se definían los vínculos entre el rey, la nobleza y el Estado.

Francia en la Segunda Mitad del Siglo XVII: Luis XIV y el Apogeo Francés

Durante la segunda mitad del siglo XVII, Francia vivió el auge del absolutismo bajo el reinado de Luis XIV, conocido como el Rey Sol. Tras la muerte de Richelieu y Mazarino, el monarca implantó un modelo clásico de monarquía absoluta que se expandiría a otras partes de Europa en el siglo XVIII. Luis XIV centralizó el poder en su persona, estableciendo la corte en Versalles y ejerciendo un férreo control sobre la nobleza, el alto clero y los cargos públicos, a quienes vigilaba mediante la figura clave del intendente.

Aspectos Clave del Reinado de Luis XIV

  • Político y Social: Buscó la uniformidad jurídica, sometió a la nobleza a su autoridad atrayéndola a la corte y utilizó la cultura cortesana como herramienta de poder. La lengua francesa y los modelos culturales de Versalles se convirtieron en referencia para el resto de Europa.
  • Económico: Aplicó políticas mercantilistas diseñadas por Colbert, basadas en el control fiscal, la racionalización del gasto y la mejora de la recaudación.
  • Religioso: Reforzó el galicanismo para limitar la influencia papal y consolidó el control sobre la Iglesia mediante el patronato regio, marginando a los jesuitas y persiguiendo a los calvinistas, cuya emigración benefició a Inglaterra.
  • Militar: Creó un ejército permanente altamente disciplinado y numeroso, y desarrolló una marina de guerra impulsada también por Colbert. A pesar del crecimiento bélico, las continuas guerras provocaron una enorme presión fiscal y financiera sobre la corona. Su política militar incluyó tanto la expansión territorial como el uso de la marina corsaria, especialmente activa en el Caribe.

Política Exterior de Luis XIV y la Expansión Territorial Francesa

La política exterior de Luis XIV tuvo dos objetivos fundamentales: asegurar las “fronteras naturales” de Francia (Rin y Pirineos) y alcanzar la hegemonía europea en detrimento de los Habsburgo. Francia se benefició de los Tratados de Westfalia (1648) y los Pirineos (1659), que le otorgaron territorios como Alsacia y Lorena, además del matrimonio del rey con María Teresa de Austria, renunciando ambos a derechos sucesorios. Sin embargo, la falta de pago de la dote fue utilizada por Luis XIV como pretexto para reclamar territorios de los Países Bajos españoles, lo que dio lugar a la Guerra de Devolución (1667-68), finalizada con la Paz de Aquisgrán.

Conflictos y Tratados Clave

Más tarde, en la Guerra de Holanda (1672-1678), motivada por disputas comerciales derivadas del mercantilismo, Luis XIV se alió con Inglaterra contra las Provincias Unidas, pero acabó firmando la Paz de Nimega, consolidando el control del Franco-Condado. A partir de 1680, comenzó el declive francés. En la Guerra de los Nueve Años (1688-1697), una amplia coalición europea se enfrentó a Francia, que tuvo que ceder varios territorios en la Paz de Rijswijk, aunque retuvo Estrasburgo y Haití.

Rivalidad con las Provincias Unidas y la Guerra de Sucesión Española

El conflicto con las Provincias Unidas reflejaba la rivalidad entre modelos políticos y económicos opuestos. Tras su derrota parcial, Guillermo de Orange ascendió como figura clave, convirtiéndose en rey de Inglaterra en 1689. A pesar del esfuerzo militar, las Provincias Unidas salieron debilitadas y dependientes de Gran Bretaña.

Finalmente, tras la Guerra de Sucesión Española (1701-1714), provocada por la muerte sin herederos de Carlos II, el nieto de Luis XIV, Felipe V, fue reconocido como rey de España por el Tratado de Utrecht. Francia logró impedir que los Habsburgo controlaran España, pero el verdadero ganador fue Gran Bretaña, que emergió como nueva potencia dominante en Europa.

La Trayectoria Política de las Provincias Unidas en la Segunda Mitad del Siglo XVII

Durante la segunda mitad del siglo XVII, las Provincias Unidas compartieron con Inglaterra una fuerte oposición al absolutismo, una importante presencia de asambleas parlamentarias, y un peso político destacado de los comerciantes urbanos, especialmente en Holanda y Zelanda. También se caracterizaron por una notable tolerancia religiosa, más amplia que la inglesa.

Estructura Federalista y Liderazgo

Sin embargo, a diferencia de Inglaterra, las Provincias Unidas conservaron su estructura como federación de siete repúblicas provinciales con sus propios parlamentos, consejos y líderes (estatúder y gran pensionario). Esta configuración federalista y descentralizada convivió con el liderazgo ocasional de la Casa de Orange, cuya figura del estatúder asumía un papel semimonárquico en contextos de crisis.

Apogeo y Declive

En su apogeo tras la Paz de Westfalia (1648), las Provincias Unidas dominaron el comercio europeo gracias a una poderosa flota y a sus puertos estratégicos. Durante el gobierno republicano de Jan de Witt (abolición del estatuderato en 1667), se defendió un modelo liberal y pacifista. No obstante, tras las derrotas frente a Francia en 1672, De Witt fue asesinado y Guillermo III de Orange tomó el relevo, logrando frenar la expansión francesa y consolidar su poder, hasta convertirse en rey de Inglaterra en 1689.

Bajo la dirección de Heinsius, sucesor de De Witt, las Provincias Unidas mantuvieron su relevancia, pero tras la Guerra de Sucesión Española quedaron debilitadas y dependientes de Gran Bretaña. A pesar de ello, su papel fue clave en la defensa del pensamiento libre, la tolerancia religiosa y el rechazo al absolutismo, aportando así al surgimiento del modelo político preliberal en Europa.

La Crisis Política del Siglo XVII: El Fracaso del Absolutismo Estuardo y la Revolución Inglesa

Durante el siglo XVII, Inglaterra vivió una crisis política profunda que culminó con el fracaso del absolutismo de los Estuardo y el estallido de la Revolución Inglesa. La raíz de este conflicto fue la dificultad de compatibilizar una monarquía compuesta —con distintos territorios como Escocia, Inglaterra, Gales e Irlanda, cada uno con sus leyes e identidades propias— con las aspiraciones centralizadoras del poder real. La muerte sin descendencia de Isabel I en 1603 provocó la llegada al trono de Jacobo I, de la casa Estuardo, quien aspiraba a unificar los reinos bajo la idea de “Gran Bretaña”. Sin embargo, su intento fracasó por múltiples factores, entre ellos las tensiones religiosas, los recelos del protestantismo inglés ante un posible giro católico, y el rechazo a sus validos cortesanos.

El Reinado de Carlos I y el Conflicto con el Parlamento

Jacobo I adoptó una política diplomática ambigua, intentando acercamientos matrimoniales con potencias católicas como España y Francia, lo que aumentó la desconfianza del Parlamento. Su sucesor, Carlos I, heredó no solo el trono, sino también los conflictos. Sus continuas exigencias fiscales sin aprobación parlamentaria, su tendencia a gobernar sin convocar el Parlamento, y el uso de prácticas autoritarias como el encarcelamiento arbitrario o el alojamiento forzoso de tropas en casas civiles, provocaron un creciente malestar político y social. La ruptura definitiva llegó cuando, tras la “Petición de Derechos” de 1628 —en la que el Parlamento exigía garantías básicas—, Carlos I inició un periodo de gobierno personal (1630–1640) sin convocar las cámaras, lo que fue percibido como un agravio intolerable.

La Guerra Civil Inglesa y la Ejecución de Carlos I

La situación empeoró con los conflictos religiosos en Escocia e Irlanda y las derrotas militares del rey. En 1640, Carlos I se ve obligado a convocar de nuevo el Parlamento para financiar la guerra, pero la negativa de los comunes a concederle subsidios sin garantías políticas desemboca en una crisis terminal. La guerra civil estalla en 1642, enfrentando a realistas (monárquicos) contra parlamentarios, liderados por figuras como Oliver Cromwell. Esta guerra fue también una lucha ideológica: los parlamentarios, influenciados por el calvinismo radical, impulsaron una visión republicana y anticlerical que desmanteló la iglesia anglicana y abolió los obispados.

Tras años de conflicto, el ejército parlamentario se profesionaliza y gana ventaja con victorias como la de Naseby (1645). Carlos I, prisionero desde 1646, no colabora con ningún acuerdo y, en un giro dramático, se alía con los escoceses, provocando la segunda guerra civil en 1648. Esta acción confirma la desconfianza de los parlamentarios radicales, que lo acusan de traición. Finalmente, en 1649, Carlos I es juzgado y ejecutado por “traidor, tirano y enemigo del pueblo”, un hecho sin precedentes que abolió la monarquía temporalmente e instauró una república liderada por el Parlamento y el ejército.

Contexto Ideológico y Social de la Primera Revolución Inglesa

Durante el siglo XVII, Inglaterra experimentó una profunda crisis política derivada del fracaso del absolutismo de los Estuardo. La muerte sin descendencia de Isabel I (1603) propició la llegada al trono de Jacobo I, iniciando la dinastía Estuardo. Este nuevo monarca, de origen escocés, intentó sin éxito consolidar una monarquía unificada (Gran Bretaña), enfrentándose a resistencias internas por motivos religiosos, económicos y territoriales. Su proyecto de centralización fue mal recibido por el Parlamento, por las comunidades protestantes anglicanas y por una población preocupada por una posible recatolización del país.

Carlos I (1625-1649), hijo de Jacobo I, intensificó el conflicto al gobernar sin el Parlamento durante una década, imponer impuestos sin autorización parlamentaria y reprimir a la oposición. Tras la firma de la Petición de Derechos (1628), que limitaba el poder real, Carlos decidió clausurar el Parlamento e imponer un modelo personalista de gobierno. La resistencia creciente de los comunes, sumada a conflictos con Escocia e Irlanda, derivó en una guerra civil (1642-1649) entre realistas y parlamentarios, liderados por Oliver Cromwell. La victoria del bando parlamentario supuso la captura y posterior ejecución de Carlos I, un hecho sin precedentes en Europa que abolió temporalmente la monarquía e instauró la república.

El contexto ideológico, social y religioso de la primera revolución inglesa estuvo profundamente influido por la ética protestante puritana: trabajo, disciplina, ahorro y defensa de la propiedad privada. Estos valores justificaron el ascenso social de la gentry y de la burguesía comercial, sectores que impulsaron el fin del absolutismo. La revolución tuvo una dimensión religiosa (oposición al catolicismo), social (ascenso de clases medias), y económica (defensa del libre comercio frente al monopolio real). La historiografía marxista señala también el papel de las clases populares, que, si bien combatieron por el cambio, se vieron marginadas tras el triunfo revolucionario.

La Commonwealth y el Protectorado de Cromwell

Tras la ejecución de Carlos I se instauró la Commonwealth (1649-1653), una república dirigida por el Parlamento y sostenida por el ejército de Cromwell. La resistencia en Escocia e Irlanda fue duramente reprimida, y Cromwell se consolidó como líder político y militar. En 1653 se promulgó una constitución que le otorgó el cargo de Lord Protector, instaurándose el Protectorado (1653-1658). Durante su gobierno se impulsaron reformas administrativas, militares y coloniales, así como una política mercantilista agresiva que llevó a conflictos con Holanda y España, como la conquista de Jamaica en 1655. A su muerte, el sistema republicano se debilitó y en 1660 se restauró la monarquía con Carlos II.

La Restauración y la Revolución Gloriosa de 1688

Carlos II, aunque promovió una aparente reconciliación nacional, intentó recuperar poder frente al Parlamento. Las tensiones religiosas resurgieron con su hermano y heredero Jacobo II, católico confeso, quien intentó instaurar un modelo absolutista y recatolizador inspirado en Luis XIV. Su gobierno provocó la oposición de amplios sectores sociales y políticos. La publicación de la Declaración de Indulgencias y el nacimiento de su hijo, posible heredero católico, precipitó la Revolución Gloriosa de 1688.

Guillermo III de Orange, esposo de María Estuardo (protestante), fue invitado por el Parlamento a ocupar el trono, lo que hizo tras la huida de Jacobo II. En 1689 se firmó la Bill of Rights, que limitaba definitivamente el poder de la monarquía y asentaba las bases de una monarquía parlamentaria. Esta revolución sin derramamiento de sangre consolidó el parlamentarismo, el respeto a las libertades individuales y el protestantismo como base del poder político en Inglaterra.

La Gloriosa Revolución de 1688 fue el resultado del creciente descontento hacia el gobierno de Jacobo II, un monarca católico acusado de absolutista y distante del Parlamento. Aunque inicialmente prometió respetar las leyes y la religión oficial, impulsó una política de recatolización de las islas británicas, reformas militares que aumentaron el ejército permanente y un férreo control político mediante espías y censura. La oposición al Parlamento, el temor al establecimiento de una dinastía católica tras el embarazo de su esposa, y la publicación de la Declaración de Indulgencias —que promovía la libertad religiosa, incluso para los católicos— provocaron una fuerte reacción de la aristocracia, la Iglesia anglicana y gran parte de la sociedad.

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