Evolución de la novela española: de la posguerra al experimentalismo

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1. Los años 40. La novela idealista y la novela existencial

Tras la guerra desaparecieron casi todos los tipos de novela que se estaban publicando antes de la contienda: obviamente, se esfumó la novela comprometida izquierdista, pero también la experimental más o menos deshumanizada, la novela intelectual y lírica del novecentismo, y la novela filosófica unamuniana. En general, se regresó al realismo decimonónico e incluso al mero costumbrismo.

1.1 Novela propagandística, idealista o nacionalista

Durante los primeros años del franquismo aparecieron bastantes novelas propagandísticas que exaltaban la guerra y el régimen surgido de ella desde los valores ideológicos —Dios, patria y familia— de los vencedores. También se escribieron algunas novelas no muy interesantes de corte idealizador que pretendían olvidar la guerra hablando de la "feliz burguesía" y sus pequeñas preocupaciones. Eran el equivalente narrativo de la poesía arraigada. En esta tendencia destacan Agustín de Foxá (Madrid, de corte a checa, 1938) y las primeras novelas de Wenceslao Fernández Flórez, como Una isla en el mar (1939). Fernández Flórez escribió también en estos años El bosque animado (1943), que es seguramente la mejor novela fantástica española. En ella, con lirismo y humor, hace olvidar al lector las desdichas del día a día. También escribió interesantes relatos fantásticos el gallego Álvaro Cunqueiro.

1.2 Novela existencial y tremendista

Tipo de novelas más interesante que se publicó durante la década. Temáticamente, refleja con amargo realismo la vida cotidiana del país, por lo que gira en torno a la soledad, la incertidumbre de los destinos humanos, la frustración de las ilusiones, la incomunicación, el desarraigo de los personajes en una sociedad vulgar y miserable, la violencia y la presencia constante de la muerte; en resumen, trata del sinsentido de la existencia. Técnica y estilísticamente son novelas de aprendizaje bastante clásicas con profunda influencia realista y naturalista. Predomina en ellas la narración autobiográfica cuyos protagonistas, normalmente individuos desarraigados, oprimidos, indecisos o agresivos, viven en un universo hostil en el que el malestar social está transferido a la existencia individual. El tratamiento del tiempo suele ser lineal y el lenguaje muy cuidado y rico, poético y a la vez popular. Destacan principalmente dos novelas, La familia de Pascual Duarte y Nada.

La familia de Pascual Duarte (1942), de Camilo José Cela (1916-2002), inaugura la novela existencial en su variante más truculenta, el llamado "tremendismo". Manteniendo las características de la novela existencial, pretende destacar las conductas más aberrantes del ser humano. Esta novela gira en torno a la historia de Pascual Duarte, un criminal que escribe sus memorias antes de ser ejecutado, con la intención de descargar su conciencia. Pascual se presenta como víctima de un origen familiar y social miserable que determinará su carácter y sus abominables actos. Así, el motivo central es el determinismo ejercido por las circunstancias sociales y familiares que da lugar a una violencia incontrolable. El estilo se caracteriza por la magnífica combinación de lenguaje crudo y poético.

Son múltiples y llamativas las influencias que se observan en las novelas tremendistas: la picaresca española, la sátira cruel y el humor desgarrado de Quevedo y Valle-Inclán, el pesimismo existencial y la desconfianza en el ser humano de Pío Baroja, la truculencia del naturalismo...

Después publica Cela Pabellón de reposo (1943) con una intención parecida pero un ambiente diferente, las conversaciones de unos enfermos en un sanatorio para tuberculosos. Pero pronto evoluciona hacia la estética de la novela social, que él mismo está creando con La colmena (1951) y sigue su evolución personalísima hacia distintos modos de experimentación.

Nada (Premio Nadal en 1944), la primera de Carmen Laforet (1921-2004), también es una novela de aprendizaje, de estructura clásica y lenguaje cuidado, aunque popular y aparentemente desaliñado. La protagonista, Andrea, narra en primera persona y con un tono desesperadamente triste y angustioso su llegada a Barcelona para estudiar en una posguerra marcada por la pobreza, el rencor y el odio. El entusiasmo de la joven se transforma en desencanto al llegar a la casa de su familia, en la que viven su abuela y sus tres tíos, maloliente y sucia, y encontrarse, después de más de diez años, con unos burgueses catalanes empobrecidos, sórdidamente retratados. Tampoco resulta más atractiva la vida universitaria ni el arte o la música, motivos frecuentes, lo que lleva a la protagonista a preguntarse por el sentido de su existencia y a no encontrar más respuesta. La angustia existencial de la protagonista es, como en la poesía desarraigada, un estado íntimo sí, pero provocado por la deprimente sociedad española de posguerra: "nada" vale la pena.

Otras novelas existenciales de autores que también evolucionaron pronto hacia el realismo son:

  • La sombra del ciprés es alargada (1948) y Aún es de día (1949), las primeras novelas de Miguel Delibes (1920-2010), son obras juveniles que técnicamente se ajustan al realismo convencional decimonónico, pero el análisis introspectivo y el protagonista insolidario que defiende su individualidad en un ambiente hostil la hacen una auténtica novela existencial. La metafórica muralla de Ávila es el marco opresivo donde se desarrolla la vida de Pedro desde su infancia, marcada por la educación pesimista que recibe de su tío-maestro, hasta que se hace marino. La frustración de los personajes queda solo contrarrestada por su honda religiosidad, y no le faltan detalles tremendistas.
  • Javier Mariño. Historia de una conversación (1943), de Gonzalo Torrente Ballester (1910-1999), es una novela de aprendizaje, de estructura lineal y técnicas tradicionales sobre los conflictos religiosos, morales, políticos y sentimentales de su protagonista, un pequeñoburgués de ideología nacionalista que empieza a preguntarse por su existencia cuando se enamora en París de una comunista. A pesar de ser su autor cercano al régimen franquista, la censura le obligó a cambiar el final. En el original, el protagonista abandonaba a su amada y esta se suicidaba. En el que se publicó, el protagonista volvía a España, luchaba con los nacionales, abrazaba el catolicismo y ganaba a su amada. Aun así, fue prohibida enseguida "por sobreabundancia de imágenes lúbricas”.

Camilo José Cela

Camilo José Cela Trulock (Iria Flavia, Padrón, A Coruña, 1916-Madrid, 2002) nació en una familia pequeñoburguesa de origen parcialmente anglo-italiano. En 1925 su familia se estableció en Madrid, donde Cela comenzó las carreras de Medicina, Filosofía y Letras y Derecho, sin acabar ninguna. Fue alumno de Pedro Salinas y empezó escribiendo poemas de corte vanguardista, pero se pasó pronto a la narrativa. Luchó en el frente nacional y fue herido. Tras la guerra fue censor de revistas durante un tiempo.

Con su primera novela inició la novela existencial de corte tremendista y obtuvo un éxito inmediato. Sin embargo, pronto evolucionó hacia el realismo social con La colmena (acabada al parecer en 1945 pero publicada en 1951). Esta novela tuvo problemas con la censura, llegó a prohibirse su nombre en los periódicos y Cela fue expulsado de la Asociación de la Prensa. Sin embargo, pronto fue acogido de nuevo en los círculos del poder y su fama creció considerablemente.

Su tercera etapa, sin abandonar el tremendismo, incidió en lo experimental con novelas como San Camilo, 1936 (1969) y Oficio de tinieblas 5 (1973).

Destacan su capacidad para crear ambientes y tipos humanos diferentes y originales, la riqueza de su lengua, la gran variedad de registros lingüísticos y la constante voluntad de renovación técnica y estilística de sus obras. Entre 1956 y 1979 fundó y dirigió la importante revista de literatura Papeles de Son Armadans. En 1957 ingresó en la Real Academia de la Lengua. En 1977 fue nombrado senador por designación real para la redacción de la Constitución. En 1984 obtuvo el Premio Nacional por Mazurca para dos muertos y, en 1989, el Premio Nobel por toda su obra. Su carácter controvertido, desenfadado, provocador y aficionado a los tacos y las procacidades, le granjeó tantos defensores como detractores.

2. Los años 50. La novela del realismo social

En todos los géneros, a comienzos de los años cincuenta, empiezan a publicar sus obras algunos jóvenes que no han participado en la Guerra Civil pero la han padecido como niños o adolescentes. Frente a las novelas triunfalistas, evasivas o truculentas anteriores, se atreven a mostrar con fidelidad la sociedad española real, su evidente falta de libertad, sus desigualdades sociales y su miseria, con el objetivo de contribuir a la transformación social, si no mediante la denuncia abierta —que no lo permite la censura— sí mostrando los problemas reales. Esta actitud supone una concepción del arte como compromiso del escritor con el tiempo que le ha tocado vivir, como "un arma cargada de futuro" (Celaya). En su conjunto, a esta concepción estética y ética se la llama realismo social, aunque en novela se suelen distinguir dos variedades: el objetivismo y el realismo crítico. La diferencia entre una y otra más que en las técnicas empleadas, que son parecidas, está en que las últimas son más explícitas en su crítica social y menos preocupadas por la técnica objetivista. Sin embargo, en las primeras, aunque el narrador pretende ser totalmente objetivo y nunca emite juicios de valor, la mera selección de personajes y situaciones, aun tratados con objetividad, ya supone una crítica implícita. Es el lector el que debe juzgar la situación y a los personajes.

Temáticamente, las novelas del realismo social pretenden dar testimonio de la vida contemporánea, la injusticia, la pobreza, la falta de esperanzas. Para ello desplazan el foco de lo individual a lo colectivo. La sociedad deja de ser el marco para convertirse en el tema, de modo que hay novelas de la gran ciudad, de la vida rural, de las relaciones de trabajo, de la juventud abúlica.

Técnica y estilísticamente se caracteriza por la tendencia al protagonista colectivo —aunque a veces esto implique personajes sin mucha profundidad psicológica y abundancia de pequeñas historias que sumadas hacen la novela—; la búsqueda de un enfoque lo más objetivo posible que llega algunas veces al narrador behaviorista u objetivo, quien actúa como una cámara de cine que reproduce lo que ve y lo que oye, o incluso casi desaparece sustituido por los diálogos; abundancia de diálogos realistas y propios de la condición social de los personajes y de la situación; lenguaje en general muy sencillo; espacio limitado y tiempo contemporáneo y lineal con acciones concentradas en un periodo breve para resultar más veraz. Normalmente los autores anteponen la eficacia a la belleza. En todo esto se observa la influencia de la narrativa conductista norteamericana de principios de siglo, del Nouveau Roman francés y, sobre todo, de las técnicas cinematográficas. El realismo crítico dejó en un segundo plano las técnicas formales para centrarse en el mensaje, lo que, como siempre, acabó en la simplificación estética y el cansancio.

El detonante de esta corriente fue la publicación en 1951 de La colmena, con la que Cela inició un nuevo camino para la novela que, sin embargo, él mismo abandonó de inmediato. También fue un precursor Luis Romero con La noria (1952), historia con espíritu parecido al de La colmena ambientada en Barcelona.

En 1954 se publicaron cuatro novelas que consolidaron la corriente: El fulgor y la sangre de Ignacio Aldecoa, Los bravos de Jesús Fernández Santos (el primero en practicar el objetivismo), Juegos de manos de Juan Goytisolo y Pequeño teatro de Ana María Matute. Y la cumbre de la tendencia objetivista se alcanzó al año siguiente con El Jarama.

En los primeros años sesenta la publicación de Tiempo de silencio (1962), de Luis Martín Santos, supuso la llegada a España de la nueva narrativa hispanoamericana. Esa novedad, junto al mejor conocimiento de los narradores vanguardistas europeos de principios de siglo, dio lugar a que la mayor parte de estos mismos novelistas se orientaran hacia la experimentación y dieran por agotado el camino del realismo social, que ya les aburría o les resultaba insuficiente.

Las novelas más destacadas de esta corriente son:

  • La colmena, para muchos la mejor novela de Camilo José Cela, estaba ya escrita al parecer en 1945, muy cerca de los sucesos narrados, pero la censura no permitió su publicación hasta 1963. Por ello, Cela la publicó en Buenos Aires en 1951. Dice el autor en su nota introductoria que es "un trozo de vida narrado paso a paso, sin reticencias, sin extrañas tragedias, sin caridad, exactamente como la vida discurre". Su tema principal es la vida de la ciudad, la colmena, pero hay un sinfín de temas secundarios: el hambre, el sexo, la hipocresía, el miedo, la enfermedad, los recuerdos de la guerra. Recoge dos días y medio en la vida de más de cuatrocientos personajes del Madrid de 1942. Así, la ciudad se convierte en la verdadera protagonista a través de las vidas entrecruzadas de los personajes. Martín Marco es el personaje itinerante alrededor del cual se articulan algunos ambientes de la obra: cafés, la prostitución de medio pelo y la de los burdeles más refinados, la clase media con sus estrecheces, el proletariado con sus trapicheos para sobrevivir, el hambre, la generosidad, el amor, la locura, el sexo, las enfermedades venéreas. Es también un desfile de víctimas y depredadores. La gran novedad estilística de La colmena es que introdujo en España las técnicas de la novela objetivista sin llegar a lograrlas del todo debido a su otra gran virtud: el lenguaje del narrador, que no deja de ser omnisciente y se sale constantemente de su condición de "fotógrafo" para valorar situaciones y personajes, unas veces con crueldad y otras muchas con comprensión y delicadeza. Lo cual fue otra novedad, especialmente en el tratamiento de las mujeres, víctimas de la miseria y el machismo.
  • El Jarama (1955), de Rafael Sánchez Ferlosio (1927-2019), es una novela emblemática del realismo social español en su vertiente más objetivista. Tiene una línea argumental mínima: un grupo de jóvenes pasa once horas de un domingo a orillas del río Jarama. Al final, después de no haber sucedido nada emocionante en más de 300 páginas, una chica se ahoga en el río. La narración reproduce con una fidelidad extrema los movimientos y, sobre todo, los más nimios e insulsos diálogos de los personajes. Es prácticamente una novela dialogada, sin presencia apenas del narrador. A diferencia de Cela, que nunca dejaba de estar presente en La colmena, aquí la técnica behaviorista o conductista es llevada al extremo: el autor elude todo análisis introspectivo de los personajes, a los que conocemos solo por lo que dicen y hacen, sin opinión o comentario del narrador.
  • Carmen Martín Gaite (1925-2000) ganó también el premio Nadal con Entre visillos en 1957. En esta y en sus siguientes novelas profundiza con técnicas realistas en la psicología y la condición femenina, poniendo en evidencia su soledad. Otras obras suyas muy conocidas son Caperucita en Manhattan (1990) y Nubosidad variable (1992).
  • En la obra de Ana María Matute (1925-2019), aparte de la ya citada Pequeño teatro, destacan la novela Los Abel (1948) y los excelentes cuentos de Los niños tontos (1956). Tuvo siempre una especial habilidad para tratar los temas cotidianos, la insolidaridad y el deseo de un mundo más justo desde el punto de vista de los niños.
  • Miguel Delibes escribió novelas como El camino (1950) o Las ratas (1962) en las que fusiona las técnicas de un realismo convencional con ciertos elementos del realismo crítico e incluso del objetivismo. Refleja en ellas la extinción de la cultura rural y denuncia el desarraigo de la pujante vida urbana.
  • Gonzalo Torrente Ballester actualizó el realismo decimonónico y costumbrista en su trilogía Los gozos y las sombras (1957-1962).

3. Los años 60 y primeros 70. La novela experimental

Tanto la vertiente objetivista como la vertiente crítica del realismo social tuvieron una vigencia muy breve. Los propios autores, ante la evidencia de que ni llegaban al público obrero ni lograban la reacción social esperada, y ante el cansancio de unas fórmulas estéticas tan estrechas, vieron la necesidad de buscar otros cauces narrativos que admitieran, por ejemplo, la fantasía y, por supuesto, los valores artísticos del lenguaje. A ello contribuyó la llegada a España de la nueva narrativa hispanoamericana —tan fantástica como realista— y el mejor conocimiento de los autores europeos y americanos de principios de siglo —Joyce, Kafka, Faulkner—. El detonante del cambio fue en esta ocasión la novela de 1962 Tiempo de silencio, del joven y desconocido Luis Martín Santos.

La disidencia de esta nueva novela afecta por igual al contenido y a la forma. Su publicación supuso una revolución a la que se apuntaron casi todos los escritores, incluso en otros géneros (poesía, teatro) y en otras artes (pintura, escultura, cine).

Temáticamente, estas novelas no abandonan la crítica social ni la intención crítica, sino que en general las intensifican, pero también dan cabida a lo onírico, la ironía y el humor y vuelven a la reflexión sobre la condición humana: la infancia, el paso del tiempo, la reconstrucción de la propia memoria, la guerra... Abandonan el protagonista colectivo y suelen centrarse en el conflicto agónico entre un protagonista complejo y su entorno, con sus desigualdades y absurdos. Esto implica personajes contradictorios y desorientados, condenados por una sociedad castrante y opresora a la incomunicación, el silencio, la locura e incluso la muerte. No son héroes, sino más bien supervivientes.

Técnica y estilísticamente se caracteriza por experimentar con recursos que apenas se habían empleado en España: enfoque desde la perspectiva de un personaje único (Cinco horas con Mario) o desde la de varios al mismo tiempo, para ofrecer diferentes interpretaciones del mismo suceso (Tiempo de silencio); perspectivismo o alternancia de puntos de vista, con preferencia por el narrador omnisciente que comenta y reflexiona, pero que con frecuencia desaparece dejando paso al monólogo interior o al estilo indirecto libre, el cual sumerge al lector directamente en la mente de los personajes; aparición de la segunda persona narrativa, como si el narrador le hablara al personaje (Tiempo de silencio); estructura abierta, con frecuencia fragmentada en secuencias (con elipsis) y cronológicamente desordenadas, con saltos adelante (prolepsis) y atrás (analepsis o flash-back) que evidencian el sinsentido de la vida. La novela experimental renovó el lenguaje con abundantes e inusitadas herramientas retóricas. Utilizó el nivel culto por oposición al realismo social, pero lo mezcló con el vulgar si lo requerían los personajes, y acogió todos los registros y modos del discurso; incluso aparecen en ellas los lenguajes técnicos y especializados. A veces se experimentó también con la supresión de los signos de puntuación: Los santos inocentes tiene solo un punto en cada capítulo y San Camilo 1936, uno solo en toda la novela.

Todas estas técnicas necesitan de un lector activo que reconstruya la historia y la intérprete buscando la verdad, que se le muestra fragmentada o engañosa. En definitiva, las técnicas mismas suponen una provocación al lector burgués, conservador y acomodado, al que el contenido desgarrador y comprometido le propone un reto ideológico y las formas y técnicas, un puzle.

Las novelas más destacadas de esta corriente son:

  • Tiempo de silencio (1962), de Luis Martín Santos (1924-1964). El argumento se centra en Pedro, un joven médico e investigador que en el Madrid de finales de los 40 se provee de ratones en la chabola del Muecas. Pedro se ve implicado en la muerte de la hija del Muecas cuando le obligan a practicarle un aborto, por lo que es detenido. Cuando sale de prisión, su novia es asesinada por Cartucho, amante de la hija del Muecas. La compleja estructura, en forma de puzle, esconde un argumento muy melodramático que a la vez es un profundo recorrido por la realidad española del momento, desde la miseria económica y moral hasta el anodino y degradante ambiente científico.

    Sin embargo, lo que destaca es la variedad de técnicas empleadas y el lenguaje rico, variado y complejo. En la obra podemos encontrar ya prácticamente todas las características de la novela experimental: reorganización de la estructura, ruptura del tiempo y el espacio lineales, perspectivismo, protagonistas conflictivos y confusos, ironía, parodia y humor distanciadores y frecuentes digresiones que no parecen venir a cuento.

  • Cinco horas con Mario (1966) es, para muchos, la mejor novela de Miguel Delibes (1920-2010) y, desde luego, la más ambiciosa técnicamente. Consigue el perspectivismo siendo toda ella el soliloquio de Carmen, la protagonista, mujer de 44 años que acaba de perder de forma inesperada a su marido, Mario. Una vez que las visitas y la familia se van, Carmen queda sola y durante cinco horas, de madrugada, vela el cadáver de su marido, con el que establece un monodiálogo en el que vamos descubriendo a partir de recuerdos deshilvanados sus personalidades contradictorias, sus conflictos matrimoniales y la mediocridad convencional de la sociedad en la que viven. Carmen resulta ser una mujer ultraconservadora de clase media alta; su marido, Mario, catedrático de instituto, un intelectual progresista y comprometido. Se recrean así los problemas de la falta de comunicación en el matrimonio, la España provinciana de la época y el conflicto de las "dos Españas". A diferencia de otras novelas experimentales, Delibes utiliza siempre un lenguaje sencillo y llano que evita el distanciamiento del lector, pero sí es evidente el desorden temporal en que sus recuerdos aparecen mezclados. Por otro lado, el largo monólogo interior está ordenado y nunca llega a ser el flujo de conciencia caótico de novelas como Tiempo de silencio.

  • Otra obra cumbre de Delibes es Los santos inocentes (1981), en la que combina el análisis de la sociedad rural y caciquil del franquismo con las angustias vitales de los personajes y cierta experimentación formal. Por ejemplo, en toda la novela solo hay cinco puntos: uno al final de cada capítulo.

  • Señas de identidad (1966), de Juan Goytisolo (1931-2017), es una de las más audaces y radicales novelas del periodo. Analiza el desarraigo de los emigrantes y exiliados españoles fuera y dentro de España desde una postura nihilista y atacando duramente las tradiciones. Su protagonista, Álvaro Mendiola, se instala en España tras diez años de exilio, y rememora de forma caótica su vida, en la que solo encuentra vacío y exilio, pues en su país sigue siendo un extranjero.

  • Últimas tardes con Teresa (1966), de Juan Marsé (1933-), está ambientada en una Barcelona de ricos burgueses y clases marginadas. Relata la relación entre Teresa, una joven universitaria, burguesa y falsamente rebelde, y el Pijoaparte —apodo de Manolo Reyes, un "xarnego"—inmigrante muy pobre de origen murciano— seductor, ladrón de motos, que se hace pasar por obrero militante revolucionario porque pretende casarse con ella. Es una versión irónica y desengañada de Romeo y Julieta. El estilo es aparentemente sencillo pero muy rico en niveles: el catalán, las jergas de los barrios bajos, la ironía, el humor.

  • Juan Benet (1927-1993) empezó muy tarde a publicar, pero su primera novela, Volverás a Región (1967), es un hito de la literatura experimental, profunda y crítica.

  • Entre los novelistas que empezaron en los años cuarenta y se incorporaron a la experimentación en esta década destacan, además de Delibes, Camilo José Cela con San Camilo 1936 (1969), Oficio de tinieblas 5 (1973) y Mazurca para dos muertos (1983), y Gonzalo Torrente Ballester con La saga/fuga de J. B. (1972), una originalísima e impactante historia mítica de Castroforte de Baralla, un derroche de fantasía, humor y parodia grotesca que no deja títere con cabeza.

Miguel Delibes

Miguel Delibes (Valladolid, 1920-2010) nació en una familia hispano-francesa acomodada y liberal. Durante la guerra se alistó voluntario en la marina franquista. Más tarde estudió Derecho y Comercio, obteniendo en 1945 una cátedra en la Escuela de Comercio de su ciudad. Con su primera novela, La sombra del ciprés es alargada, obtuvo el Premio Nadal dos años después de Carmen Laforet. Vinculado durante décadas al periodismo, dirigió El Norte de Castilla dándole una orientación católica liberal que le hizo enfrentarse al poder y le obligó a dimitir.

De personalidad extremadamente discreta, evolucionó desde un catolicismo conservador a un humanismo cristiano y liberal y, desde muy temprano, se mostró decididamente ecologista —también era cazador— rechazando la vida industrializada y defendiendo la vuelta a la naturaleza. Sobre este tema es bien conocido su discurso de entrada en la RAE (1975) Un mundo que agoniza. Su pensamiento y su obra siempre fueron críticos con la burguesía urbana y defendieron a los humildes y marginados.

En su obra empleó un estilo sobrio, preciso y claro, muy personal. Escribió novelas, cuentos, artículos periodísticos, relatos de viajes y autobiográficos, etc. Sus novelas evolucionaron desde el existencialismo de sus comienzos, y pasando por el realismo de ambiente rural, tradicional y no objetivista en los años 50 con El camino (1950), La hoja roja (1958) o Las ratas (1962) hasta la novela experimental con Cinco horas con Mario (1966). De Los santos inocentes (1981) se ha dicho que es la síntesis de su arte: campo frente a ciudad, sentimiento íntimo de la naturaleza, descripción del paisaje, preocupación y afecto por los desheredados, desprecio de los caciques, realismo y experimentación narrativa.

Huyendo de tanta profundidad reflexiva, a menudo pedante, y buscando más entretenimiento, acción e intriga, es decir, el disfrute de contar historias a la manera tradicional, regresó en los años setenta la novela de género —policíaca, histórica, de intriga— muchas veces redactada con técnicas experimentales. Destacan, haciendo frontera con el periodo democrático, Manuel Vázquez Montalbán, con su serie detectivesca protagonizada por Pepe Carvalho (inaugurada con Yo maté a Kennedy en 1972) y, sobre todo, Eduardo Mendoza, cuya primera novela, La verdad sobre el caso Savolta (1975), también policíaca, está narrada con técnicas de la novela experimental.

Luis Martín Santos

Luis Martín Santos (Larache, protectorado español de Marruecos, 1924-Vitoria, 1964) fue hijo de un médico militar que alcanzó importantes cotas jerárquicas, militares y civiles. Estudió medicina en Salamanca y se especializó primero en cirugía y después en psiquiatría. Investigó en el CSIC entre 1946 y 1949. Completó estudios en Alemania. Vivió en San Sebastián, dedicado a la psiquiatría y la literatura, participando en tertulias y opositando a cátedras universitarias que no aprobó, y militando en el entonces ilegal PSOE, lo que le acarreó varias detenciones. Publicó su única novela en 1962 y murió en un accidente de coche en 1964, dejando otra novela a medias.

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