La Filosofía de Nietzsche: Muerte de Dios, Voluntad de Poder y el Eterno Retorno

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Metafísica y la Muerte de Dios

La famosa declaración: “Dios ha muerto”, formulada por Friedrich Nietzsche, no debe entenderse literalmente, sino como una crítica profunda a los fundamentos metafísicos de la cultura occidental.

Con esta frase, Nietzsche señala el colapso de los valores absolutos y las verdades eternas que habían sostenido la moral, la religión y la filosofía durante siglos, especialmente el cristianismo. A lo largo del tiempo, el concepto de Dios ha representado todo aquello perfecto y bueno. No obstante, este, a su vez, suponía un límite para la mejora del hombre, puesto que la idea de Dios era algo que no se podía sobrepasar.

En el plano metafísico, la muerte de Dios implica el fin de una visión del mundo basada en un orden trascendente, inmutable y objetivo. De esta manera, al “matar” a Dios, al matar esa idea idealizada, se le permite al hombre la oportunidad de crecer sin límites.

La Voluntad de Poder: El Vitalismo Nietzscheano

Uno de los fundamentos principales de su ética es la voluntad de poder. Nietzsche es uno de los primeros vitalistas, es decir, aquellos que conciben la vida como un concepto filosófico: la voluntad de vida.

A diferencia de Schopenhauer, que tiene una visión pesimista de esta fuerza vital, considerándola como un hambre insaciable que nunca nos permite estar satisfechos, Nietzsche la ve desde un ángulo más optimista. Él la considera una fuerza insaciable, pero controlada por el individuo hasta cierto punto (puesto que en el fondo no se puede controlar lo que la vida nos pone delante). En otras palabras, la voluntad de poder implica vivir al máximo aquello que la vida nos ofrece.

La Voluntad de Poder en el Arte

Sin embargo, este “yo puedo” no es un dominio por la fuerza, sino una admiración que surge naturalmente al imponer esta voluntad. Esto queda plasmado especialmente en el mundo artístico. Por ejemplo, Picasso, a diferencia de otros artistas que siguieron lo tradicional, decidió imponer su voluntad de poder, creando algo nuevo y original: el cubismo.

De esta manera, se lleva a cabo una lucha de contrarios que es justa, donde hay competencia y se mejoran las cosas. En este caso, la competencia se da entre los artistas tradicionales y Picasso, en el que este último gana. Sin embargo, no lo hace imponiendo la fuerza o de manera violenta, sino que su voluntad de poder genera admiración. No es algo que surge de una imposición, sino que es la admiración por algo distinto.

El Caos del Mundo y la Crítica a la Ciencia

Para vivir en el mundo, hay que imponer esa voluntad de poder. Esto se debe a que, según Nietzsche, el mundo es un caos, y por ello, hay que imponer la voluntad para sobrevivir (esta fuerza no se trata de ordenar el caos del mundo, sino que es una fuerza de supervivencia).

Por tanto, afirma que la ciencia, que se basa en entender el mundo de una manera sistemática y ordenada, nunca va a comprenderlo a fondo, puesto que nunca va a entender el caos. Y por ende, nunca va a llegar a más. Algo que se observa en la ciencia actual. Por ejemplo, si fuera tan segura, no se tendrían que firmar acuerdos en los hospitales en caso de que una operación fallara, o no ocurrirían sucesos como las fallas en los cohetes.

El Eterno Retorno y la Negación de la Trascendencia

Por otra parte, Nietzsche también intuye el eterno retorno, es decir, un ciclo en el que la misma vida se repite eternamente. Este pensamiento le consuela, porque, por una parte, le da alegría ante el abismo de la nada y de la muerte, mientras que, por otra, para el superhombre, la idea de repetir la misma vida al máximo resulta positiva.

Por tanto, niega completamente la trascendencia, afirmando que no existe otra dimensión ni un Dios.

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