Filosofía de Platón y Aristóteles: Conocimiento, Ser y Ética
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Teoría del Conocimiento en Platón
Platón, en su filosofía, presenta una distinción crucial entre dos mundos: el Mundo Sensible y el Mundo de las Ideas. El primero, el Sensible, comprende todo lo que podemos percibir con nuestros sentidos, lo material y terrenal. En contraste, el Mundo de las Ideas, o Mundo Inteligible, constituye la esencia pura y la verdadera realidad de las cosas, independiente de su manifestación física.
En el Mundo Sensible, encontramos seres particulares y concretos, diversos en su naturaleza, pero todos ellos imperfectos y corruptibles. Estos seres sensibles son meras copias, reflejos deficientes de las Ideas eternas y perfectas que residen en el Mundo de las Ideas. Por ejemplo, un caballo en el mundo sensible es una copia imperfecta de la Idea de Caballo en el Mundo de las Ideas.
La Teoría de la Participación de Platón explica la relación entre estos dos mundos. Los seres sensibles existen en tanto que participan en las Ideas. Cuanto más perfecta sea su participación en una Idea, más cerca estarán de la perfección. Así, la jerarquía de las Ideas refleja el grado de perfección y universalidad que poseen.
En la cima de esta jerarquía se encuentra la Idea del Bien. Además, en su cosmología, expuesta en el "Timeo", Platón describe el origen del cosmos mediante el mito del Demiurgo, un ser divino que crea el universo como una esfera finita y limitada, rodeada por las estrellas fijas y compuesta por siete esferas celestes. Cada una de estas esferas se asocia a un elemento clásico (tierra, aire, agua y fuego) y a un sólido regular (cubo, octaedro, icosaedro y tetraedro), conocidos como sólidos platónicos. Platón distingue dos formas de conocimiento: doxa (opinión) y episteme (ciencia). La doxa se refiere al conocimiento basado en la percepción sensible del mundo material, mientras que la episteme es el conocimiento verdadero de las Ideas inteligibles. Según la Teoría de la Reminiscencia, conocer es recordar las Ideas que el alma ya poseía antes de encarnarse en el mundo sensible. El método de la mayéutica, utilizado por Platón, es un proceso de interrogación que busca despertar el recuerdo de las Ideas latentes en el alma. A través de esta dialéctica, el alma progresa en su búsqueda del conocimiento verdadero, ascendiendo desde la opinión hasta la intelección.
Este viaje dialéctico culmina en la Noesis, o intelección, donde el alma alcanza la comprensión plena de la Idea del Bien. En este estado, el conocimiento es total y completo, y el individuo se encuentra en armonía con la verdadera realidad del Mundo de las Ideas.
El Ser Humano y la Moral en Platón
Platón, en su profunda exploración de la naturaleza humana, defiende el dualismo antropológico, una concepción que postula que el alma y el cuerpo son entidades distintas y que su unión es meramente accidental. Esta idea se fundamenta en la creencia de que el alma y el cuerpo pertenecen a dos mundos diferentes y poseen características opuestas.
El alma, según Platón, es la esencia misma del ser humano y pertenece al Mundo de las Ideas. Es inmortal, espiritual y posee la capacidad de conocer las verdades eternas y universales. Por otro lado, el cuerpo es una entidad mortal y material, propia del mundo sensible, que actúa como una prisión para el alma. Esta dicotomía entre el alma y el cuerpo da lugar a una lucha constante entre ambos, ya que el alma anhela regresar al Mundo de las Ideas mientras está encarcelada en el cuerpo terrenal.
Platón presenta varias argumentaciones para respaldar la inmortalidad del alma. Una de las más destacadas es la teoría de la reminiscencia, que sostiene que el conocimiento que poseemos en el mundo sensible es en realidad el recuerdo de las verdades eternas que el alma conocía antes de encarnarse. Esto sugiere que el alma puede existir independientemente del cuerpo y, por lo tanto, es inmortal. Otra argumentación se basa en la simplicidad del alma, ya que al no ser material, no puede descomponerse ni morir.
Además, Platón distingue tres partes del alma, representadas en el mito del carro alado. El auriga, que simboliza el alma racional, esencialmente humana y ubicada en la cabeza, es la parte que debe gobernar el desarrollo de las otras dos. Los caballos, uno blanco y otro negro, representan el alma irascible y concupiscible respectivamente. Estas partes del alma son responsables de diferentes aspectos de la experiencia humana, como el conocimiento racional, el esfuerzo, la voluntad y las pasiones sensuales.
En cuanto a la virtud, Platón la fundamenta en el desarrollo del bien propio del hombre, que es su esencia racional. Según él, existen tres virtudes principales que corresponden a las tres partes del alma: la sabiduría o prudencia, que se logra con el desarrollo del alma racional; la valentía, que se manifiesta a través del desarrollo prudente del alma irascible; y la templanza, que se alcanza con el desarrollo prudente del alma concupiscible. Cuando estas virtudes se desarrollan armónicamente, se logra la Justicia, que es el orden perfecto de las tres partes del alma, cada una cumpliendo su función específica de manera equilibrada y virtuosa.
Teoría del Conocimiento en Aristóteles
Aristóteles, un influyente filósofo, desarrolló un sistema filosófico completo que trata diversos aspectos, desde la naturaleza de la realidad hasta la ética y la teoría del conocimiento. En su obra, destaca la noción de Physis como la realidad fundamental, dividida en el mundo supralunar, habitado por los astros y caracterizado por la perfección y la eternidad, y el mundo sublunar, donde residen los elementos terrenales y cambiantes. Esta distinción es esencial para entender su visión del universo y la naturaleza de los seres que lo componen. Para comprender la naturaleza de los seres, introduce la teoría hilemórfica, según la cual los seres están compuestos por dos elementos: la Materia y la Forma. La Materia constituye la sustancia misma de los seres, mientras que la Forma determina su esencia y su identidad específica. Esta dualidad proporciona la base para entender la estructura de los seres y su comportamiento en el mundo. Aristóteles distingue entre dos tipos de sustancia: la sustancia primera, que se refiere al individuo concreto y particular, y la sustancia segunda, que se refiere a la esencia universal que caracteriza a los individuos de una misma especie. Esta distinción es fundamental para su metafísica y su comprensión de la realidad. En su concepción teleológica, postula que los seres naturales tienden hacia un fin y se desarrollan para alcanzar la perfección determinada por su propia esencia. Este proceso se entiende como el paso del "ser en potencia" al "ser en acto", donde los seres van actualizando sus potencialidades hasta alcanzar su plenitud. Esta idea de finalidad inherente guía su comprensión del mundo y su funcionamiento. Aristóteles presenta las cuatro causas (formal, material, eficiente y final) para explicar el funcionamiento de los seres naturales, ofreciendo una comprensión completa de los fenómenos en el universo. En su obra "Metafísica", profundiza en el estudio del ser y establece axiomas y categorías universales que rigen la realidad, postulando la existencia del Primer Motor Inmóvil como el fundamento último del movimiento en el universo. Respecto al conocimiento, sostiene que se origina en los sentidos y se desarrolla mediante un proceso de inducción, mientras que su lógica formal establece métodos para validar argumentos y distinguir falacias.
El Ser Humano, la Moral y la Política en Aristóteles
Aristóteles, en su análisis del ser humano, sostiene la teoría hilemórfica, que postula que el cuerpo (Materia) y el alma (Forma) constituyen una única sustancia natural indisoluble. El alma, principio de vida, se compone de tres funciones: la vegetativa, propia de todos los seres vivos, que engloba la capacidad para alimentarse y desarrollarse; la sensitiva, exclusiva de los animales, que permite la sensibilidad; y la intelectiva, característica de los seres racionales, que posibilita el conocimiento y la reflexión, considerada como la función superior y esencial del ser humano, distinguiéndolo de otros seres. En cuanto al problema moral o ético, Aristóteles fundamenta su ética en la concepción teleológica de los seres naturales, donde la felicidad (Eudemonia) constituye el fin último. Esta felicidad implica el desarrollo de las facultades de acuerdo a la esencia de cada ser. La actividad intelectual, especialmente la vida contemplativa, es esencial para alcanzarla, al perfeccionar el entendimiento a través de virtudes dianoéticas como la sabiduría y la reflexión. Sin embargo, el ser humano también posee facultades vegetativas y sensitivas, vinculadas a necesidades corporales y sociales, lo que impide alcanzar una felicidad plena dedicada exclusivamente a la contemplación. Para Aristóteles, el correcto desarrollo de las facultades vegetativa y sensitiva se logra mediante virtudes éticas o prácticas, que organizan la vida humana de manera que se pueda perseguir lo más característico del ser humano y acercarse a la felicidad. Estas virtudes éticas se definen como hábitos adquiridos por la práctica frecuente, que permiten determinar con prudencia el término medio entre dos extremos viciosos, uno por defecto y otro por exceso, estableciendo así una ética personalizada y no universal. Además, el hombre es considerado un ser social por naturaleza, un "zoon politikon", cuya esencia implica la sociabilidad y la capacidad de comunicarse racionalmente. La sociedad, por lo tanto, no es un producto de la convención, sino que forma parte inherente del ser humano, siendo la polis el fin último de su desarrollo. La felicidad humana solo se puede alcanzar dentro de una sociedad cuyas leyes permitan el desarrollo de las virtudes éticas en todos los ciudadanos. Aristóteles distingue tres formas justas de gobierno: la Monarquía, la Aristocracia y la Democracia, cada una con su respectiva corrupción: la Tiranía, la Oligarquía y la Demagogia.
Dios y el Conocimiento en San Agustín
San Agustín, en su enfoque teológico, defiende el Creacionismo, postulando que el mundo y el tiempo fueron creados por Dios desde la nada (ex nihilo). Esta doctrina se fundamenta en la Teoría del Ejemplarismo, donde Dios creó los seres concretos a partir de ideas eternas, los arquetipos, que existen en su mente divina. Además, en el acto de creación, Dios depositó en la materia los gérmenes de todos los seres futuros, permitiendo su aparición progresiva en el tiempo. En este sentido, cada ser creado se compone de materia, ya sea corpórea o espiritual, y forma, que constituye su esencia y define su ser. En el marco de esta creación, San Agustín sostiene que Dios no abandona su obra una vez creada, sino que la cuida y gobierna mediante un plan divino expresado en la ley eterna. Aborda el problema del mal, argumentando que todo lo creado por Dios es intrínsecamente bueno, y que el mal representa una carencia de ser o perfección, en lugar de una realidad propia. El mal, desde esta perspectiva, solo existe desde un punto de vista individual y concreto, pero en el contexto global de la creación, siempre resulta en un bien mayor. En su intento de demostrar la existencia de Dios desde la razón, San Agustín presenta varios argumentos. Uno de ellos se basa en la perfección, orden y grandeza de la creación, que sugiere la existencia de un ser supremo con esas cualidades. Otro argumento se deriva del consenso humano, ya que la mayoría de las personas creen en la existencia de Dios. Sin embargo, el argumento preferido por San Agustín es el que surge del carácter eterno e inmutable de ciertas ideas presentes en el alma humana, las cuales contrastan con la naturaleza mutable y finita del ser humano. Este contraste implica que estas ideas deben tener como causa un ser eterno e inmutable: Dios. En cuanto al conocimiento, San Agustín distingue varios tipos, incluyendo el conocimiento sensible, el racional inferior (ciencia) y el racional superior (filosofía o sabiduría). La filosofía, según él, posibilita el acceso a verdades eternas, inmutables, universales y necesarias, que están depositadas en el alma humana por Dios. Este conocimiento superior, según la teoría de la Iluminación, no puede ser alcanzado a través de los sentidos, sino que debe ser buscado en la conciencia interna del individuo, donde Dios las ha colocado. Respecto a la relación entre Razón y Fe, San Agustín propone una complementariedad en lugar de una rivalidad.
Aunque la fe es fundamental, la razón también desempeña un papel importante, ya que ambas deben ayudarse mutuamente. La fe no es irracional, sino que se apoya en la razón, y viceversa. Por lo tanto, la comprensión de la realidad implica tanto la fe como la razón, y ambas deben ser empleadas en armonía para alcanzar una comprensión más profunda de la existencia y la verdad.
El Ser Humano, la Ética y la Política en San Agustín
Según la filosofía de San Agustín, el ser humano refleja la imagen y semejanza de Dios, lo que implica que posee una vida espiritual única que lo distingue de los animales. Agustín defiende un dualismo ontológico, afirmando que el hombre está compuesto por dos sustancias: el cuerpo (materia) y el alma (forma), cuya unión es accidental. De esta manera, el hombre es fundamentalmente un alma inmortal en contraste con un cuerpo mortal y corruptible. Esta alma humana, dotada de memoria, inteligencia y voluntad, constituye la esencia de la persona. La memoria une el presente con el pasado, creando la identidad personal; la inteligencia permite conocer la verdad; y la voluntad, por último, lleva a buscar el amor y la felicidad, que solo se encuentran plenamente en Dios.
San Agustín defiende el libre albedrío humano, que permite elegir entre pecar (libertinaje) o vivir conforme a la ley de Dios (libertad). Sin embargo, debido al pecado original, el ser humano necesita la gracia divina para obrar correctamente. La intención que guía una acción determina su moralidad, siendo buena si está en consonancia con la ley de Dios y pecaminosa si no lo está.
El mal moral humano, según San Agustín, resulta del abuso del libre albedrío, pero este mismo libre albedrío otorga al ser humano la responsabilidad por sus acciones. La voluntad humana busca la felicidad, que solo se alcanza en la vida eterna mediante la contemplación y el amor a Dios.
En cuanto al problema político y social, San Agustín concibe la historia como un escenario donde Dios se manifiesta al hombre y se produce la salvación. Esta historia lineal tiene un principio (la creación) y un fin (el Juicio Final), avanzando hacia la instauración del Reino de Dios en la tierra. La humanidad se divide en dos grupos según su objeto de amor: los que se aman a sí mismos (la Ciudad Terrenal) y los que aman a Dios (la Ciudad de Dios). La lucha ética entre estos grupos marca el devenir histórico, que culminará en la victoria y salvación de los integrantes de la Ciudad de Dios al final de los tiempos.
Dios y el Conocimiento en Santo Tomás de Aquino
Santo Tomás de Aquino, influido por las ideas de Aristóteles, elaboró una concepción filosófica rigurosa sobre Dios, la realidad y el conocimiento humano. Partiendo del hilemorfismo aristotélico, que postula la existencia de materia y forma en todos los seres, Aquino distingue dos formas de ser: la de Dios y la de las criaturas. Para Aquino, Dios es el creador del universo y se diferencia de las criaturas en que su existencia es necesaria, es decir, no puede no existir. Por el contrario, las criaturas son contingentes, su existencia depende de la voluntad divina. Aquino argumenta que en las criaturas hay una distinción entre su esencia y su existencia, ya que su esencia (su definición universal) no implica necesariamente su existencia, mientras que en Dios, al ser necesario, su esencia implica su existencia. La jerarquía de los seres se establece según su grado de perfección y su semejanza con Dios. Aquino sostiene que los seres son más o menos perfectos en función de su mayor o menor parecido con Dios, y establece una clasificación que va desde los seres más simples hasta el ser supremo, que es Dios. En cuanto a la naturaleza de Dios, Aquino lo concibe como un ser necesario y acto puro, inmutable y perfecto. Dios se conoce a sí mismo de manera eterna y amorosa, y su actividad principal es pensarse a sí mismo. Aunque Dios es perfecto en sí mismo, decide crear el universo por amor y lo cuida con ternura y providencia. Aquino aborda la cuestión de la existencia de Dios desde una perspectiva filosófica. Critica el Argumento Ontológico de San Anselmo, argumentando que la existencia de Dios no es evidente para la razón humana y debe ser demostrada. Propone cinco vías para demostrar la existencia de Dios, todas basadas en la observación del mundo sensible y la aplicación del principio de causalidad. La primera vía parte del movimiento de los seres para afirmar la existencia de Dios como el primer motor inmóvil. La segunda vía se basa en la existencia de causas causadas para demostrar la existencia de Dios como la primera causa incausada. La tercera vía parte de la existencia de seres contingentes para afirmar la existencia de Dios como ser necesario. La cuarta vía se apoya en la existencia en los seres de distintos grados de perfección para afirmar la existencia de Dios como ser perfectísimo. La quinta vía se fundamenta en el orden y la finalidad en el comportamiento de los seres naturales para afirmar la
existencia de Dios como inteligencia ordenadora.
El orden en la naturaleza se realiza mediante la ley eterna, que rige a los seres naturales con la ley física y a los seres humanos con la ley natural o moral, que les otorga la libertad para actuar conforme a su naturaleza racional. En cuanto al conocimiento humano, Aquino distingue entre razón y fe. Reconoce que la razón puede comprender ciertos aspectos de la realidad, pero su comprensión es limitada y debe ser complementada por la fe, que revela verdades que van más allá del entendimiento humano. Aquino parte de la percepción sensible para elaborar conceptos universales mediante la abstracción, y sostiene que la razón y la fe son autónomas e independientes, pero deben ayudarse mutuamente en la búsqueda de la verdad.
El Ser Humano, la Ética y la Política en Santo Tomás de Aquino
Tomás de Aquino, en su obra filosófica, profundizó en la naturaleza humana, la moralidad y la organización social, fusionando la filosofía aristotélica con la teología cristiana. Para él, el hombre es una entidad dual, compuesta por un cuerpo mortal y un alma racional inmortal, según la teoría hilemórfica aristotélica. Esta alma racional, dotada de facultades vegetativas, sensitivas y racionales, es esencialmente humana y constituye el principio vital del ser humano. La moralidad para Aquino se basa en la ley natural, una serie de preceptos intrínsecos al alma humana que dictan el deber de alcanzar la felicidad a través de la perfección moral. Estos preceptos, como el deber de conservar la vida, procrear y educar a los hijos, y buscar la verdad, son considerados evidentes, universales e inmutables, y pueden ser comprendidos por la sindéresis, una capacidad natural para discernir el bien del mal.
En el ámbito social y político, Aquino considera al hombre como un ser social por naturaleza, cuyo desarrollo y perfección se logran en comunidad. La ley natural sirve como fundamento para las leyes positivas, las normativas convencionales que deben reflejar y respetar la ley natural para garantizar la justicia en la sociedad. Aquino propone que las mejores formas de gobierno, como la Monarquía, la Aristocracia y la Democracia, son aquellas que están en consonancia con la ley natural y que promueven el bien común.