Explorando el Utilitarismo de Mill: Principios, Hedonismo y la Justificación Moral

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Mill y el Utilitarismo

El Principio Utilitarista

El principio utilitarista sostiene que debemos hacer aquello que beneficie al mayor número posible de personas. Esto implica que debemos ser imparciales: lo que importa es maximizar el beneficio, no quién lo obtiene. De ahí que el agente tenga la obligación moral de no dar prioridad a su propio bienestar, ni al de aquellos con quienes tiene relaciones especiales, sobre el de los desconocidos. En lo que concierne a la elección entre su propia felicidad y la de los demás, el utilitarismo requiere de él que sea estrictamente imparcial.

Stuart Mill da por sentado que el principio utilitarista debe ser interpretado de modo que no se entienda que el agente tenga la obligación moral de beneficiarse a sí mismo a costa de los demás. También afirma expresamente que el principio debe aplicarse sin perder de vista la equidad.

La frialdad de la que hablamos tiene que ver con otra característica central del utilitarismo, que es su consecuencialismo. Una filosofía moral es consecuencialista si sostiene que lo que hace que una acción sea moral son sus consecuencias, no las intenciones de quien la realiza. De ahí se sigue que: uno, de nada sirven las buenas intenciones, si no desembocan en una mejora del bienestar general; y dos, si una acción mejora el bienestar general, entonces es moralmente buena, sea cual sea la intención de quien la llevó a cabo.

Utilitarismo y Hedonismo

La utilidad es, para los utilitaristas, y para Mill en particular, lo que hace que la vida de las personas sea buena, algo así como el bienestar o la felicidad. Ahora vamos a intentar precisar este concepto.

Stuart Mill defiende, como punto de partida, una posición hedonista. Es decir, da por sentado que la utilidad es reductible al placer. En otras palabras, piensa que las experiencias y actividades que realizamos las personas son buenas para nosotros porque nos resultan placenteras.

Ahora bien, con esta afirmación Stuart Mill está abandonando ya el hedonismo, pues está aceptando que una actividad intelectual puede ser preferible, incluso cuando no resulte placentera.

La vida del intelectual es mejor que la del hooligan porque, a diferencia de este último, el primero conoce los dos tipos de placeres y sabe que los intelectuales son cualitativamente superiores a los primeros. La superioridad de los placeres intelectuales radica, por tanto, en que son los que deseamos cuando elegimos racionalmente, es decir, cuando estamos bien informados sobre su naturaleza y podemos tomar una decisión reflexiva y tranquila. Stuart Mill continúa así el texto citado: Y si el loco, o el cerdo, tienen una opinión diferente, es porque sólo conocen un lado de la cuestión, mientras que los otros (los seres humanos, Sócrates) conocen los dos lados.

La Virtud

Stuart Mill interpreta el hedonismo como un antídoto contra el puritanismo. El puritanismo incide precisamente en el valor de la renuncia al placer. Contra él, Stuart Mill sostiene que no hay virtud en esta renuncia. Veámoslo con algo más de detalle. Podemos distinguir entre dos conceptos de virtud:

  1. La virtud entendida como rasgo de carácter que favorece el autocontrol. Aquí estarían las virtudes de la moderación, la laboriosidad y la paciencia.
  2. La virtud entendida como propensión a preocuparse por los demás, ayudarles, etc.

En conclusión, quienes desean la virtud por sí misma desean, en el fondo, obtener el placer que ella les proporciona, o huir del dolor que su carencia les acarrea. Esta es la vena hedonista de Stuart Mill. Toda la evidencia apunta, dice, a lo mismo:

que desear una cosa y encontrarla placentera son fenómenos completamente inseparables, o mejor, son lo mismo.

Justificación

Stuart Mill se pregunta: ¿Por qué debemos ser morales? Este es el problema filosófico de la justificación de la moral. Mill se refiere a él como el problema de la sanción de la moral. Imaginemos por ejemplo que estamos ante una persona que actúa mal y que no tiene repercusiones por sus malas acciones. ¿Qué le podemos decir para explicarle que no debe hacer lo que hace? Cuando buscamos respuesta para esta pregunta intentamos encontrar una justificación para nuestra moral.

Hay varias respuesta posibles: En primer lugar las que Mill denomina sanciones externas. Tenemos motivos extramorales para actuar bien. Ej: una razón por la que la gente no roba bancos es su deseo de ir a la cárcel. Esto no es una razón moral, es una razón externa.

Mill prefiere las sanciones internas. Esta propuesta tiene su origen en Hume. Debemos ser morales porque en el fondo queremos ser morales. Stuart Mill concreta su propuesta introduciendo un nuevo concepto: la conciencia moral-> es una especie de tribunal psicológico que cada persona tiene y después de reflexionar, el tribunal decide qué se debe hacer en cada caso.

La consciencia tiene un origen psicológico: nuestra naturaleza, cuando se educa adecuadamente da lugar a la conciencia moral. ¿Qué ocurre en aquellos casos en que la conciencia moral no guía hacia acciones morales o en aquellos en que la conciencia me dice que debo actuar moralmente pero nada me impide desobedecerla?

Puedo librarme de una obligación moral si consigo sofocar mi conciencia moral. Ej: Imagina que debes mucho dinero a un amigo y sientes el deber moral de devolvérselo pero te iría mejor quedártelo. Podrías intentar “superar” el sentimiento de culpa por estar actuando mal.

El Argumento de la Felicidad General

Mill intenta responder a la vez:

¿Podemos esperar que la gente sea moral? ¿Por qué debo ser moral?

Todos deseamos nuestra propia felicidad. Según el utilitarismo de Mill, la felicidad es el único fin realmente deseable, las demás cosas son deseables porque conducen a la felicidad. Esto tiene varios problemas:

  • Uno de ellos es que algunas personas no parecen buscar la felicidad en su vida.
  • Otro problema es que esta afirmación tiende a confundir lo descriptivo con lo normativo. Aunque fuera cierto que la gente busca siempre la felicidad con sus acciones, no por ello queda probado que haga bien cuando actúa guiada por esos motivos. Y si se trata de una afirmación descriptiva, no habría tampoco nada que objetar a que alguien persiga otros fines distintos.
  • El argumento tiene un defecto más profundo. Si todos perseguimos la felicidad como un bien, entonces el mayor bien es el bien de todos. No es verdad que nos preocupe la felicidad de todo el mundo. Es un razonamiento falaz. Se llama falacia de la composición.

Conclusión: Stuart Mill no consigue responder satisfactoriamente a la pregunta que se hace al principio sobre la justificación de la moral.

La Importancia de la Educación

Algunos de los argumentos de Stuart Mill están encaminados a demostrar que las personas somos morales por naturaleza y a recalcar que tenemos la responsabilidad de promover estos sentimientos morales en nuestros hijos a través de la educación.

a las personas sólo nos interesa nuestro bienestar personal. Lo hace llamando la atención sobre el hecho de que dedicamos buena parte de nuestro tiempo y esfuerzos a cosas que nada tienen que ver con nuestra felicidad, y que es precisamente así como conseguimos ser felices.

Para aquellos que no tienen intereses públicos ni privados, la vida es mucho menos emocionante. piensa que tenemos una moral natural que nos lleva a preocuparnos por los demás y a ayudarlos,La educación, que tanto poder tiene sobre el carácter humano, debe usar ese poder para establecer en la mente de cada individuo una asociación indisoluble entre su propia felicidad y la práctica de las conductas que promueven la felicidad general.

La educación es, además, muy importante, porque gracias a ella podemos transformar la voluntad de las personas y hacer que adquieran interés por el bienestar de los demás, es decir, que sean morales. La voluntad es, según Stuart Mill, un tipo de motivación psicológica distinta de los deseos. Los deseos son pasivos, son algo que nos ocurre. Pero la voluntad es algo totalmente distinto. Cuando tengo la voluntad de hacer algo soy yo mismo el que decide lo que quiero hacer.

La voluntad, el fenómeno activo, es algo distinto del deseo, el estado de sensibilidad pasiva, y, aunque fue originalmente una derivación de éste, puede con el tiempo separarse de él, hasta el punto de que, al final, en vez de querer algo voluntariamente porque lo deseamos, lo deseamos porque lo queremos. Esto, con todo, no es más que un ejemplo de un hecho familiar, el poder de la costumbre.

El Utilitarismo como Religión

Ser morales implica, por tanto, tener una cierta sensibilidad natural hacia los demás. Si además nos guiamos por el principio utilitarista, entonces seremos todavía más morales y el mundo será un mundo mejor. Por eso Mill contempla con cierta simpatía la idea de convertir el utilitarismo en una especie de nueva religión, aunque es consciente de los riesgos de esta propuesta:

Si ahora suponemos que este sentimiento de unidad puede ser enseñado como una religión, y que puede dirigirse a él la educación, las instituciones y la opinión, tal y como se hizo con la religión, pienso que nadie objetará contra esta última sanción de la moralidad. El peligro está, no en que este adoctrinamiento sea insuficiente, sino en que sea tan excesivo que interfiera en la libertad humana y en la individualidad.

Aquí vemos claramente las dos almas de Mill, la utilitarista y la liberal. Como utilitarista, se siente tentado por un adoctrinamiento casi religioso de la población Como liberal, se da cuenta de que una propuesta así es un atentado contra la libertad de las personas, que es, a la postre, su bien más preciado.

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