Formación y Comunicación Educativa: Pilares del Perfeccionamiento Humano en el Aprendizaje
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1. La Formación
La formación es el perfeccionamiento del discente, de quien recibe enseñanza. Por ello, aprender debe ser predominantemente una acción, no una actividad; una actuación inmanente e instantánea cuyo fin se obtiene por sí misma, transformando la propia capacidad del sujeto. Así, la verdadera eficacia educativa radica no en la actividad realizada por el educando, sino en la acción inmanente de aprender, es decir, en la realización del perfeccionamiento humano.
Es formativo el aprendizaje que suscita una acción inmanente. Por tanto, es crucial considerar en su justa medida las actividades realizadas por los discentes. Las acciones inmanentes no pueden percibirse y, por ello, solo pueden ser objeto de evaluación las tareas observables, como los exámenes. Es muy distinto tomar estas actividades como elementos definitorios de la formación humana que considerarlos meros indicios, quizás valiosos y significativos, pero solo indicativos de la eficacia educativa.
El valor educativo de un aprendizaje no se decide por el rango científico o cultural del saber que se aprende, ni por la cantidad de conceptos que se asimilan, sino por su eficacia formativa, por su valor perfectivo, es decir, por lo que conduce al perfeccionamiento humano, del cual se deriva una plena acción humana: la acción conjunta de entendimiento y voluntad.
2. La Comunicación Educativa
La enseñanza es educativa en cuanto es capaz de promover la acción formativa, lo que implica necesariamente una incidencia en la subjetividad del aprendiz. La lección, producto de la enseñanza, es tal si suscita una acción perfectiva en el aprendiz. La formación humana se vincula intrínsecamente a la comunicación y a su desarrollo a través del lenguaje.
La comunicación es el intercambio de información. Su núcleo esencial es la participación. Filosóficamente, la comunicación puede definirse como la relación establecida entre dos o más seres, en virtud de la cual uno de ellos participa del otro, o ambos participan entre sí. También puede entenderse como la relación real establecida entre dos seres que se ponen en contacto, y en la que uno de ellos, o ambos, hace donación de algo al otro.
Esta participación en un bien espiritual, que es donado, supone un dar sin empobrecerse, pues en este tipo de bienes la difusión solo genera enriquecimiento del receptor, no empobrecimiento del donante.
Puede distinguirse una comunicación objetiva (aquella en la que se realiza el intercambio de información que lleva a un conocimiento de objetos, comunicable sin apenas influencia de las subjetividades que se comunican) y una comunicación subjetiva (que supone una reciprocidad más intensa: la consideración del otro reclama una respuesta de su parte. Por eso se habla de una vía de la acción compartida, que incide sobre los afectos además de la inteligencia. Cierto es que, a través de la afectividad, no se conoce la realidad, pero sí se conoce su significado para mí. Implica el paso del 'él' al 'tú').
La comunicación objetiva sigue la vía del conocimiento racional.
- La conversación es el libre intercambio de palabras que solo puede realizarse en el marco de la comunicación subjetiva; en una conversación, más que hablar de algo, se habla con alguien.
En educación, la comunicación objetiva y subjetiva se complementan; no se excluyen, sino que se superponen jerárquicamente en razón de la finalidad de la enseñanza, aunque predomina la comunicación subjetiva por su intencionalidad formativa.
La enseñanza no se realiza en una conversación, pero sí como una conversación. Su finalidad no es la exposición objetiva de un saber, sino la participación subjetiva en dicho saber, y por ello el lenguaje es el medio esencial para la enseñanza. La enseñanza es educativa, es decir, promueve la formación, si su lenguaje hace un uso intencional y permanente de los recursos lingüísticos capaces de mover la afectividad.