Explorando la Conmoción Existencial: Origen y Significado

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La Conmoción Existencial

“El estoico Epicteto decía: ‘el origen de la filosofía es el percatarse de la propia debilidad e impotencia’”

Recuerda Jaspers que cuando el hombre toma conciencia de sí descubre que no puede evitar “morir”, “padecer”, “luchar”, verse sometido a las circunstancias o azares de la vida, hundirse “inevitablemente en la culpa” y otras experiencias que él llama situaciones límite.

La admiración surge de la pregunta por el mundo y es fruto del contemplar el mar, los árboles, los animales, el firmamento. La duda brota de la pregunta por el conocer humano, sus posibilidades y sus límites. La conmoción existencial, sin embargo, brota de la pregunta por el hombre mismo y por su condición limitada y contingente: el hombre quiere obrar el bien, y hace el mal no querido; quiere conocer con seguridad absoluta, y se equivoca; quiere conservar a los suyos, y le abandonan; quiere eternizarse, y muere; busca el placer y la alegría constantes, y sufre; anhela la salud, y cae enfermo; etc.

Quien no ha vivido una experiencia límite no puede imaginarse lo prioritaria que se convierte la pregunta por la vida. Es, por tanto, la experiencia de las situaciones límite la que lleva al hombre a la conmoción existencial y a la pregunta por sí mismo. Éste es el origen más profundo de la filosofía y plantea las preguntas más radicales: ¿Tiene sentido vivir rodeado del mal, la frustración, el sufrimiento, el abandono, la muerte y la culpa?

Así lo expresa otro filósofo existencial, Albert Camus, en El mito de Sísifo: “No hay más que un problema filosófico realmente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena vivirla es la pregunta fundamental de la filosofía”. Ante este dilema sólo caben dos respuestas fundamentales.

Si la vida no tiene sentido, lo honesto es el suicidio, sea biológico o intelectual. Precisamente el suicidio intelectual es la actitud propia del escepticismo, pseudofilosofía que consiste en adormecer la inteligencia y abandonar toda pregunta. Así lo hace Cifra en The Matrix, quien, al traicionar a sus compañeros, pide que le borren la memoria y su experiencia porque “la ignorancia es la felicidad”. De esa manera, anulando su capacidad de admiración y de hacerse preguntas, anulando su capacidad de dudar y de ser crítico, trata de anular también la pregunta por sí mismo y se refugia en la falsa felicidad de la comida, el dinero, el vino y la vida tranquila de quien permanece cobardemente enchufado a Matrix.

Si no opto por el suicidio, sino por mirar a la vida cara a cara, “¿qué haré en vista de este fracaso absoluto, a la visión del cual no puedo sustraerme cuando me represento las cosas honradamente?”. Del mismo modo que la admiración ayuda a formular la pregunta por la realidad y la duda ayuda a florecer al pensamiento crítico, la conmoción existencial debe ayudar en la pregunta por uno mismo. Es la versión contemporánea del “conócete a ti mismo”, aquella máxima en el frontispicio del Templo de Delfos con la que Sócrates -y el Oráculo, en The Matrix- aguijoneaba a sus conciudadanos. La situación límite que describe Jaspers nos lleva, primero, a la “desesperación”, y después, si no nos rendimos, a la “reconstitución: llegamos a ser nosotros mismos en una transformación de la conciencia de nuestro ser”. Así, “la desesperación se convierte, por obra de su efectividad, de su ser posible en el mundo, en el índice que señala más allá de éste”, es decir, más allá del mundo.

La pregunta radical que es fuente de la filosofía en su sentido más profundo, cómo superar el fracaso absoluto, no tiene una respuesta estrictamente filosófica. El hombre que ha sufrido una situación límite y decide no suicidarse -biológica o intelectualmente-, busca la salvación, la seguridad, la confirmación de que sus anhelos son posibles y de que hay algo mejor. “Esto no puede darlo la filosofía y, sin embargo, es todo filosofar un superar el mundo”. En este punto es donde la filosofía y la razón humana acompañan al hombre entero hacia la puerta de la fe y la religión. Es la conversión del hombre de fe la que proporciona la salvación, no la filosofía. El amor a la verdad sólo conduce al hombre hasta sus puertas y, si acaso, ayuda a reflexionar sobre lo razonable o contradictorio de un dogma particular. A ese diálogo entre fe y razón se dedicaron las universidades medievales, y también lo hace la actual universidad católica, como vimos al estudiar el primer tema de los apuntes.

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