Explorando los Ámbitos de la Realidad: Relaciones, Sujetos y la Búsqueda de la Plenitud
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El Segundo Nivel: Los Ámbitos
Dice C. S. Lewis que cuando un amigo muere, parte de nosotros muere con él. Exactamente esa parte que sólo él sacaba de nosotros. Es más, dice que dados tres amigos (A, B, y C), si A muriera, B no sólo perdería la parte de A que hay en él, sino la parte de A que hay en C. ¿Dónde empieza y acaba la persona? ¿En su realidad física? Es evidente que no.
Los ámbitos se sustentan siempre en realidades objetivas -atraviesan los objetos- pero los trascienden. Los ámbitos, cuando son descubiertos por el hombre, le interpelan personalmente. Los ámbitos no se pueden medir, ni pesar, ni ocupan un espacio. Un ámbito no puede ser analizado, pues tiene una dimensión misteriosa. Un ámbito es un campo de juego, un espacio de posibilidades creativas que interpela al hombre. Un ámbito no puede ser manipulado y jamás se impone, sino que es respetuoso, discreto. Los ámbitos “sólo se revelan al que entra en relación activa con ellos”.
Junto con el nivel uno, “que tiene algo por objeto”, la realidad presenta un segundo nivel, más profundo: “el mundo de la relación”. Veamos la aproximación teórica que hace López Quintas al concepto de ámbito:
“Un ámbito surge cuando hay varios elementos integrados de tal forma que entre ellos se funda un campo de libertad expresiva. Toda realidad constituida de modo relacional, mediante la confluencia general de notas o la interacción de diversas vertientes de lo real, forma un ámbito, un campo de encuentro. En general, podemos entender por ámbito un espacio lúdico, un campo de juego formado por la interacción estructural de elementos que se integran en sistema, de forma más o menos estricta”.
Pongamos el ejemplo de una partitura. Una partitura (nivel uno) es un puñado de hojas: podemos tocarlas, verlas, manipularlas, escribir encima, e incluso romperlas y hacer fuego con ellas, si hace frío. Pero también podemos colocarlas junto a un piano e interpretar la obra que late en ella (nivel dos). Entonces la partitura cobra pleno sentido, la obra se muestra en toda su expresividad, su autor se hace presente y su creación envuelve al intérprete y a quienes la escuchan. ¿Dónde está la obra? ¿En la partitura? ¿En el sonido? ¿En el piano? ¿En quienes la escuchan? ¿O tal vez en la relación envolvente que les vincula a todos ellos?
Una relación auténtica y plena con la realidad supone atender siempre a los dos niveles que ésta nos presenta. Lo propiamente humano es ver la partitura como un fajo de papeles, sí, pero también, y fundamentalmente, como una obra de arte capaz de elevar al hombre. Un pensar y un obrar riguroso y pleno implica conocer cada realidad en todos sus niveles y obrar en consecuencia. De ahí que López Quintás subraye:
“Yo no puedo hacer con el piano lo que quiero; debo atenerme a su condición peculiar y a las características de la obra que toco en él. [...] Las realidades que no son meros objetos nos ofrecen posibilidades de juego [...] y en cuento lo hacen, muestran tener cierta capacidad de iniciativa y merecen un trato respetuoso. Si no las respetamos, las rebajamos de condición, las tomamos como meros objetos y con ello nos cerramos a las posibilidades que nos ofrecen y anulamos toda posibilidad de conocerlas en todo su alcance”.
Si yo ignoro que las notas de la partitura que tengo entre manos resultan ser un manuscrito único de Ferdinand Schubert, y decido utilizarlas para hacer fuego o para envolver el bocadillo que llevaré a una excursión, obraré con honda injusticia. No, evidentemente, si emito un juicio reduccionista desde el nivel uno; pero sí cuando cobro conciencia, desde el nivel dos, de que este fardo de papeles es mucho más que un fardo de papeles.
Los Sujetos
El sujeto es un ámbito de especial rango: “Entre los ámbitos de realidad destacan algunos por su gran poder de iniciativa, que les permite tomar decisiones lúcidas y libres, hacer proyectos, producir obras literarias y artísticas... Por esa razón reciben el nombre de sujetos”. Estos sujetos son las personas humanas. La inteligencia y la voluntad le permiten al hombre crear los grados más altos de relación. Ahora bien, estas capacidades humanas responden a la necesidad del hombre de relacionarse con el mundo y con las otras personas para su propia felicidad y perfección. Así lo concreta López Quintás:
“el hombre se ve abocado a la necesidad de 1) hacerse cargo de lo que son las realidades del entorno y la situación que las enmarca [...]; 2) tomar opción ante tal entorno y las exigencias que impone; 3) crear proyectos de acción personal en colaboración con las instancias que plantea el entorno y los recursos que ofrece; 4) fundar ámbitos de interrelación con las otras realidades, sobre todo las humanas; 5) autorrevelar su condición personal y promocionar su personalidad al hilo de la creación de ámbitos”
Sólo en este “proceso creador” de vinculación puede el hombre llegar a su plenitud o perfección, a su felicidad. De ahí que López Quintás sostenga que el ideal más alto del hombre es el de la unidad, y la unidad más plena -en el conocimiento y el amor- sólo puede darse entre personas.