Evolución del Teatro Español: De la Guerra Civil a la Posguerra
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El Teatro Español: Un Viaje de la Guerra a la Posguerra
El periodo comprendido entre los años 36 y 39 fue un momento de gran intensidad teatral. El inicio de la guerra civil española no se percibió de inmediato en la escena, dominada por obras de corte burgués, reminiscentes del estilo de autores como Benavente, que ofrecían una visión conservadora de la sociedad. La ideología y la propaganda se infiltraron en un teatro de circunstancias, diseñado para concienciar tanto a los espectadores como a los convalecientes. En respuesta a esta coyuntura, las autoridades republicanas impulsaron la creación del Consejo Nacional del Teatro. Por su parte, el bando nacional también promovió su propia agenda teatral, aunque en menor medida, ya que su ideología ya estaba fuertemente plasmada en el teatro burgués preexistente.
La Posguerra: Desafíos y Renacimiento
Los años inmediatamente posteriores a la guerra se caracterizaron por una notable pobreza en la producción teatral. La falta de iniciativa empresarial y la proliferación de obras de baja calidad, que buscaban ofrecer un mero entretenimiento para un público deseoso de olvidar las penurias vividas, marcaron esta etapa. Sin embargo, hacia finales de la década de los 40, surgieron escritores talentosos que lograron dignificar la escena a través de la comedia de evasión. Estos autores alcanzaron el éxito al comprender y respetar el principio fundamental de ofrecer al público lo que este esperaba.
Autores y Obras Clave
Dentro de este panorama, destacan varias figuras:
- Alejandro Casona: Ya gozaba de éxito antes de la guerra con obras como "La sirena varada". Durante el conflicto, presentó "Prohibido suicidarse en primavera" y, desde su exilio en Argentina, continuó cosechando triunfos con "La dama de Alba". Casona se mantuvo fiel a sus temáticas y formas, pero su actitud escapista fue criticada por la crítica teatral frente al público que generaba.
- Edgar Neville y Victor Ruiz Iriarte: Autores como "El aprendiz de amante" o "Juego de niños" de Ruiz Iriarte, resaltan por su cuidada construcción dramática, la calidad literaria de sus diálogos, una visión amable e irónica de la vida y la intención de provocar la sonrisa en el espectador.
- Enrique Jardiel Poncela: Representa un notable intento vanguardista. Revolucionó el humor español proponiendo lo inverosímil y creando situaciones que, aunque inicialmente desconcertantes para el público, encontraban su lógica al final de obras como "Cuatro corazones con freno y marcha atrás", "Eloísa está debajo de un almendro", "Los ladrones somos gente honrada" o "Los habitantes de la casa deshabitada".
- Miguel Mihura: Alcanzó la cúspide del teatro cómico. Sus obras se caracterizan por la exploración de la relación hombre-mujer, la crítica a los convencionalismos sociales, un agudo sentido del humor y una profunda caracterización psicológica de los personajes. Con "Tres sombreros de copa" o "Ninette y un señor de Murcia", rompió esquemas tradicionales, basándose en la creación de efectos cómicos a través de giros lingüísticos inesperados y respuestas absurdas, un estilo que consolidó en la revista cómica "La codorniz", de la cual fue director.
Teatro Ideológico y de Protesta
Paralelamente, el teatro ideológico se utilizó para exaltar los valores propios de la dictadura: la familia, las autoridades, la división clasista de la sociedad y la confesionalidad católica. José María Pemán fue una figura capital en este ámbito con su obra "El divino impaciente".
Al mismo tiempo, y con menor presencia en cuanto a obras, autores y público, existía un teatro de protesta y denuncia social. La llamada "generación realista", que encontró grandes dificultades debido a sus fines políticos, buscaba un reflejo más fiel de la realidad.
Antonio Buero Vallejo: Un Nuevo Teatro
Antonio Buero Vallejo emergió como una figura clave en la renovación teatral. Su compromiso con la realidad inmediata y la búsqueda de la verdad se tradujeron en un teatro que buscaba inquietar y remover la conciencia española. Su producción dramática comenzó con "Historia de una escalera". Posteriormente, destacó por el uso del "efecto inmersión" en obras como "En la ardiente oscuridad", "El sueño de la razón" o "La detonación". En estas piezas, el espectador se veía obligado a compartir una percepción sensorial particular del personaje principal (ceguera, sordera, etc.), facilitando así la identificación con él.
Buero Vallejo supuso el retorno a un realismo temático y crítico, superando la retórica y las convenciones formales del teatro anterior.