Evolución del teatro español desde 1940
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El teatro español desde 1940 a nuestros días
El desarrollo y la evolución del teatro en la España de la posguerra fue muy difícil hasta que la censura y las circunstancias sociales y políticas posibilitaron un cierto desarrollo como sucedió en la novela. Con todo, en este largo periodo, podemos distinguir tres etapas:
La primera hasta mediados de los años 50: continuista y tradicional. Empieza el teatro existencial.
Lorca y Valle-Inclán han desaparecido, otros autores como Casona, Alberti o Max Aub están en el exilio. De esta etapa destacan las publicaciones de Max Aub en 1942 “San Juan” y Casona “La dama del alba”, “Los árboles mueren de pie”.
El teatro que se cultiva está en la línea continuista de la comedia Benaventina y, junto a él, se estrenarán algunas comedias extranjeras. Es una época en la que el cine está en expansión y muchas salas de teatro se transforman.
En los años 40, destacan el teatro de humor, innovador, lo que es llamado teatro cómico, donde destacarán Jardiel Poncela, que trató de crear un teatro en el que la risa se produjera a partir del absurdo de situaciones y personajes dados, pero que tiene que claudicar y someterse al convencionalismo para alcanzar el éxito; y Miguel Mihura, a quien sucedió algo parecido, desarrolló en sus inicios un humor disparatado cercano al teatro del absurdo, para ir adaptándolo poco a poco. La obra más representativa de Mihura es “Tres sombreros de copa”, donde se enfrentan dos mundos y dos concepciones de la vida, la vida burguesa y prosaica de Dionisio y la vida poética y de libertad de Paula.
En los años 50, cobra su auge el teatro realista una corriente existencial, inconformista, preocupada trata de sacar al público de su sopor y manifestar su oposición a la dictadura. Destacan dramaturgos como Antonio Bueno Vallejo con Historia de una escalera, y, Alfonso Sastre con Escuadra hacia la muerte. Ambos autores evolucionarán hacia un teatro social.
Pero, Antonio Buero Vallejo es probablemente el autor cumbre del teatro español del siglo XX. Nació en Guadalajara (1916). Luchó en el ejército republicano y fue a la cárcel donde conoció personalmente a Miguel Hernández. Allí descubriría su vocación dramática que cultivó hasta su muerte. Su teatro es trágico. Trata de trasladar dudas e inquietudes al espectador sin imponer soluciones mágicas, enfrentándolo a la incoherencia de la realidad e invitándolo a la reflexión y a la superación frente a la resignación y el inmovilismo. Sus protagonistas buscan la verdad, la libertad, la realización personal, pero chocan con una realidad concreta que les oprime y manipula. A menudo su solución es el “tragaluz”, la tragedia de los protagonistas concretos que dejan, a través de su historia, una ventana abierta de esperanza para que otros triunfen allí donde ellos fracasaron. De ahí su célebre frase de que drama argumental puede reducirse a “la lucha del hombre, con sus limitaciones, por la libertad”.
En su obra se distinguen tres etapas. La primera es la etapa existencial, donde hace una reflexión sobre la condición humana. De aquí destacamos : Historia sobre una escalera. La segunda etapa es teatro social, donde denuncia injusticias que atañen su sociedad. Aquí destacan: Un soñador para un pueblo, el tragaluz, y el concierto de San Ovidio.
La segunda hasta mediados de los años 60: teatro realista y social donde el testimonio y la denuncia son la preocupación más importante.
A partir de 1955 las circunstancias sociales y políticas van cambiando en España, hay un cierto aperturismo propiciado por la entrada de nuestro país en organismos internacionales y la llegada del desarrollismo que marcaría la década de los 60. A esto debemos añadir un nuevo público, el universitario. Parte de la obra de Buero Vallejo hay que encuadrarla en este movimiento, pero el principal autor fue Alfonso Sastre (1926) quien expuso sus ideas sobre el nuevo teatro en su obra Drama y sociedad-1956-. Sus intentos de un nuevo teatro –Teatro de Agitación Social, 1950- se vieron frustrados por la prohibición de la censura, pero lo logró más tarde y a partir de 1961 creó el Grupo de Teatro Realista. Sus ideas quedan plasmadas en sus obras (Muerte en el barrio -1955-, La cornada -1960-, etc.), pero son obras muy circunstanciales que tuvieron poco éxito con una calidad discutible.
Esta poca difusión hizo que algunos autores, como Alfonso Paso, que se iniciaron en esta línea (Los pobrecitos -1957-) renunciaran a favor del éxito comercial. Otros autores fueron Rodríguez Méndez (Los inocentes de la Moncloa -1960-), Carlos Muñiz (El tintero -1961-), Lauro Olmo (La camisa -1962-) o Martín Recuerda (Las salvajes en Puente San Gil -1963-). Su temática está muy próxima a la novela social que se cultiva en esta misma década, fundamentalmente la injusticia y la alienación del individuo en una sociedad opresiva, pero descendiendo a aspectos concretos según la trama: el drama de la emigración, la marginación social, las penurias cotidianas en pobreza… Técnicamente son obras realistas con matices según los autores que van desde el lenguaje de sainete –Lauro Olmo-, hasta la deformación esperpéntica –Martín Recuerda– o el expresionismo –Carlos Muñiz-. Aún estamos lejos de la renovación escénica que está recorriendo Europa.
La tercera, desde los años 70, en la que proliferan los intentos de un nuevo teatro experimental muy crítico pero con poca trascendencia social
A partir de 1960, junto al teatro social, van apareciendo nuevas corrientes relacionadas con las nuevas técnicas experimentales que han ido desarrollándose en Europa. Para ello, el teatro se desarrolla al margen de los escenarios estáticos y convencionales y con la crítica y el gusto del público en contra de las nuevas propuestas. Esto hace de él un teatro de minorías, una corriente soterrada bautizada como teatro “underground”. El mayor exponente quizá sea Fernando Arrabal quien tras su fracaso con Los hombres del triciclo (1953) decidió exiliarse a Francia donde desarrolló una magnífica carrera dramática con su “teatro pánico”, mientras sus obras seguían prohibidas en España (a partir de 1975 empezarían a estrenarse Pic-Nic –escrita en 1952-, El cementerio de los automóviles -1962-, El arquitecto y el emperador de Austria -1967-, etc.).
En líneas generales seguimos ante un teatro de protesta social en el que se renuncia al realismo como forma de representación escénica y se apuesta por nuevas fórmulas en las que se juega con el simbolismo o la alegoría. Los personajes pierden su individualidad para transformarse en meros símbolos o máscaras (el dictador, el explotador, el proletario, el idealista,…) y el lenguaje se contagia de este simbolismo llegando a ser poético. La expresión corporal adquiere una relevancia hasta el momento desconocida: el mimo, los ejercicios físicos, la danza pasan a formar parte de los recursos del actor. Son experiencias que solo pueden realizarse fuera del ámbito comercial a través de los llamados “grupos independientes”, conjuntos de actores que se reúnen para vivir por y para el teatro recorriendo la geografía española a la usanza de los antiguos cómicos.
Pero no alcanzaron la difusión y el éxito que cabía prometerse, salvo algunos éxitos entre los que cabe destacar el del cordobés Antonio Gala con obras como Petra Regalada o El hotelito, el problema sigue siendo mantener vivo el teatro, llenar las salas. Parece que el realismo ha sido la tendencia más reconocida con autores como Fernando Fernán-Gómez –Las bicicletas son para el verano, 1982-, Fernando Cabal –Esta noche, gran velada-, José Luis Alonso de Santos –Bajarse al moro, 1985-, o José Luis Sanchís Sinisterra –¡Ay, Carmela!, 1986, o Valeria y los pájaros, 1995-. Otros autores están asumiendo el relevo, entre ellos algunas mujeres aparecen como Ana Diosdado (Usted también podría sufrir de ella -1973-, o Los ochenta son nuestros -1988-) Paloma Pedrero o Yolanda Pallín los grupos sobreviven dispersos en salas no comerciales en circunstancias muy difíciles.
La necesidad de llenar las salas ha llevado a apostar por la variedad de géneros representados entre los que destacan algunos con poca tradición en España como son los musicales con puestas en escena de obras extranjeras como Cats, Los miserables o adaptaciones propias como Hoy no me puedo levantar. Esto junto a títulos tradicionales y clásicos que mantienen siempre la expectación –Cinco horas con Mario, o La venganza de don Mendo, o La casa de Bernarda Alba, están siendo representadas actualmente en Madrid, por ejemplo.-