Explorando la Naturaleza y Clasificación de los Afectos Humanos
Enviado por Programa Chuletas y clasificado en Psicología y Sociología
Escrito el en español con un tamaño de 4,53 KB
Naturaleza y Clasificación de los Afectos
El amor puede considerarse, en primer lugar, como una pasión. Se puede caracterizar como la reacción afectiva ante lo bueno que se considera positivo para la realización de la propia vida, y es verdadero cuando se realiza en su esencia, es decir, cuando se dirige hacia un bien auténtico que causa la mejora de la persona. En segundo lugar, el amor aparece como un principio intrínseco de la personalidad humana, un acto de la voluntad, la sustancia de la vida humana, porque lo que más necesitamos los hombres es entregarnos: amar y ser amados, dar y recibir: donar lo mejor de nosotros mismos.
La vida del hombre se resuelve en el juego de querer y ser querido, y en esta dirección se resuelve toda su existencia. Los hombres no sólo se entienden, también se quieren, y el cariño es, sin duda, el auténtico catalizador de las reacciones humanas. La realización de nuestro bien como personas se entiende considerando el sentido último del sistema tendencial-afectivo. Los hombres tendemos hacia el bien que captamos como plenificador de nuestro ser; para ello, el hombre está dotado de tendencias que contribuyen en la realización de la propia perfección. Las tendencias humanas se clasifican en dos grupos:
- El apetito concupiscible, llamado deseo, que es la inclinación del hombre ante lo que se le presenta como bueno y, como consecuencia, rechazo de lo no conveniente. Se suscitan así en esta conciencia humana el amor y el odio, el deseo y la fuga, el gozo y la alegría, y también la tristeza.
- El apetito irascible, que se expresa con el término lucha. Se trata de la reacción anímica ante bienes que se nos presentan como difíciles de alcanzar pero deseamos poseer; en este se dan la esperanza y la desesperación, el temor, la audacia y la ira.
Los hombres poseemos afectos formados por binomios en torno al amor. La vida afectiva gira en torno a los siguientes sentimientos: amor-odio/ deseo-placer (alegría); aversión-dolor (tristeza), esperanza-desesperación; ira o cólera; y, por último, temor-audacia.
Significado de los Estados Afectivos
Para seguir el hilo conductor de la clasificación afectiva, veamos una breve descripción de cada uno de ellos:
- Deseo: Es el afecto que señala la distancia entre la situación actual y la meta de autorrealización en el amor; es la atracción que sentimos ante lo que se nos presenta como bueno y amable y que intentamos poseer.
- Odio: Es el rechazo ante el mal percibido como tal, y hablamos de fuga al alejamiento de la persona ante un mal real.
- Esperanza: Es el afecto que surge ante un bien costoso, pero que se percibe como posible de alcanzar. Será desesperación si se considera inalcanzable.
- Gozo: O complacencia, hace constar que la diferencia se ha salvado, y supone el disfrute de lo que ya se posee, de la propia plenitud. Se denomina placer cuando se trata de bienes materiales, y gozo de la voluntad o alegría por la posesión de bienes espirituales.
- Tristeza: Es la reacción íntima ante la presencia del mal o la ausencia de un bien que deseamos; será dolor en la sensibilidad corporal.
- Ira: Es el movimiento de repulsa que impide -en el momento presente- alcanzar un bien. A la ira sigue el deseo de venganza, si se trata de un afecto malo, y de justicia o sanción si nace de un amor recto.
- Temor: Es la pasión que mueve a regir un mal difícilmente evitable, y audacia a la actitud que lleva al hombre a superar los obstáculos que se oponen a la consecución de un bien. Existe también una audacia aparente que conocemos con el nombre de temeridad.
Podemos concluir con una valoración positiva de los afectos y la vida sentimental. El puesto de la afectividad en la vida humana es central. Meter pasión en la propia existencia es llenarla de sentido. Toda aquella persona que actúa coherentemente con sus convicciones, y sabe manifestarlas, se convierte así en una persona atractiva para los demás. Quien se comporta así consigue que su vida tenga unidad, pues consigue que lo que quiere el corazón lo quiera el propio cuerpo, la razón y todo su ser. Así, la autorrealización de la persona -su felicidad- depende en gran medida de la integración de la dinámica afectiva en la totalidad del yo personal.