La Fuerza del Kerigma: Cómo Reavivar la Fe y el Amor de Dios en la Vida Cristiana

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Avivemos la Fe Sembrada por el Señor

Meta: Redescubrir la alegría del kerigma anunciado por la Iglesia para que, aceptando el amor de Dios, avivemos la fe que hemos recibido desde el bautismo.

Signo: Imagen de Jesús siendo bautizado.

1. Oremos

  • Invocación trinitaria: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Preguntas para la reflexión:

  • ¿Para qué envió Dios a su Hijo al mundo?
  • ¿Qué significa creer en Jesús?
  • ¿Cuál es nuestra misión para ser salvos?

El Kerigma Suscita la Fe

En muchos ambientes de la cotidianidad se habla de kerigma, pero ¿qué es? El kerigma es el anuncio gozoso, alegre y explícito de Cristo muerto y resucitado para nuestra salvación.

En los escritos del Nuevo Testamento, San Pablo es el primero en utilizar esta expresión. La riqueza de este anuncio se ve reflejada en que Dios quiere que la fuerza del misterio de su amor alcance la plenitud en la Pascua.

El kerigma para nosotros los cristianos es, por tanto, anuncio, proclamación y pregón. Este anuncio no es algo superficial o pasajero, sino que produce una respuesta en los hombres, invitándolos a depositar toda su existencia en Aquel que Él ha enviado: “su Hijo amado”.

Pero, a la vez, esta fe en Dios Padre e Hijo no puede estar desligada del creer en el Espíritu Santo, quien revela a los hombres quién es Jesús, porque «nadie puede decir: Jesús es Señor, sino con el Espíritu Santo» (1 Cor 12, 3).

Por tanto, para conocer lo íntimo de Dios y creer en ello, necesitamos de la fe en el Espíritu Santo. Cuando el Apóstol profesó su fe ante Cristo, el mismo Señor le dijo: «Bienaventurado eres» (Mt 16, 17). La fe es una virtud sobrenatural infundida por Dios, y «para dar esta respuesta de la fe es necesaria la acción del Espíritu Santo» (DV 5). Esta acción nos lleva a ser testigos de la experiencia de Dios por medio de palabras y obras, generando una doble dinámica de respuesta a Dios y de testimonio a los hermanos.

El Amor de Dios es para Todos y Cada Uno

Dios, que nos ama a todos, es el mismo que profesamos en el Credo. Es el Dios de nuestro Padre Abrahán (cf. Romanos 4, 12-16), es «el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob» (Marcos 12, 26), es decir, el Dios de Israel, el Dios de Moisés y, sobre todo, es «Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo» (Romanos 15, 6). Por eso decimos: «Creo en Dios Padre».

La Carta a los Hebreos afirma que «muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas, y en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo» (Hebreos 1, 1-2). Dios nos ama con amor entrañable porque es nuestro Padre, y un padre ama a sus hijos incondicionalmente. Él nos dice: «Tú eres mío» (Isaías 43, 1).

Dice Isaías: «¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ellas llegasen a olvidar, yo no te olvido» (Isaías 49, 15). El amor de Dios es eterno e inmutable.

Reavivar el Don de la Fe

Gracias a la fe tenemos la certeza de que las promesas de Dios se cumplen y se concretan por medio de la salvación.

Esta certeza nos invita a reavivar el don de la fe, lo cual implica una respuesta a Dios por medio de la conversión. La conversión nos lleva necesariamente a acoger la Buena Noticia y adherirnos a Jesucristo como única fuente de verdad, amor y salvación.

Pero, además, nos lleva a manifestar esta Buena Nueva en la Iglesia, como madre de todos los creyentes, porque «la fe de la Iglesia precede, engendra, conduce y alimenta nuestra fe» (Catecismo de la Iglesia Católica).

Compromiso de Fe y Testimonio

Para avivar la fe recibida, nos comprometemos a:

  • Comunicar a la familia y amigos el gozo de tener a Cristo en nuestras vidas (compartir experiencias).
  • Acompañar, con nuestras palabras y acciones, a aquellas personas que más necesitan de la misericordia de Dios.
  • Dedicar un momento ante el Santísimo Sacramento para pedir al Señor que avive nuestra fe y nos disponga a la llegada del Papa Francisco.

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