Evolución Poética de Miguel Hernández: Del Clasicismo a la Modernidad
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La Poesía de Miguel Hernández: Fusión de Tradición y Vanguardia
La poesía de Miguel Hernández, como la de todos los grandes poetas, es absolutamente original. Sin embargo, para llegar a esa individualización de su estilo propio, el autor transitó por una serie de influencias en las que se entrelaza la tradición poética castellana con la vanguardia de su época. Esa fusión es, de hecho, uno de los rasgos distintivos de la Generación del 27, de la que Miguel Hernández fue considerado el «genial epígono».
Influencias y Formación Poética
Entre los autores que determinaron las primeras obras de Miguel Hernández destacan Virgilio, los clásicos del Siglo de Oro (San Juan de la Cruz y Garcilaso), los poetas del Barroco (Quevedo y Lope de Vega), y también Antonio Machado y Gabriel Miró. En esta etapa fue decisiva la relación con Ramón Sijé y con el canónigo Luis Almarcha. En 1927, el poeta entró en contacto con Góngora a través de la Generación del 27. Poco más tarde, su primer viaje a Madrid, donde conoció y entabló amistad con figuras como Pablo Neruda, Vicente Aleixandre o Juan Ramón Jiménez, supuso una conversión vital y estética, así como una mayor apertura a la modernidad, aunque sin olvidar sus raíces tradicionales.
Perito en lunas (1933): Hermetismo y Vanguardia
Perito en lunas (1933) es una obra de clara influencia gongorina; se trata de un ejemplo paradigmático de la «poesía pura», al modo de Jorge Guillén. Se caracteriza por el esquema métrico cerrado de la octava real, un léxico cultista y metáforas complejas. El intenso hermetismo convierte el poema en lo que Gerardo Diego llamaría un «acertijo poético». Por ejemplo, en el poema «Toro» [1].
El rayo que no cesa (1936): Crisis y Amor
En El rayo que no cesa (1936) se refleja la profunda crisis personal y amorosa de Miguel Hernández, que lo lleva a abandonar el influjo religioso y clasicista de Sijé, así como el de la poesía pura. En cambio, se inspira en Neruda y Aleixandre, decantándose por la «poesía impura». No obstante, sigue trabajando la métrica clásica, sobre todo el soneto, además de silvas, cuartetas y tercetos encadenados.
También aparecen el tópico del amor cortés petrarquista y las concepciones amorosas de Garcilaso y Quevedo: el «desgarrón afectivo» y el «dolorido sentir» [3].
Viento del pueblo (1937): El Poeta Soldado
Al comenzar la Guerra Civil, Hernández se convierte en un «poeta soldado» con Viento del pueblo (1937), donde lo lírico cede su sitio a lo épico. Ahora su poesía es más directa, destinada a los soldados y a las gentes sencillas. De ahí el empleo abundante de metros populares e inmediatos, como el romance y el octosílabo. Junto a estas formas, se cultivan también metros más solemnes, de tono épico, por ejemplo, en poemas como «Las manos» y «Canción del esposo soldado» [8]. La imagen vanguardista y la metáfora surrealista se funden con el neopopularismo en el tono y la métrica.
El hombre acecha (1939): Reflexión en Tiempos de Guerra
El tono combativo de Viento del pueblo se atempera en El hombre acecha (1939) ante la brutal realidad de la guerra. El verso de arte menor y la rima asonante romanceril se sustituyen por el endecasílabo y la rima consonante. Las composiciones de este poemario son, por lo general, más extensas y las rimas, más escasas.
Miguel Hernández 8
Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941): La Esencia del Yo
Finalmente, en Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941) es más difícil hablar de influencias, tanto tradicionales como vanguardistas. El poeta, que había pasado del «yo» al «nosotros», vuelve ahora al «yo» intimista y lírico, completando el proceso de esencialización y desnudez poética. El estilo torrencial surrealista, heredado de Aleixandre y de Neruda, pervive en algunos poemas como «Hijo de la luz y de la sombra» u «Orillas de tu vientre», y las formas poemáticas, a su vez, se ciñen a los escuetos esquemas de la canción tradicional o al romance con dominio de la rima asonante. Por ejemplo: [19].
Conclusión: La Síntesis de un Estilo Único
En definitiva, con este último libro, Miguel Hernández supera totalmente la dualidad entre vanguardia y tradición, logrando un estilo propio basado en la sencillez absoluta y la madurez poética.