Expansión y Creencias en la Antigua Grecia: Colonización y Mundo Espiritual
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La Primera Colonización Griega
La aparición de los dorios en la Hélade provocó movimientos migratorios masivos a comienzos del primer milenio a. C. y obligó a los diferentes pueblos griegos a aventurarse al otro lado del Egeo.
Por orden cronológico, la colonización eólica fue la primera, ocupando zonas costeras septentrionales de Anatolia; Esmirna y Focea eran las ciudades más importantes. Ligeramente posteriores son los desplazamientos de jonios y dorios, que se lanzaron a la colonización del área central de la costa de Asia Menor, siendo Éfeso y Mileto las más destacadas. Los dorios se establecieron en Creta y pasaron a ocupar parte de la costa meridional de Anatolia, fundando ciudades como Halicarnaso y Cnido.
Los griegos de Asia Menor, aunque conservaron sus ritos y costumbres, fueron más receptivos a influencias externas que los griegos que permanecieron en la Hélade.
La Segunda Colonización Griega
La causa de la expansión de los griegos por el Mediterráneo, desde aproximadamente el año 750 hasta el 550 a. C., no obedeció solo a razones agrícolas (stenochoria o falta de tierras) y demográficas, sino también a la existencia de facciones políticas derrotadas o marginadas (stasis) dentro de las ciudades.
Mientras que la primera colonización fue protagonizada por grupos étnicos en un movimiento más espontáneo y masivo, el segundo proceso tuvo como impulsoras a las ciudades (polis) que se estaban consolidando. Para establecer una colonia (apoikia), la ciudad madre (metrópoli) ponía al frente de la expedición a un fundador (oikistes), quien solía consultar previamente al oráculo.
Si bien entre la metrópoli y la colonia existían fuertes vínculos económicos, religiosos y culturales (como el culto compartido o dialecto), desde el primer momento la colonia se constituía como una polis políticamente independiente.
La primera colonia griega en Italia fue Cumas, fundada por colonos de Calcis (Eubea). Los colonos focenses establecieron cerca de la desembocadura del Ródano la importante ciudad de Masalia (actual Marsella).
La colonización de gran parte del Mediterráneo produjo el contacto intensivo de los griegos con otros pueblos, un hecho que favoreció la creación y el refuerzo de una conciencia panhelénica, que agrupaba culturalmente a todos los pueblos de habla griega, independientemente de sus rasgos singulares, frente a los considerados bárbaros (aquellos que no hablaban griego).
Características de la Religiosidad Griega
Son, pues, el antropomorfismo (concepción de los dioses a imagen humana) y una cierta búsqueda de la racionalidad en sus mitos y explicaciones del mundo, algunas de las características distintivas de la religión griega.
Una religión que carecía de dogmas estrictos y de una clase sacerdotal jerarquizada y poderosa favoreció una relativa libertad de pensamiento y especulación, contribuyendo al nacimiento de la filosofía. La religión no estaba recluida únicamente en templos, sino que se vivía intensamente en la esfera pública (plazas, teatros) y privada (hogar).
Los griegos percibían lo espiritual en la pluralidad de manifestaciones de una Naturaleza a la que habían convertido en la morada de innumerables seres sobrenaturales, como ninfas (espíritus de fuentes, bosques, montañas) y sátiros (compañeros de Dioniso).
Junto a estos, recibían culto los héroes del pasado mítico, considerados fundadores de ciudades, linajes o artífices de leyes y costumbres.
Otra característica fundamental de la religión griega es el politeísmo: la creencia en múltiples dioses y diosas.
El pensamiento mítico griego organizó a todos estos seres en genealogías y les atribuyó dominios sobre las fuerzas naturales y aspectos de la vida humana, estableciendo un cosmos ordenado donde las divinidades mantenían un equilibrio de poder, un equilibrio que los griegos anhelaban también para sus propias sociedades.
El Panteón Olímpico
Fueron principalmente los poetas Homero y Hesíodo quienes, a través de sus obras (la Ilíada, la Odisea, la Teogonía), fijaron en gran medida los nombres, atributos, genealogías y funciones de las principales divinidades griegas, creando así un conjunto relativamente coherente conocido como el panteón olímpico.
La formación de este panteón y la teogonía (narración del origen de los dioses) fue un proceso gradual en el que intervinieron factores diversos, desde presiones políticas y sociales hasta la asimilación de antiguas divinidades mediterráneas prehelénicas.
Hesíodo, en su Teogonía, describe cómo del Caos primordial surgieron Gea (la Tierra) y más tarde Tártaro (el inframundo profundo) y la fuerza generadora universal, Eros (el Deseo). A ellos siguió la separación entre las tinieblas primigenias (Érebo) y la noche (Nix), y de su unión nacieron la luz etérea (Éter) y el día (Hémera). Gea dio a luz por sí misma al firmamento estrellado, Urano (el Cielo).
A esta primera generación divina sucedió otra de caracteres más definidos pero a menudo monstruosos: los Titanes y Titánides (hijos de Gea y Urano), quienes representaban fuerzas primordiales y estaban más alejados del antropomorfismo de sus sucesores, los dioses olímpicos. Estos últimos, encabezados por Zeus tras derrotar a los Titanes, fueron concebidos a imagen y semejanza de los seres humanos, con sus virtudes, pero también con sus defectos, pasiones y conflictos.
La Ciudad, el Culto y los Oráculos
La religión en Grecia tenía una fuerte dimensión familiar y cívica. En el ámbito doméstico, el cabeza de familia (pater familias) actuaba como sacerdote, realizando los distintos ritos como libaciones (ofrendas líquidas), oraciones y sacrificios a los dioses protectores del hogar y a los ancestros divinizados, quienes recibían culto.
En la esfera pública, los dioses eran honrados en grandes festivales cívicos, financiados por la polis, a los que acudía toda la ciudadanía. Estos eventos, como las Panateneas en Atenas (en honor a Atenea) o las Dionisias (origen del teatro, en honor a Dioniso), incluían procesiones, banquetes comunales tras los sacrificios, competiciones atléticas y representaciones musicales o teatrales, sirviendo para reforzar la identidad colectiva y la cohesión social.
Los grandiosos templos griegos eran considerados la morada de la estatua del dios y el lugar donde se guardaban sus tesoros. Eran, sobre todo, manifestaciones del poder, la riqueza y el prestigio de la polis, más que lugares de reunión para la oración colectiva como en otras religiones.
Los griegos creían firmemente que los dioses comunicaban sus designios y voluntad a los mortales a través de presagios (señales interpretadas en fenómenos naturales, sueños o el vuelo de las aves) y, de forma más directa, mediante oráculos.
Santuarios oraculares como el de Apolo en Delfos o el de Zeus en Dodona eran consultados antes de tomar decisiones importantes, tanto a nivel personal como estatal (fundar una colonia, declarar una guerra). Tal fue su influencia que los oráculos más prestigiosos, especialmente Delfos, se convirtieron en importantes centros de interacción y en una de las pocas autoridades morales y religiosas reconocidas con carácter panhelénico.