Filosofía de Ortega y Gasset: Vida, Circunstancia y Ética de la Autenticidad
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La Antropología Filosófica de Ortega y Gasset: El Problema del Ser Humano
Ortega sintetiza el realismo y el idealismo en la noción superior de la vida como realidad radical. Esta síntesis entre sujeto y mundo se expresa en la célebre frase: «Yo soy yo y mi circunstancia».
En esta frase, Ortega nos revela el descubrimiento de que la vida del ser humano está inmersa en un conjunto de elementos que constituyen su «circunstancia». Sin embargo, el circunstancialismo de Ortega no se limita a ese conjunto de elementos que, desde perspectivas históricas, culturales y sociales, nos constituyen, sino que incluye también, en nuestra «circunstancia», cualquier otro elemento de la vida cotidiana, particular y propio del sujeto al que le afecta.
En clara oposición a su objetivismo inicial, Ortega coincidirá con otras corrientes filosóficas del siglo XX en la consideración de la vida cotidiana como material filosófico esencial, hasta el punto de intentar convertir dicha reflexión en su método filosófico.
La Moral en el Pensamiento de Ortega y Gasset
Al rechazar el realismo que ha dominado el pensamiento europeo y, en particular, la gnoseología cartesiana, Ortega, como hemos señalado, cuestiona la noción misma de ser. Aunque no es estrictamente un existencialista, comparte con esta corriente la idea de que el ser humano es el único que tiene conciencia de la extinción del existir, de la muerte y del tiempo.
Ortega retoma estas nociones desde una perspectiva moral y humanista, poniendo en un primer plano la cuestión de la libertad y la autenticidad.
La libertad es la naturaleza humana. El ser humano procede de la nada porque es arrojado al mundo, y el horizonte que se le ofrece finaliza necesariamente en la otra nada que limita con la muerte. El ser en el mundo es, por lo mismo, ser para la muerte. El ser para la muerte, que es el ser humano, carece de esperanza, pero también de restricciones, puesto que, haga lo que haga, use como use de su indeterminación, el resultado final será el mismo.
Los valores de la moral no pueden fundarse sobre la consecución de objetos que no tienen sentido, como la salvación religiosa o la filantropía en aras del mejoramiento de la humanidad. El bien moral no puede ser otra cosa que autenticidad, es decir, la aceptación de una situación existencial que presenta, por un lado, el destino fatal de la muerte, pero por otro, la libertad absoluta sin restricciones. Aceptar la muerte es el único modo de aceptar la libertad.
La ética que se deriva del raciovitalismo orteguiano es una moral de la autenticidad. Dicha autenticidad consiste en decidir y asumir el destino que elegimos entre las diversas posibilidades que nos ofrecen nuestras circunstancias. Además, puesto que la vida humana es forzosamente individual, se ha de obrar de modo que nuestros actos nos hagan insustituibles.