Fragmentos de Alcmán y Píndaro: Traducción y Contexto
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Alcmán, Fragmento 1 (36-49)
Crueles desgracias sufrieron por haber tramado maldades. Hay un castigo de los dioses y, dichoso el que, alegre, su día entrelaza sin lágrimas. Yo canto la luz de Ágido. La veo como el sol, del que Ágido nos es testigo de que luce. Mas a mí, ni alabarla ni censurarla la ilustre corego deja en absoluto. En efecto, parece ser ella ilustre así como si uno, entre ovejas, colocara un caballo robusto, triunfador en los juegos, de cascos resonantes, de los de alados sueños.
El caballo de carreras es Benético. Pero la cabellera de mi prima Agesícora florece como el oro puro. Y en cuanto a su argénteo rostro, ¿qué te diré con detalle? Así es Agesícora. Y ella, la segunda en belleza detrás, Ágido, cual caballo colaxeo junto a uno y otro correrá. Los Pléyades contra nosotros que llevamos un manto a la Ortia rivalizan como la estrella Sirio surgiendo a través de la noche inmortal. Pues no hay de púrpura tanta abundancia que nos proteja, ni la variopinta serpiente toda de oro, ni la diadema lidia, adorno de las jóvenes de ojos violáceos, ni los cabellos de Nano, ni siquiera Areta semejante a una diosa, ni Siláude ni Clesisera, yendo a casa de Ainesibrote dirás: “tenga yo a Astáfide y me mire Fílila y Damareta y la amorosa Giantemis”. Pero Agesícora me aflige. Pues Agesícora, de bellos tobillos, no está aquí, junto a Ágido… permanece, alaba al mismo tiempo a las tosterias. Pero dioses, recibid de ellas…, pues de los dioses es el cumplimiento. Guía del coro, quisiera decirlo: yo misma, una virgen, en vano grito desde la rama cual lechuza. Y yo deseo agradar a Aotis sobremanera. Pues para nosotros fue médico de los males. Gracias a Agesícora han alcanzado las jóvenes una paz deseada. Pues al caballo que corre por fuera…, al piloto es preciso obedecerlo sobre todo. Y ella más melodiosa que las sirenas no es, pues son diosas, pero por once chicas, canta ésta décima.
Píndaro, Nemea X 1-6
Gracias, cantad un himno a la ciudad de Dánao y de los cincuenta jóvenes de ilustre trono, Argos, morada de Hera, de divina dignidad, arde con la llama de infinitas virtudes gracias a valientes hazañas. Largas son de contar las aventuras de Perseo con la Gorgona Medusa, y muchas las ciudades que se fundaron en Egipto con las manos de Épafo. Y no erró Hipermnestra cuando en la vaina retuvo la espada con voto no compartido.
Píndaro, Nemea III 1-9
Soberana Musa, madre nuestra, te lo suplico, ven en el mes sagrado de Nemea a la isla doria de Egina, la hospitalaria: a las orillas del Asopo aguardan los jóvenes artífices de melifluos coros, ansiosos de tu voz. Cada acción tiene sed de un fin distinto. La victoria en el certamen desea sobre todo el canto, el más propicio acompañante de coronas y virtudes. Concédeme que, copioso, brote de mi inteligencia.
Comienza en honor de quien rige el cielo abundante en nubes, tú, su hija, un himno que sea grato y yo lo transmitiré a las voces de aquellos, ornato de esta tierra donde primero los Mirmídones habitaron, cuya plaza, de antaño célebre, no ha mancillado Aristoclides con el oprobio, gracias a tus designios, se acobardarse en la recia empresa del pancracio. De los dolorosos golpes remedio salutífero produce la victoria en el hondo valle de Nemea. Si bello de cuerpo y con un conducta que no desdice de su hermosura, el hijo de Aristófanes ha alcanzado la cima de su virilidad, ya no es fácil seguir surcando el mar inaccesible más allá de las columnas que Heracles, héroe dios, dispuso como gloriosos testigos del límite de la navegación. Sometió este en el mar a descomunales monstruos y por propio impulso exploró de las marismas las corrientes, por donde llegó hasta el punto final que le condujo de regreso y descubrió aquella tierra. Corazón mío, ¿hacia qué ajeno promontorio desvías mi navegación? Te pido que lleves la Musa a Eaco y su raza. Con mis palabras se compadece lo más sublime de la justicia, elogiar al valeroso, y los deseos de lo ajeno no los sobrelleva mejor el hombre. Interésate por lo tuyo.