Fundamentos de la Persona y la Sociedad
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Bases Ontológicas de la Persona Humana
1. El hombre, cuya dignidad especial fue desconocida por el paganismo, fue elevado por el cristianismo a la categoría de persona, es decir, reconocido como un ser racional y libre, con un destino individual, intransferible y trascendente.
2. Partiendo de esta base, la filosofía del hombre de inspiración cristiana ha considerado a este como una sustancia individual de naturaleza racional, y por lo tanto, como un ser ontológicamente perfecto que no admite ser absorbido por otro, ya se llame sociedad, estado, derecho u otra cosa semejante.
3. La persona humana, por su razón y libertad, es el único ser del universo capaz de una responsabilidad plena de sus actos y de una aceptación consciente de su destino. De ahí su primacía sobre los demás seres mundanos y su irreductibilidad a cualquier orden de cosas exterior a ella.
4. Al conocer y aceptar su destino y orientarse hacia su desarrollo pleno, la persona humana se mueve en un doble plano de realidades y valores: el inmanente, constituido por las cosas del mundo (ciencia, arte, técnica, derecho, economía, política) y el trascendente, integrado por todo aquello que lo eleva espiritualmente y le da su religación con su creador y señor.
5. Aunque la persona humana es un ser ontológicamente perfecto, por su naturaleza espiritual está siempre abierta en una doble dimensión: hacia “lo otro” y “hacia los otros”. Tiene que entrar en relación con los seres del universo y utilizarlos de manera racional para que le ayuden a alcanzar su fin propio. El hombre es señor de la naturaleza, pero no debe emplearla para satisfacer intereses mezquinos ni tampoco destruirla irracionalmente. Por otro lado, debe estar en contacto permanente con los demás seres semejantes a él y colaborar con ellos para el progreso y perfeccionamiento del mundo.
6. En el ser humano se dan, desde los albores de su razón hasta su muerte y en las más variadas condiciones históricas y sociales, dos fuertes tensiones que deben luchar por resolver armónicamente: una de ellas es entre su individualidad, que tiende a afirmarse cada vez más, y su sentido social, que lo lleva irremisiblemente hacia los demás; la otra es entre su inmanencia, que lo hace moverse de una manera natural en el dominio de las cosas temporales, y su inspiración incoercible a la trascendencia.
7. Estas tensiones deben resolverse dialécticamente en una síntesis superior: la síntesis de la persona. La persona humana, en su triple aspecto: psicológico, metafísico y moral, realiza las exigencias propias de dignidad, libertad y destino que nacen de la individualidad del hombre, y al mismo tiempo las de apertura a la sociedad, que impone deberes al hombre frente a sus semejantes y a la vez le concede derechos frente a ellos. La persona, asimismo, sintetiza en una unidad superior la inmanencia de fines temporales y la trascendencia de las metas supremas del ser humano.
8. La persona humana, al buscar la plenitud de sus fines existenciales, debe, pues, someterse a las exigencias de la vida social en todo lo que respecta a la realización de los valores temporales intramundanos; pero debe, en cambio, mantener su primacía cuando se trata de cumplir su destino trascendente, en el orden de los valores espirituales. En este terreno, para utilizar una acertada fórmula, puede decirse que “la sociedad es absolutamente para el hombre, el hombre, en cambio, es relativamente para la sociedad, en la medida en que sea necesario para que esta exista y cumpla sus funciones”.
Bases Éticas de la Sociedad
1. La sociedad no es una mera ficción ni es tampoco una realidad sustancial autónoma. Su realidad es del orden intencional. Es una unidad de relación que se da entre hombres que viven en comunidad e intentan buscar un fin superior al de sus propios objetivos particulares, y que se llama bien común; tiene, pues, una personalidad moral y, como tal, derechos y deberes que cumplir.
2. La sociedad, pues, ni por su naturaleza ni por sus fines es superior al hombre. El hombre, como persona, es una realidad que trasciende a la sociedad, tanto en el orden ontológico como en el axiológico.
3. En el orden existencial, la sociedad le da al hombre la posibilidad concreta de realizar su personalidad física y moral y de alcanzar la plenitud de su desarrollo. Sin ella no podría llegar a las cumbres del conocimiento, del arte, del amor. El hombre, replegado sobre sí mismo en un egoísmo solipsista, sería un ente imperfecto y mutilado.
4. De aquí que el hombre tenga deberes fundamentales para con la sociedad. En todo lo que toca a la vida buena de la sociedad, en un orden intramundano de valores, el hombre debe subordinarse al bien común y poner todo su empeño en conservarlo, defenderlo y acrecentarlo. Así, cuando están de por medio los grandes valores de la vida social (jurídicos, políticos, económicos o culturales), el hombre está obligado a posponer sus intereses particulares y esforzarse por contribuir al bien de la colectividad. Cualquier egoísmo individual o de grupo sería no solo insensato, sino contrario a la justicia y destructivo.
5. En cambio, cuando están de por medio los valores trascendentes del hombre (moralidad, religión, decisión del destino individual), es la sociedad la que debe subordinarse y acatar los fines y valores supremos de la persona humana. El bien común adquiere así una categoría instrumental intermedia, es tan solo el conjunto de condiciones materiales y espirituales para que la persona alcance el desarrollo pleno de todas sus potencialidades.
6. La sociedad tiene una estructura muy rica y compleja y funciones muy diversas. Está formada por grupos pequeños, medianos y mayores que culminan en el Estado, dotado de personalidad jurídica, poder soberano y un orden jurídico plenario. De la naturaleza y fines de la sociedad, y de su estructura jerárquica, así como de sus relaciones con la persona humana, se derivan varios principios que son básicos para el buen orden de la comunidad. Ellos son los de: pluralismo, solidaridad, subsidiariedad y desarrollo.
7. El pluralismo significa que hay diversidad en la unidad. Entre los hombres que componen la sociedad hay una legítima diversidad de opciones, pareceres, credos e ideologías que, sin embargo, en un clima de respeto y diálogo, deben concurrir a la realización unificada y armónica del bien común. Esto conduce necesariamente a un régimen de democracia social y política. Todo intento de imponer una sola doctrina o ideología, bajo cualquier pretexto con el que se pretenda fundarlo, es atentatorio a los derechos de la persona humana y violenta la estructura y fines de la sociedad.
8. Entre los individuos y grupos que componen la sociedad debe haber una auténtica solidaridad. Esto quiere decir que, sin distinción de clases sociales, credos, opciones, banderías políticas o funciones que desempeñen, todos están obligados, en su propio campo y en coordinación con los demás, a trabajar por el bien común. Aceptar parcialidades interesadas o egoísmos de grupo, llámense como se llamen, sería no solo altamente dañoso, sino un riesgo mortal para la vida de la sociedad.
9. La subsidiariedad es fundamental para la vida sana de todo grupo social. Significa jerarquía y adecuada distribución de funciones. Lo que una sociedad pequeña o mediana puede hacer, no debe realizarlo una mayor. Esta debe respetar la autonomía e iniciativa de las agrupaciones inferiores a ella, delegar en cuanto sea posible sus funciones y facultades, y estar pronta a subsidiar a las mismas; ayuda, pues, sí, pero no sustitución ni absorción.
10. Por otro lado, la sociedad debe procurar el desarrollo armónico y ordenado de todos sus miembros, sin hacer excepciones o favorecer a determinado sistema económico o político, sino hacer crecer orgánica y naturalmente, dentro de la perfección propia de su ser, a los individuos y grupos que forman el conglomerado social.