Generación del 27: Poesía española de vanguardia
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Vicente Aleixandre
Bousoño dice de Aleixandre que “hace de la solidaridad amorosa con el cosmos y el hombre el centro de su actividad literaria”. Este poeta parte ya de una fórmula surrealista en Espadas como labios y en Pasión de la tierra, que alcanza su plenitud en La destrucción o el amor.
La destrucción o el amor es un canto total a la naturaleza, a su despliegue de fuerzas y al anhelo por llegar, a través del amor, quebrantando nuestra radical soledad, a la absoluta comunión con el universo. El sentido de este libro, que podemos calificar de peligroso y violento, se completa con el siguiente: Sombra del paraíso, menos complicado en la forma, pero idéntico en cuanto al contenido.
Aleixandre no canta al mundo bien hecho de Jorge Guillén, para él no hay paraíso en la tierra puesto que cree que no hay edén si antes no se consuma nuestra aniquilación. Canta la nostalgia de un reino paradisíaco que lo mismo puede ser posterior a la muerte que anterior al nacimiento del hombre. Aleixandre está lleno de pesimismo y no cree en ninguna “bondad natural” del hombre. Los seres representativos de este poeta son los animales, como símbolos de vida próxima a la naturaleza, como encarnaciones de poderío. En los dos libros mencionados hay una gran abundancia de fauna. A pesar de que no rompe la postura que muestra en estos libros, es necesario mencionar que sí hay un cambio de perspectiva en la siguiente obra, Historia del corazón, donde se ve que el autor evoluciona. Ahora la atención del poeta se centra en el hombre, no ya como individuo aislado, sino como miembro de lo comunal, como elemento solidario.
Aleixandre es un maestro del verso libre, forma que maneja con mucha originalidad en La destrucción o el amor, y que eleva a una belleza “clásica” desde Sombra del paraíso.
En definitiva, escribe una poesía de cerrada perfección, centrada primero en el cosmos y más tarde en el hombre; presenta el gran misterio universal y el pequeño gran misterio del corazón humano.
Luis Cernuda
Sevillano como Bécquer, recuerda al autor de las Rimas en la delicada, impalpable sensibilidad, la contención expresiva alejada de toda retórica, la predilección por la “lírica de los nortes”: alemana e inglesa. La obra de Cernuda es, entre todas las de su tiempo, la que menos encaja en la tradición poética nacional comúnmente aceptada. Poeta fatal, obligado por su “demonio” interior al cumplimiento de una vocación y a la fidelidad a sí mismo. Rebelde y puro, expresa su desengaño del mundo, su desdén por la vida y la maldad humana, su desazón ante la eterna oposición entre “la realidad y el deseo”, en un lenguaje de ajustada belleza, en un verso libre refrenado, abandonado al cansancio de la palabra, de apariencia descuidada, pero de honda perfección interna en su sencillez. Empieza bajo el influjo de Guillén, que abandona en seguida. Dos libros, Un río, un amor (1929) y Los placeres prohibidos (1931), señalan su incorporación al surrealismo. En los libros escritos en el destierro, Cernuda toca en ocasiones (Lázaro, La visita de Dios,...) temas cristianos y religiosos.
Emilio Prados
Malagueño, como Altolaguirre, y en compañía del cual fundó y dirigió la revista y ediciones de Litoral. Prados sólo recibe un influjo epidérmico de las escuelas de vanguardia: el aire de juego, el uso de las metáforas. Su obra (Canciones del farero, Cancionero menor) es una estilización culta del folklore andaluz. Esta poesía se relaciona con el primer Alberti en sus motivos marineros y, con la de Lorca, tanto por el gusto del arabesco y la miniatura como por la presencia de más hondos temas: el llanto, el sueño, la muerte: El llanto subterráneo, Circuncisión del sueño, Mínima muerte. Los acontecimientos de la vida española (la guerra, el destierro) ponen en Prados, sobre la gracia infantil y juvenil de sus primitivas canciones, un acento de humanidad y de dolor.
Manuel Altolaguirre
Los valores de su poesía emanan de la calidad humana de su autor, “ángel” malagueño como lo llamó Aleixandre. Este “benjamín de la generación de 1927” tenía, como Lorca, el don de la contagiosa simpatía, de la gracia infantil. Su obra es aérea, delicada, de aliento romántico. De pronto, el niño, el “ángel” que parecía estar en las nubes, nos rompe con un chispazo de misteriosa intuición de lo humano abismal. Altolaguirre mismo ha confesado que su poesía “se siente hermana menor de la de Salinas”, reconociendo también el influjo de Juan Ramón Jiménez, Aleixandre, Cernuda y Prados.