Fundamentos Éticos: Deliberación, Normas Universales y Desarrollo Moral
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Elementos de la Reflexión Ética
Toda reflexión ética profunda parte de una pregunta fundamental y considera su intención, objetivo y meta. Dentro de esta última, el ámbito de acción define las conductas a realizar. Este proceso de discernimiento ético puede estructurarse en torno a los siguientes interrogantes y componentes:
- Pregunta central: ¿Qué es lo que debo hacer?
- Respuesta: Consideración de la acción, ya sea individual o colectiva.
- Dirección y propósito: ¿Hacia dónde quiero ir? (Definido por valores y metas).
- Método: El modo en el que se pretende alcanzar dicha meta.
Las Siete Normas Morales Universales
Existen ciertos principios éticos fundamentales que se consideran universales, trascendiendo las particularidades culturales. Estas normas son:
- Ayudar a tu familia.
- Ayudar a tu grupo: entendido como los seres humanos que te rodean de manera directa, aunque no formen parte de tu familia.
- Reciprocidad: devolver los favores o ayudar a las personas que nos ayudan.
- Valentía: ser valiente en el sentido más amplio de la palabra.
- Respeto a los superiores: el concepto de «superior» varía de una sociedad a otra, pero en general se refiere a respetar una jerarquía establecida.
- Justicia: este término se entiende, en su forma más elemental, como el reparto equitativo de bienes o recursos en disputa.
- Respetar la posesión anterior: se refiere a los derechos de propiedad en un sentido amplio, reconociendo la titularidad previa.
Carácter, Conciencia y Madurez Moral
En la vida moral, el carácter condiciona nuestras acciones, mientras que la conciencia las juzga. Ambos son fundamentales para el desarrollo ético del individuo.
El Carácter Moral
Si estudiamos nuestra naturaleza moral, es imprescindible referirnos a la acción, el hábito y el carácter. La acción es un acto concreto y aislado; el hábito se define como la repetición de acciones similares, y el carácter es, en esencia, el conjunto de nuestros hábitos.
La repetición de acciones forja un hábito, y el conjunto de hábitos consolida un carácter. De este modo, nuestras acciones construyen nuestra forma de ser, nuestro carácter y, recíprocamente, un carácter ya formado influye y condiciona nuestras futuras acciones.
Por ejemplo, mentir una vez no nos convierte automáticamente en mentirosos. No obstante, si repetimos continuamente dicha acción, esta acaba transformándose en un hábito que nos define como mentirosos. En consecuencia, ese carácter de «mentiroso» nos predispone y condiciona para volver a mentir.
La Conciencia Moral
La conciencia moral es la capacidad intrínseca del ser humano para discernir la corrección o incorrección de sus propios actos, así como los ajenos, basándose en los valores morales que ha interiorizado y asumido.
A menudo, la conciencia moral se experimenta como una «voz interior» que evalúa nuestras acciones y las de los demás, utilizando como baremo nuestros valores personales. Si bien las normas y valores socialmente aceptados pueden criticar o aprobar un determinado acto, la autoridad última e íntima de la conciencia personal es la que emite el veredicto final.
Nuestra conciencia actúa como un tribunal interno que es inapelable, por ser la instancia final de juicio personal. Sin embargo, no es infalible, puesto que está expuesta a riesgos como el autoengaño, el egoísmo y la influencia de la presión social.
En consecuencia, aunque no tenemos más remedio que guiarnos por nuestra conciencia, debemos ser conscientes de que esto, por sí solo, no garantiza que estemos actuando de manera correcta en todas las ocasiones.
La Madurez Moral y sus Etapas
Nuestra naturaleza moral no es estática; se va configurando y desarrollando progresivamente a través del tiempo y de la acumulación de nuestras experiencias y actos.
El proceso de maduración moral ha sido objeto de estudio por parte del psicólogo Lawrence Kohlberg. Él propuso una teoría que describe tres niveles de desarrollo moral, cada uno de los cuales se subdivide en dos estadios, y que están generalmente relacionados con la edad cronológica. Según las investigaciones de Kohlberg, únicamente un pequeño porcentaje de la población adulta, estimado en alrededor del 5 %, logra alcanzar el estadio más elevado de desarrollo moral.
Esto subraya una conclusión importante: la madurez física e intelectual de una persona no asegura, por sí misma, que haya alcanzado un nivel equivalente de madurez moral.