Filosofía y Ética: Descartes, Maquiavelo y Hume

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El problema del conocimiento

Descartes, un eminente matemático y científico, elogiaba la precisión de las matemáticas por ofrecer conocimientos seguros y exactos. En su perspectiva, esta precisión contrastaba notablemente con las incertidumbres y controversias inherentes al pensamiento filosófico. Descartes se embarcó en la misión de hallar un camino firme y seguro para descubrir la verdad con la misma certeza que proporcionan las matemáticas. Para él, la luz de la razón era la única fuente confiable para encontrar la verdad, lo que lo posiciona como el fundador y principal exponente del Racionalismo, corriente filosófica que privilegia la razón sobre los sentidos como única fuente de conocimiento verdadero.

Descartes sostiene que la razón es universal, compartida por todos los seres humanos, y distingue dos modos de conocimiento: la intuición y la deducción. La intuición, o luz natural, es la comprensión de ideas simples cuya verdad resulta evidente e indudable. Por otro lado, la deducción implica el conocimiento de una sucesión de intuiciones de ideas simples y las conexiones razonadas entre ellas para alcanzar verdades complejas, juicios o leyes. El método cartesiano propone cuatro etapas distintas: la evidencia, el análisis, la síntesis y la enumeración.

La primera regla aboga por aceptar como verdadero solo aquello que se muestra de manera clara y evidente. La segunda regla implica dividir las ideas complejas hasta llegar a las simples. La tercera regla sugiere recomponer la totalidad del problema después de resolver cada uno de sus elementos. La cuarta regla insta a revisar todos los pasos anteriores para asegurarse de la corrección en su aplicación.

Para construir su edificio de conocimiento, Descartes busca una primera verdad evidente como base, aplicando la duda metódica. Descartes descarta el conocimiento basado en los sentidos, ya que pueden ser engañosos. También cuestiona la realidad del mundo que nos rodea, ya que la percepción en sueños puede parecer tan real como la vigilia. La duda se extiende incluso a los razonamientos, considerando la posibilidad de un genio maligno que nos lleve al error. Sin embargo, Descartes encuentra una verdad indudable: si está dudando y buscando respuestas, al menos puede estar seguro de sus dudas y pensamientos. El famoso "Cogito, ergo sum" (Pienso, luego existo) establece la existencia como la primera verdad incuestionable según Descartes, basando su filosofía en el carácter indudable del cogito como criterio de verdad.

El problema de la realidad y el problema de Dios

Descartes, partiendo del cogito como verdad indudable, se propone construir una metafísica cierta y segura. Dado que el cogito se encuentra en el interior del sujeto, la subjetividad individual adquiere una importancia fundamental en su filosofía.

Para ir más allá de la verdad del cogito, Descartes explora los contenidos de la conciencia, los cuales denomina ideas. Estas ideas se dividen en tres categorías: las adventicias, generadas a partir de la percepción sensorial, las facticias, construidas por la mente a partir de otras ideas, y las innatas, presentes en la mente desde siempre. Entre las ideas innatas destaca la idea de infinito, que Descartes identifica con la idea de Dios. Argumenta que esta idea de infinito no puede provenir del mundo finito ni del sujeto finito, por lo que debe ser innata.

Descartes utiliza la idea de infinito para demostrar la existencia de Dios. Según su razonamiento, la idea de infinito debe ser causada por un ser a su vez infinito, y, por lo tanto, afirma que Dios existe como la causa necesaria de nuestra idea de infinito. Apoyándose en el argumento ontológico de San Anselmo y la necesidad de una primera causa incausada, Descartes sostiene la existencia de Dios.

La metafísica de Descartes postula tres sustancias demostradas: el cogito (sustancia pensante), Dios (sustancia infinita) y la realidad exterior (sustancia extensa). Aunque define sustancia como aquello que existe por sí mismo y no necesita de nada más para existir, amplía la definición excluyendo a Dios, que es la única sustancia que no necesita causa alguna. Cada sustancia tiene propiedades o atributos específicos: Dios como sustancia infinita, el yo como sustancia pensante, y el mundo como sustancia extensa.

Descartes caracteriza la sustancia pensante (el yo o alma) por la actividad mental, expresada en dos modos distintos: el entendimiento y la voluntad. La sustancia extensa, identificada con la materia, se caracteriza por el atributo de la extensión, ya que todo lo material ocupa algún lugar en el espacio. Descartes interpreta el mundo como una máquina, explicándolo mediante el mecanicismo y leyes físicas debido a su naturaleza de sustancia extensa y materia.

El problema de la sociedad o la política en Nicolás Maquiavelo

Según Nicolás Maquiavelo (1467-1527), la política y la moral son absolutamente independientes. En su perspectiva, una acción es considerada políticamente correcta si contribuye de manera eficaz a mantener o transformar el orden social, sin importar su valor moral. Maquiavelo va incluso más lejos al afirmar que un político que, ante el dilema entre la eficacia de una acción y su moralidad, elige lo último no sería un buen político y estaría encaminándose a su propia ruina.

En el pensamiento de Maquiavelo, la ética cristiana deja de ser un elemento legitimador del poder. Su innovación radica en convertir al poder en objeto de reflexión autónoma, siendo pionero en explicar lo político en términos de leyes o constantes. Este enfoque le otorga el título de padre de la ciencia política moderna al prescindir de consideraciones éticas o religiosas.

Maquiavelo sostiene que, cuando se trata de la salvación de la patria, no se debe considerar si una acción es justa o injusta, cruel o compasiva. La única consideración debe ser seguir la decisión que preserve la vida y la libertad del Estado. Su reflexión se centra en la salvación del Estado y la conservación del poder. Afirma que la moralidad o inmoralidad de los medios empleados por el gobernante es indiferente en la realización de sus fines políticos, que son la conservación y aumento del poder. En sus acciones, lo que cuenta son los resultados, y es por ellos que el pueblo juzga al príncipe.

En su obra "El Príncipe", Maquiavelo se dedica a presentar la mecánica del gobierno, considerando legítimo el uso de medios inmorales para consolidar y conservar el poder. En su visión, el fin que justifica los medios es la seguridad y el bienestar del Estado. La obra está dirigida a gobernantes que buscan mantener el poder y preservar el estado, y enfatiza la necesidad de aprender a no ser bueno cuando la situación lo requiere.

Maquiavelo constata que la acción política eficaz demanda poner siempre en primer lugar los intereses del Estado. En ocasiones, esto implica utilizar medios cuestionables y actuar en contra de la moral y la religión, elementos básicos del Estado. El Estado, según Maquiavelo, debe confiar en sus propios recursos: la ley, la astucia y la fuerza. Aunque debe mantener apariencias, ocultando la realidad, no implica gobernar de manera despótica, sino procurar no ganarse el odio ni el desprecio de los gobernados y obtener su consentimiento para gobernar.

Desde Maquiavelo, el realismo político se refiere a la posición que considera que los fines que se propone el estado deben guiar su política, prescindiendo de cualquier consideración sobre valores. Esto implica una separación radical entre ética y política, donde el ámbito ético es privado, mientras que el político es público y no admite intromisiones.

El problema del conocimiento

David Hume, considerado el autor más destacado de la escuela del Empirismo, postula que todo nuestro conocimiento proviene de la experiencia. En su enfoque, Hume rechaza la existencia de ideas innatas y concibe nuestro entendimiento al nacer como una página en blanco, sin contenido preexistente.

Hume distingue dos tipos de contenidos mentales fundamentales:

  • Impresiones: Estas son captadas a través de los sentidos y se perciben de manera viva e intensa.
  • Ideas: Son copias o imágenes de las impresiones previamente percibidas, y se dividen en simples o complejas. Las simples corresponden a copias de impresiones simples anteriores, mientras que las complejas pueden originarse como copias de impresiones complejas o a través de la asociación de ideas distintas.

La relación entre impresiones e ideas es equiparada a la del original y la copia, y según Hume, todas nuestras ideas son copias de impresiones. El criterio de certeza para Hume radica en que una afirmación será verdadera si las ideas que contiene corresponden a alguna impresión, y falsa si no existe esa correspondencia.

Hume explora la combinación de ideas mediante tres leyes universales: la semejanza, la contigüidad en el tiempo o el espacio, y la ley de causa y efecto. Estas leyes, según Hume, son como un cemento automático e inconsciente que permite a la imaginación vincular ideas y crear complejas a partir de la combinación de simples.

En su estudio sobre la validez de nuestros conocimientos y creencias, Hume distingue dos tipos de proposiciones:

  • Relaciones de ideas: Propias de matemáticas y lógica, se captan como verdades necesarias sin necesidad de contrastarlas con la experiencia (a priori). Aunque son exactas e indubitables, no aportan conocimiento sobre el mundo.
  • Cuestiones de hecho: Requieren experiencia para su comprobación (a posteriori). Son afirmaciones sobre el mundo y la vida, y a diferencia de las relaciones de ideas, su negación no implica contradicción lógica. Hume destaca que las ciencias naturales se ocupan principalmente de cuestiones de hecho.

Hume examina la relación causa-efecto, indicando que las causas y efectos no pueden ser descubiertos por la razón, sino solo a través de la experiencia. Se cuestiona sobre la naturaleza exacta de la relación causal, señalando que la idea de conexión necesaria, central en la causalidad, no tiene correspondencia con ninguna impresión sensible.

En el análisis de Hume, la creencia en la relación de causalidad proviene de la costumbre y hábito, más que de una conexión necesaria entre eventos. Señala que las inferencias causales son útiles en la vida, pero solo representan una relación probable, no estrictamente necesaria. Hume adopta una postura fenomenista escéptica al afirmar que solo podemos tener seguridad de los fenómenos captados por nuestros sentidos, limitando el conocimiento a las impresiones como hechos mentales. Aunque valora positivamente la ciencia, la considera útil pero no capaz de revelar la verdad absoluta y definitiva. Su perspectiva sobre el conocimiento se caracteriza como un fenomenismo escéptico.

Problema de la moral (ética)

David Hume sostiene que el puro análisis racional carece de la capacidad para impulsarnos a la acción; es incapaz de generar un motivo para actuar. En su perspectiva, la moralidad se encuentra determinada por el sentimiento, una posición conocida como emotivismo moral. Según Hume, la razón no es la causa de la moralidad, ya que no conduce a la acción; su función radica en el descubrimiento de la verdad o falsedad, en la conformidad o discrepancia con relaciones de ideas o hechos reales. Para Hume, la causa de la acción está en la preferencia, no en el conocimiento.

Hume rechaza la idea de fundamentar la moralidad en la "naturaleza", vinculando el "deber ser" con el "ser". Este razonamiento incorrecto se conoce como falacia naturalista. En su visión, la moralidad no se ocupa del ámbito del ser, sino del deber ser; no pretende describir lo que es, sino prescribir lo que debe ser. Hume considera ilegítimo el salto desde el ser (los hechos) al deber ser (la moralidad).

Según Hume, la ética tiene su origen en los sentimientos y emociones que experimentamos frente a las acciones humanas. Algunas acciones generan un sentimiento interno de satisfacción, mientras que otras provocan un intenso rechazo. La moralidad, según Hume, no se debe a la razón, sino a la emoción interna de rechazo o aprobación que sentimos al representarnos mentalmente una acción. Hume abraza el emotivismo moral, que sostiene que el fundamento de la moral reside en el sentimiento moral que surge internamente en el individuo, expresando agrado o desagrado ante las acciones.

Aunque Hume no es relativista, ya que cree que todos los seres humanos comparten una misma naturaleza humana, sostiene que la moralidad se basa en sentimientos morales universales. Estos sentimientos se apoyan en dos principios fundamentales: la utilidad y la simpatía. La utilidad se relaciona con la expectativa del placer que una acción puede proporcionar, calificando como buenas aquellas acciones que se anticipa que generarán más placer. La simpatía, definida por Hume como la inclinación a participar en los sentimientos e intereses de otros seres humanos, guía nuestras acciones morales en busca de la felicidad del otro.

Hume concibe la moral humana como el resultado de una mutua relación entre la utilidad y la simpatía, evitando que el sentimiento moral sea individualista y egoísta, y estableciendo la moral como algo más que una convención, arraigada en un sentimiento moral característico de la naturaleza humana.

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