Explorando el Impresionismo y Postimpresionismo: Monet, Cézanne y Van Gogh

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Impresión, sol naciente. Claude Monet (1840 – 1926). Museo Marmottan, París, Francia. Año 1872.

Se trata de un óleo sobre lienzo en el que se observa el estilo impresionista. La protagonista indiscutible de la obra es la luz. Monet crea una atmósfera llena de la húmeda neblina del amanecer que influye atenuando la luz anaranjada del sol y transformando toda la escena. Esta atmósfera hace que apenas se vislumbren los muelles del puerto y las barcas. De esta forma se observa ya el inicio del proceso de disolución de las formas.

Este cuadro de Monet es considerado como la primera creación impresionista. De hecho, el nombre de Impresionismo proviene precisamente de él. Monet, junto con Renoir, Pissarro y Sisley organizaron una exposición en 1874 que el crítico Louis Leroy calificó despectivamente como Exposición de los Impresionistas.

Los jugadores de cartas. Paul Cézanne. Museo de Orsay, París, Francia. (1890-1895).

Se trata de una obra pictórica donde se observa el estilo postimpresionista. Cézanne nos muestra un tema real, cotidiano, del que somos espectadores. Le interesa especialmente el volumen. A diferencia de los impresionistas, utiliza el color para crear las formas y aportar volumen. Los gestos de los jugadores son mínimos, contenidos, pero expresivos, concentrados en las cartas.

En esta obra podemos observar la evolución del estilo de Cézanne, basado en las formas geométricas (cilindro, cono y esfera), aplicadas con pinceladas largas y visibles, de líneas casi paralelas y que, fragmentadas, cobrarán autonomía en el cubismo, por lo que se le considera el precursor de este movimiento.

La noche estrellada. Vincent van Gogh. Museo de Arte Moderno de Nueva York, EE.UU. 1889.

Se trata de un óleo sobre lienzo, en el que se puede observar el estilo postimpresionista. Van Gogh representa en esta obra las vistas nocturnas que tenía desde su habitación del manicomio. Muestra la naturaleza con fuerza y sin titubeos. Dentro de esta obra llama la atención el tratamiento de la luz. Los focos que iluminan la escena nocturna son las estrellas, tratadas de una manera novedosa, que a la postre se convertiría en característica del estilo de Van Gogh. Las construye a través de esferas que aparecen rodeadas por una especie de halo, compuesto por gruesas y pastosas pinceladas.

En primer plano, y como referencia vertical, Van Gogh coloca cipreses, tomados de las estampas japonesas, que también le influyen en la firmeza de las líneas de los contornos. El otro gran motor que proporciona fuerza a la obra es el color, característico de estas últimas obras del autor, y que irradia euforia y emoción a base de tonos morados y amarillos.

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