La Física en Aristóteles: Hilemorfismo, Movimiento, Causalidad y el Universo
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Después de casi dos siglos de filosofía presocrática, tanto a Platón como a Aristóteles les parecía claro que lo que distingue una cosa de otra, lo que la define en una palabra, es su forma, entendiendo por tal no solo su estructura, sino también sus propiedades y función (ej.: una mesa).
Los presocráticos habían dejado claro que el sustrato último del que están compuestos los seres es común. Por lo tanto, lo prioritario, lo que define a un ser, lo que podemos conocer y decir de él es la forma. A partir de aquí, Platón llegó a la afirmación de un mundo de Formas transcendentes (Ideas), subsistentes en sí mismas, como explicación del mundo. Pero a Aristóteles no le convenció esa teoría. El propio Platón, consciente de los problemas de su teoría, nunca definió con claridad cómo se articula la relación entre las Ideas y las cosas; unas veces habla de “participación”, otras de “imitación”, etc. Así mismo, el problema del movimiento y el cambio, el problema de la pluralidad de los seres, que constituyen el tema central de la filosofía presocrática, tampoco quedó satisfactoriamente explicado por Platón. La filosofía de Aristóteles trata de encarar con nuevos conceptos estos problemas.
Teoría Hilemórfica
En sustitución, y también, de alguna manera, adaptación, de la teoría de las Ideas, Aristóteles elaboró un nuevo marco para la comprensión de los seres que, con el paso del tiempo, recibió el nombre de “Teoría hilemórfica”. Según Aristóteles, cada ser está compuesto por un doble principio: la materia (hyle) y la forma (morphé). Si no queremos caer en las paradojas de Parménides, es necesario admitir que en todo proceso de cambio hay algo que permanece y algo que aparece y desaparece. Lo que permanece es un sustrato o materia, y lo que aparece es una forma de la que el sustrato estaba privado, al tiempo que desaparece aquella otra de la que estaba dotado. Cada cosa alberga ciertas posibilidades, aunque siempre limitadas, de cambio, de llegar a ser algo diferente. No toda entidad puede llegar a ser cualquier cosa, pero sí una cierta cantidad de cosas. La posibilidad de llegar a ser una determinada cosa recibe el nombre de potencia (dýnamis) en la terminología de Aristóteles. Pero la potencia es tanto la capacidad activa de producir un cambio como la capacidad pasiva de sufrirlo. Lo opuesto a la potencia es el acto (enérgeia), la realidad actual, la que de hecho está siendo una cosa. El acto es, pues, la realidad y la actividad presente en cada momento.
Parménides llegó a negar el movimiento porque implicaría el paso del no-ser al ser y solo a partir del ser se puede llegar al ser. Del no-ser nada se genera (hay que recordar que para los griegos la idea de la creación desde la nada era inconcebible; es el Cristianismo el que introduce esta idea). Aristóteles responde a la cuestión de Parménides aseverando que “el ser” se puede decir (predicar) de muchas maneras. (El ser es análogo). En el cambio, el ser en potencia es el que llega a ser en acto. Una semilla es un árbol en potencia y se actualiza como árbol en el momento en que comienza a germinar.
Teoría Hilemórfica
- Explica la composición de los seres a partir de: MATERIA y FORMA
- Supera así el dualismo platónico de la teoría de las ideas y concilia lo permanente y lo cambiante.
Teoría Potencia-Acto
- Explica el devenir de los seres como paso de: POTENCIA a ACTO
- Supera los argumentos sobre la imposibilidad del movimiento de Parménides.
El cambio en general puede ser de dos tipos:
- Cambio sustancial: cambio cualitativo; aparición o desaparición de una entidad. Generación y corrupción de un ser (un árbol que se quema).
- Cambio accidental: cambio de un aspecto no cualitativo; simple modificación de una entidad. Modificación de algunos aspectos del ser (un árbol al que le caen las hojas en otoño).
En los cambios sustanciales, una entidad definida deja de ser tal para convertirse en otra distinta: es la generación y corrupción de una cosa. El sustrato de tales cambios es la materia última, que es eterna y capaz de adoptar todos los cambios. En realidad, la materia última no es una cosa determinada, sino un principio indeterminado, algo semejante a lo que Anaximandro denominaba ápeiron, constitutivo de los cuerpos. Es la potencialidad pura de la materia eterna.
Pero no basta con la descripción conceptual del cambio; es preciso, además, explicar por qué se producen los cambios. De ahí que Aristóteles elabore una teoría de la causalidad. Para Aristóteles, conocer una cosa es conocer su causa. Distingue cuatro tipos de causas:
- Causa material: es aquello a partir de lo que se llega a formar una cosa (materia), es decir, aquello de lo que algo está hecho.
- Causa formal: es la forma que da lugar a una cosa concreta (la esencia o forma), aquello que determina lo que es una cosa.
- Causa eficiente: es la actividad que pone en marcha el cambio, es el agente o productor de la cosa. En los seres naturales es la propia naturaleza. En los artificiales, el hombre.
- Causa final: es aquello a lo que se dirige el cambio, el objetivo o propósito del cambio.
Si tomamos como ejemplo los cambios artificiales, podemos distinguir fácilmente las cuatro causas; en los procesos naturales, por el contrario, la forma, la causa eficiente y la finalidad coinciden y se identifican. Son las formas, existentes en potencia en la naturaleza, las causas eficientes y, a la vez, finales de los procesos de cambio natural. Así, en la generación de un árbol, la forma potencial en la semilla se despliega de acuerdo con su sentido y finalidad: ser árbol. Los seres naturales tienden, pues, a alcanzar su propia perfección. La naturaleza es principio y causa intrínseca del devenir de aquellos seres que no son artificiales.
Sin duda, el análisis aristotélico de las causas del cambio descansa en un modelo de actividad artesanal (las ejemplificaciones son frecuentes en las obras de Aristóteles). Tal esquema explicativo implica claramente la preponderancia de la causa final. Las cosas se hacen con un fin, y la elección de los materiales o de la forma están condicionados por ese fin. Pero Aristóteles extiende este modelo explicativo también a los seres naturales. También en el devenir natural el fin dirige y orienta los procesos de cambio. La extrapolación del modelo artesanal conduce, pues, a una concepción teleológica de la naturaleza en continuidad con el platonismo y en oposición absoluta al mecanicismo de los presocráticos tardíos y, en especial, al atomismo de Demócrito. La fuerte vocación de biólogo de Aristóteles contribuye a reafirmar esta concepción. El sentido común tiende a considerar que los órganos de los animales están destinados a cumplir funciones o finalidades (los ojos son para ver, los oídos para oír, etc.) y, en el proceso de desarrollo embrionario, Aristóteles ve, con seguridad, el paradigma teleológico de toda la naturaleza. (El fin del embrión es convertirse en un individuo adulto y perpetuar la especie).