Filosofía Política Aristotélica: Razón, Sociedad y la Construcción del Hombre Virtuoso

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La Filosofía Política de Aristóteles: Naturaleza Humana, Sociedad y Virtud

En su obra fundamental, la Política, dividida en ocho libros, Aristóteles profundiza en la naturaleza social del hombre, la trascendencia de la política y la crucial tarea del legislador para forjar ciudadanos virtuosos. Este último elemento ya había sido esbozado al final de la Ética Nicomáquea, obra que el Estagirita concibe como la antesala necesaria de la política. Además, aborda los diversos tipos de constitución política, la educación y el concepto de la comunidad ideal.

Si bien otros autores ya habían explorado estos temas, la singularidad de Aristóteles radica en su método. Él es el primero en abandonar el mito como explicación y fundamentar su pensamiento en la observación de la realidad y el poder de la razón para desvelarla. Es, en este sentido, el primer autor verdaderamente científico. Comprende que no somos los hombres quienes imponemos el método, sino que es la propia realidad la que nos revela el camino a seguir. Esta perspectiva lo lleva al estudio exhaustivo de una gran variedad de constituciones políticas vigentes en su tiempo, a ofrecer consejos y recomendaciones específicas para cada caso, y a establecer una división de los regímenes que supera y perfecciona el esquema platónico, al que considera excesivamente abstracto.

La Naturaleza Social del Hombre y el Logos

Aristóteles sostiene que el hombre es un animal racional, social y libre. En el fragmento antes citado, el autor destaca la relación intrínseca entre racionalidad, sociabilidad, justicia y bien. El núcleo del primer párrafo distingue la sociabilidad humana en razón de su racionalidad y emplea como ejemplo el uso de la palabra.

El hombre posee palabra (logos), término que en griego significa también razón (logos). Esta facultad le sirve no solo para transmitir su sensibilidad a sus semejantes, como lo hacen los animales gregarios (abejas, etc.), sino, fundamentalmente, para transmitir la verdad (veritas), para discernir lo justo de lo injusto, lo bueno de lo malo. Esto se debe a que lo más propio del hombre es emplear la razón para conocer y transmitir lo conocido. En tanto que lo conocido es verdad, la palabra es la verdad, y la verdad y el bien son una misma cosa. La necesidad de transmisión de uno y otro se desprende de la naturaleza difusiva del bien, pues, por esencia, el bien es aquello a lo que todas las cosas apetecen, es decir, tienden. Por lo tanto, si el hombre posee palabra y no solo voz, es porque su naturaleza es necesariamente social; le es intrínseco.

La Comunidad Política como Precondición de la Humanidad

La comunidad política, siendo la última en grado de civilización y la más perfecta, como se ha expuesto en las primeras líneas de la Política, tiene que ser necesariamente anterior al hombre. Pero no solo eso, sino que, en consecuencia de esta anterioridad, el hombre solo puede llegar a ser verdaderamente hombre en sociedad. Un hombre expulsado de la sociedad no es hombre, es bestia.

En este sentido, estas líneas del pensamiento aristotélico chocan de frente con los pensadores modernos contractualistas como Rousseau, Locke o Hobbes. De hecho, en el tercer párrafo, Aristóteles sitúa en su lugar las tesis contractualistas, entonces defendidas por los sofistas, afirmando que, si bien históricamente alguien fundó la ciudad, lo importante no es tanto ese alguien, como el bien que hizo al crearla, en tanto que completó lo que ya era una exigencia en la naturaleza humana, la cual no puede ser verdaderamente humana si no es social. En este sentido, no hay que menospreciar el importante papel que la sociedad desarrolla para el crecimiento de la libertad humana.

Además, Aristóteles no describe un hombre irreal; al contrario, él sabe que el hombre es capaz de ser: "es el más impío y salvaje de los animales, y el más lascivo y glotón". Pero precisamente por eso es tan necesaria la ciudad como fuente de educación, es decir, para construir al hombre. No en un sentido moderno de ingeniería social, sino de pleno desarrollo de las potencias humanas, las cuales, fuera de la sociedad, de la comunidad que construye en la virtud, quedan incompletas, en verdadero sentido: impotentes.

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