Filosofía Griega: Desde los Presocráticos hasta Aristóteles
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La Grecia Helenística: Desde la Unificación Macedónica hasta la Conquista Romana
Macedonia y la Expansión de Alejandro Magno
Macedonia, una región montañosa situada al norte de Grecia, era habitada por gentes que los griegos consideraban bárbaros debido a su mayor atraso cultural. En el siglo IV a.C. aparece un gran rey, Filipo II (359-336), el creador del Estado macedónico. Primero reorganizó el ejército, logrando una gran eficacia militar, y se lanzó a la conquista de Grecia (Guerras Sagradas, 356-338 a.C., culminando en la Batalla de Queronea, donde Filipo venció a los griegos). Cuando se disponía a realizar una expedición contra Persia, fue asesinado (336).
Lo sucedió en el trono su hijo Alejandro, quien logró atraer la simpatía de todas las ciudades por sus cualidades y su perfecta instrucción cultural y militar, venciendo la oposición que pudo suscitarse (como en Tebas, que arrasó completamente y a cuyos habitantes vendió en pública subasta). Asegurada la sumisión de los griegos, prepara la invasión del Imperio persa.
Rebeliones, intrigas, disturbios internos, todo contribuía a debilitar la gigantesca monarquía, que ya no era ni una sombra de lo que fue bajo la autoridad de Ciro o Darío I. Los persas fueron derrotados junto al río Gránico (334) y, poco después, el ejército que mandaba personalmente Darío III era vencido junto al golfo de Issos (333). En el año 332, Alejandro fundó Alejandría en Egipto, que se le sometió sin dificultad, y se convirtió en una de las más importantes ciudades de la Antigüedad. En el 331 se produjo el triunfo definitivo sobre los persas (Batalla de Gaugamela, junto al Tigris).
Alejandro se consideró como heredero del Gran Rey, adoptó el traje, las ceremonias y costumbres persas, y quiso extender sus conquistas a países más lejanos, llegando hasta la India. Al regreso de una expedición murió en Babilonia (323), cuando su Imperio se extendía desde el Adriático al Indo y desde el Cáucaso al Nilo.
Lo más destacado de la organización imperial de Alejandro fue su genio ecuménico, universalista, que no perseguía finalidades de dominio exclusivo, sino que procuraba poner en contacto tierras distintas, fundir culturas de tradición dispar, unir pueblos lejanos. Así, por ejemplo, en Alejandría fundía la tradición egipcia, la cultura griega y el vigor macedonio, y en Bactriana puso en contacto razas indias con elementos civilizadores helénicos.
Decadencia y Final de la Historia Griega
Como no dejó sucesor, sus generales se repartieron los dominios de Alejandro Magno y, después de largas guerras, en el año 301 a.C. se establecen cuatro reinos sobre las ruinas del Imperio:
- Macedonia y Grecia, adjudicadas a Casandro.
- Siria y Asia Oriental, que correspondió a Seleuco.
- Tracia y Asia Menor, entregada a Lisímaco.
- Egipto, que pasó a Ptolomeo.
Aunque algunos de estos Estados llegaron a alcanzar grandes formas políticas y culturales, poco a poco fueron decayendo y pasando a manos de un nuevo poder formado en el Mediterráneo: Roma. Grecia quedó convertida en provincia romana en el 146 a.C., Siria entre el 64 y el 62 a.C., y Egipto en el año 30 a.C.
La Filosofía Griega: Orígenes y Desarrollo
No fueron los griegos los primeros ni los únicos que crearon una ciencia teórica abstracta. Antes de ellos, los egipcios y los babilonios habían conseguido importantes avances en matemáticas, astronomía, medicina... La originalidad griega consistió en intentar ofrecer, por primera vez, una interpretación naturalista y racional del universo, sin la ayuda del mito. Las preguntas que se hicieron (¿qué es el mundo?, ¿qué es el hombre?, si las cosas están en continua mutación, ¿cuál es su verdadero ser, su realidad?...) no eran nuevas; lo nuevo fueron las respuestas, que ya no se contentaron con leyendas y mitos, sino que suponen un esfuerzo por entender el mundo y la naturaleza mediante la explicación racional.
Precisamente, un aspecto fundamental de la nueva mentalidad encarnada por el pensamiento griego es la alta valoración dada al hombre dentro del universo; la cultura se vuelve antropocéntrica y surge una firme creencia en la razón humana, a la que se considera capaz de desentrañar los misterios que rodean la existencia, ya que los mismos no obedecen a motivos caprichosos, sino a leyes susceptibles de explicación.
Periodo de Iniciación de la Filosofía Griega (Siglos VI-V a.C.)
Los Primeros Filósofos Cosmológicos: Pitágoras y la Escuela Pitagórica
En la Magna Grecia (sur de Italia) fundó Pitágoras una asociación que era a la vez escuela filosófica y comunidad religiosa vinculada al culto de Dioniso, que representaba una penetración en el mundo helénico de las religiones de los pueblos orientales. Los pitagóricos fueron grandes cultivadores de las matemáticas y creyeron encontrar en los números el principio (arjé) que los primeros filósofos habían señalado en los elementos naturales. Ellos observaron que en la matemática se puede obtener la exactitud completa y la evidencia absoluta; que el movimiento de los cuerpos celestes puede estudiarse matemáticamente; que, hasta en las bellas artes, la música está sometida a número y medida. Y fácil les fue concluir que el secreto del Universo está escrito en signos matemáticos, que ellos son el principio fundamental del que todo se deriva.
Reciben este nombre porque el punto de partida es un conflicto en torno al Santuario de Apolo en Delfos.
Heráclito, Parménides y los Sofistas
La viva antítesis entre la serena experiencia inteligible y la cambiante experiencia de los sentidos llega a su planteamiento definitivo y a soluciones contradictorias con dos filósofos, también del siglo V a.C.
Heráclito de Éfeso tuvo la aguda percepción de la variabilidad y fugacidad de cuanto existe, de su diversidad y perpetua mudanza: todo cambia, es la conclusión en que expresa lo que la realidad le ofrece. Ni en el mundo ni en nosotros mismos hay nada que pueda considerarse permanente, sino un continuo fluir: la existencia —dice— es la corriente de un río, en el cual no podemos bañarnos dos veces en las mismas aguas. Si esto es así, la universalidad de nuestros conceptos, la necesidad de nuestras ideas es un intento imposible; aprehender la realidad en conceptos fijos, inmóviles, es como helar la corriente del río, matar la realidad en lo que tiene de más puramente real. La razón sólo es capaz de crear conceptos estáticos, muertos, lo más ajeno a la realidad y a la vida misma.
Parménides de Elea construye su propia concepción del universo, distinta de la de Heráclito: Para que algo fluya —comienza sentando— es preciso que haya antes ese algo, es decir, un sustrato permanente, un ser en sí. La razón me pone en contacto con ese algo, con la inmutabilidad de las ideas, pero, ante todo, con una idea que es la base de las demás: la idea de ser, por la que me hago cargo de todo lo que es. Posteriormente conozco otras ideas (p.ej. hombre, caballo, triángulo, justicia...) y después los sentidos me informan de un mundo de individuos cambiantes, diferentes, perecederos.
Ante la contradicción entre la experiencia sensible y la inteligible, Parménides y su discípulo Zenón de Elea se decidían por la segunda, porque el reino de la razón es el reino de la evidencia.
Así pues, en la contradicción radical que movió a los hombres a filosofar, Heráclito resolvió a favor del mundo de los sentidos, negando la razón, y Parménides a favor de la razón, negando la experiencia sensible. Ambos desembocan en dos actitudes esencialmente opuestas al espíritu heleno y occidental: el escepticismo y el quietismo contemplativo. Esto exigía al genio filosófico griego otras soluciones más profundas, capaces de recomponer la integridad del hombre y, con ella, su armonía y actividad.
Periodo Humanístico o de Esplendor de la Filosofía Griega (Siglos V-IV a.C.)
Entre los siglos V y IV a.C. se halla el Siglo de Oro de la filosofía griega, con tres grandes figuras: Sócrates, Platón y Aristóteles.
Platón: La Teoría de las Ideas y los Mitos de la Caverna y el Carro Alado
La misión filosófica de Platón (427-347) habría de consistir en reparar la desgarradura que en la concepción del universo habían introducido Heráclito y Parménides. No era posible al hombre renunciar sin más a una de sus dos experiencias inmediatas: la de los sentidos o la de la razón. Ello supondría renunciar, al mismo tiempo, a la acción, porque tanto el escepticismo de Heráclito como el panteísmo de Parménides implican una actitud quietista.
Platón expone su pensamiento a través de sus dos conocidos mitos o imágenes (especie de parábolas filosóficas): el del carro alado (Fedro o del Amor) y el de la caverna (La República o el Estado). El primero envuelve su concepción general del Universo y el viejo problema de la verdadera realidad (el arjé, o principio). El segundo procura explicar cómo están constituidas las cosas concretas, materiales, de este mundo. Ambos se complementan en el intento de dar una explicación armónica de la realidad.
La filosofía de Platón constituye un primer y gran esfuerzo por superar el antagonismo y la parcialidad de Heráclito y Parménides. La experiencia sensible y la inteligible se salvan en él con la admisión de dos mundos, aunque uno de ellos sea el verdadero (el de las ideas) y confiera su ser y sentido al otro. Sin embargo, esta concepción filosófica deja planteados problemas de no fácil solución.
Aristóteles: Metafísica, Hilemorfismo y la Naturaleza del Conocimiento
En la amplia obra de Aristóteles (384-332) nos interesa su Metafísica, obra que condensa su concepción del ser y prolonga el pensamiento filosófico en el punto en que lo dejamos. Aristóteles dio a este tratado el nombre de Filosofía Primera y es, según su propia definición, la ciencia del ser en cuanto ser, es decir, la ciencia que resulta del tercer grado de abstracción.
La teoría hilemórfica de Aristóteles comienza admitiendo, con Platón, un universal que es causa de las perfecciones de las cosas, es decir, que sean esto o aquello. Pero este universal no está para él en un mundo superior y distinto, sino en las cosas mismas, como uno de los principios metafísicos que las constituyen.
En la realidad sólo existen para Aristóteles las cosas individuales, concretas, lo que él llama sustancias. Pero estas sustancias realizan, cada una a su manera, un universal o modo de ser general, la esencia, aquello que la cosa es, y cuyo ser comparte con los demás individuos de la misma especie. Esta individualidad y universalidad que se dan unidas en las cosas materiales concretas se explican por dos principios físicos que él llama materia y forma (ulé - morfé = hilemorfismo).
La forma (heredera de la idea platónica) es «un principio universal, causa de las perfecciones específicas de un ser y origen de inteligibilidad». Las formas (hombre, caballo, justicia) hacen que este hombre, ese caballo, aquel acto justo, sean lo que son: hombre, caballo, justicia. Además, por la forma comprendemos las cosas. Lo que las cosas tienen de puramente individual es incomprensible intelectualmente; el individuo sólo es accesible a la experiencia sensible.
Imaginemos una familia a la que ha llegado un pariente que residió siempre en América. Alguien puede describirle diciendo que es alto, moreno, de mediana edad... es decir, destacará varios conceptos universales, generales... pero aunque pasara toda la vida expresando rasgos diferenciales no lograría transmitir la imagen concreta, viva, real que se adquiere al verle. La individualidad es impenetrable a la razón e inexpresable; la intelección se realiza siempre por medio de lo universal.
El Hombre y el Conocimiento según Aristóteles
Veamos ahora cómo, a la luz de sus principios, concibe Aristóteles al hombre:
El hombre es para él una unidad sustancial, no una mera y episódica unión accidental de alma y cuerpo, como en Platón. En su seno supone Aristóteles que el alma hace el papel de forma y el cuerpo de materia. No será posible así la preexistencia ni la transmigración de las almas. Esta doctrina de la unión sustancial es, sin duda, la que más responde a los hechos, esto es, a la estrecha solidaridad en que se encuentran en nosotros los fenómenos psíquicos y los fisiológicos.
La concepción aristotélica del conocimiento responde, asimismo, a su metafísica. El conocimiento se inicia a través de los sentidos, pero el conocimiento intelectual —aunque parte del conocimiento sensible— es algo superior y distinto. Es un leer dentro (intus-legere), un poder de penetrar en el interior del objeto e iluminar en él su forma para lograr esa reproducción en la mente que es lo que se llama idea o concepto. Es el descubrimiento de una realidad profunda que no es accesible a los sentidos. Merced a esa facultad puede el hombre traspasar la esfera de las cosas concretas o individuales en que se mueve el animal para penetrar en el mundo inteligible de las esencias universales, mundo que le permite un modo superior de existir, de relacionarse y de progresar.
La Política en Aristóteles
También se halla en relación con estos principios su concepción política. El punto de partida es que el hombre es social por naturaleza, un animal político. Su más profunda naturaleza le lleva a vivir en sociedad. Quiere esto decir que la sociedad no debe concebirse como algo ajeno al individuo: ni como el fruto de un acuerdo o convención con sus semejantes, ni tampoco como algo primario y subsistente por sí que determine el ser de los individuos. La sociedad es algo real, pero que brota del hombre concreto, al cual perfecciona y depara un medio vital necesario.
El sistema aristotélico, con su visión profunda, armónica y conciliadora del Universo, fue considerado durante siglos como la más alta conquista del espíritu humano y como el logro de unas líneas generales que volverán a aparecer a lo largo de los siglos en la especulación filosófica.
Aunque Platón y Aristóteles fueron maestro y discípulo, inician uno y otro sendas corrientes generales del pensamiento humano que, en su sentido más profundo, se complementan mutuamente, aunque puedan parecer opuestas. Aquella corriente que huye de este mundo que nos rodea para buscar la realidad verdadera en un trasmundo superior, y aquella otra que parte del ser y del valer de la realidad que vivimos y que en su seno descubre el mundo de la razón y la profundidad del conocimiento. Ambas corrientes se prolongan a través de la época clásica, coexisten durante toda la Edad Media, y aún es posible descubrirlas en el pensamiento moderno y contemporáneo.
El término de metafísica lo recibió después en razón del lugar que ocupaba su obra, detrás de la física.