Felipe II y los Conflictos de la Monarquía Hispánica: Francia, Otomanos, Flandes, Inglaterra y Portugal
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La Política Exterior de Felipe II: Conflictos Heredados y Nuevos Frentes
Felipe II heredó los complejos conflictos internacionales de su padre, el emperador Carlos V, y además abrió nuevos frentes de tensión, destacando el de los territorios flamencos.
La Guerra con Francia
Continuó la guerra con Francia, cuyo rey Enrique II no solo apoyaba al papa Paulo IV (enemigo acérrimo de los Habsburgo), sino que también colaboraba con los turcos otomanos y financiaba el bandolerismo en España. Las decisivas victorias españolas en San Quintín (1557) y Gravelinas (1558) forzaron a Francia a aceptar la Paz de Cateau-Cambrésis (1559). Mediante este tratado:
- Francia recuperaba algunas ciudades del norte.
- Francia renunciaba a sus intereses en Italia y en los Países Bajos.
- España cedía algunas plazas flamencas.
- Se pactó la lucha conjunta contra el protestantismo calvinista.
- Se acordó el matrimonio de Felipe II con Isabel de Valois, hija de Enrique II.
Posteriormente, Francia se vio sumida en cruentas guerras de religión entre católicos y hugonotes (calvinistas). Esta inestabilidad interna llevó a que Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II e Isabel de Valois, pudiera aspirar al trono francés. Sin embargo, la fuerte hispanofobia y la vigencia de la ley sálica facilitaron que Enrique de Navarra, líder calvinista, se convirtiera estratégicamente al catolicismo ("París bien vale una misa") y asumiera el trono como Enrique IV en 1594.
El Frente Mediterráneo: Lucha contra el Imperio Otomano
Felipe II continuó la guerra contra los otomanos en el Mediterráneo. Bajo el sultán Selim II, los turcos conquistaron la estratégica isla de Chipre, entonces posesión veneciana. En respuesta, el papa Pío V proclamó una nueva cruzada y promovió la creación de la Liga Santa, una alianza militar formada principalmente por España, Venecia y Génova. La flota combinada de la Liga Santa obtuvo una resonante victoria sobre la flota otomana en la Batalla de Lepanto (1571). Sin embargo, los acuciantes problemas económicos de la Monarquía Hispánica impidieron aprovechar militarmente esta victoria de forma decisiva, lo que finalmente llevó a firmar una tregua con los turcos en 1580.
La Rebelión de Flandes: La Guerra de los Ochenta Años
El principal y más costoso problema para Felipe II fue la guerra en Flandes. Inicialmente, Margarita de Parma (hermanastra del rey) ejercía como gobernadora, asesorada por el intransigente cardenal Granvela. Su política rigorista intensificó las protestas de la nobleza y de los sectores protestantes (calvinistas), liderados por figuras como Guillermo de Orange. La creciente tensión y la aparente ineptitud de Margarita llevaron a Felipe II a sustituirla por el Duque de Alba en 1567. La dura represión impuesta por Alba, incluyendo la instauración del Tribunal de los Tumultos (conocido por los locales como "Tribunal de la Sangre") y el aumento de la presión fiscal, marcó el inicio efectivo de la Guerra de los Ochenta Años (1568-1648).
Los constantes retrasos en el pago de los salarios (las "pagas") provocaron motines entre los tercios españoles, que llegaron a saquear ciudades flamencas como Amberes (la "Furia Española" de 1576). Este levantamiento generalizado hizo que Felipe II reemplazara a Alba por Luis de Requesens, cuya muerte repentina en 1576 dejó la situación aún más inestable. Su sucesor, Juan de Austria (hermanastro del rey y vencedor en Lepanto), intentó una política de pacificación y pactó una amnistía temporal con los rebeldes (Edicto Perpetuo de 1577) a cambio de que los tercios españoles y la Inquisición abandonaran el territorio flamenco. Sin embargo, su temprana muerte en 1578 frustró estos esfuerzos.
Finalmente, Alejandro Farnesio, Duque de Parma (hijo de Margarita), logró importantes avances militares y diplomáticos al explotar hábilmente las divisiones internas entre los flamencos católicos del sur (Unión de Arras) y los calvinistas del norte (Unión de Utrecht). Consiguió recuperar ciudades clave como Amberes (1585). No obstante, tuvo que enfrentar el creciente apoyo militar y financiero de Inglaterra a los rebeldes calvinistas. El largo y extenuante conflicto no se resolvería definitivamente hasta la Paz de Westfalia en 1648, ya durante el reinado de Felipe IV.
La Rivalidad con la Inglaterra Isabelina
Inglaterra se convirtió en una constante preocupación y un encarnizado rival para Felipe II. La reina Isabel I, al ascender al trono, consolidó el protestantismo en Inglaterra a través de la Iglesia anglicana y apoyó activamente a todos los enemigos de España. Financió y alentó los ataques de corsarios y piratas ingleses (como Francis Drake) contra los puertos y las flotas españolas en América y Europa.
Tras la ejecución de la católica María I de Escocia (considerada por los católicos como la legítima heredera al trono inglés) en 1587, Felipe II decidió finalmente invadir Inglaterra. En 1588, envió la imponente flota conocida como la Grande y Felicísima Armada (irónicamente llamada "Armada Invencible" por los ingleses). Estaba compuesta por unos 130 barcos y cerca de 27,000 hombres, y debía recoger en Flandes a los tercios de Alejandro Farnesio para el desembarco.
Sin embargo, una concatenación de factores llevó al desastre:
- La inesperada muerte del experimentado almirante Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz, poco antes de zarpar.
- La inexperiencia naval de su sucesor, el Duque de Medina Sidonia.
- La mala coordinación entre la flota y las tropas de Farnesio en Flandes.
- El menosprecio de la inteligencia y tácticas navales inglesas.
- El excesivo providencialismo de Felipe II.
- Las adversas condiciones meteorológicas (fuertes tormentas).
El resultado fue catastrófico: se perdió aproximadamente un tercio de las naves y cerca del 40% de los hombres. Esta derrota debilitó la posición internacional de Felipe II, quien tuvo que imponer un nuevo y gravoso impuesto en Castilla (el Servicio de Millones) para sufragar las pérdidas, mientras que Isabel I vio enormemente consolidada su figura y el prestigio de Inglaterra en Europa.
La Unión Ibérica: La Anexión de Portugal
Un último frente relevante de la política internacional de Felipe II fue la cuestión sucesoria portuguesa. Tras la desastrosa muerte del joven rey Sebastián I en la Batalla de Alcazarquivir (1578) en Marruecos, sin dejar herederos directos, le sucedió su tío-abuelo, el anciano Enrique el Cardenal, quien también murió sin descendencia en 1580. Esto desató una grave crisis sucesoria.
Antonio, Prior de Crato, noble portugués y nieto ilegítimo del rey Manuel I, se autoproclamó rey con cierto apoyo popular. Sin embargo, Felipe II, como tío del rey Sebastián I e hijo de la emperatriz Isabel de Portugal (hija de Manuel I), reclamó el trono basándose en sus sólidos derechos dinásticos. Ante la resistencia de los partidarios de Antonio de Crato, Felipe II ordenó al experimentado Duque de Alba invadir Portugal. Alba tomó Lisboa rápidamente en 1580.
En 1581, Felipe II fue formalmente proclamado Rey de Portugal como Felipe I en las Cortes de Thomar. Allí, juró solemnemente respetar las leyes, instituciones, moneda y costumbres portuguesas, así como mantener Lisboa como capital administrativa para los asuntos del reino luso y nombrar solo portugueses para los cargos de gobierno en Portugal. Se iniciaba así la Unión Ibérica, que mantendría unidas las coronas de España y Portugal bajo un mismo soberano hasta 1640.