Evolución demográfica y movimientos migratorios en el siglo XIX

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El siglo XIX experimentó importantes transformaciones sociales en la transición del Antiguo Régimen a la Edad Contemporánea. Dichas transformaciones estuvieron relacionadas con el desarrollo del nuevo régimen liberal y los cambios económicos que España experimentó a lo largo del siglo.

La evolución demográfica durante el siglo XIX estuvo marcada por un crecimiento estable de la población frente al estancamiento general de siglos anteriores. La población del XIX se caracterizó por:

  • Crecimiento moderado (11 millones en 1800 y 18 millones en 1900), lento comparado con países de nuestro entorno con un mayor crecimiento económico, que llegaron a duplicar su población.

La causa del escaso crecimiento fue la persistencia de un régimen demográfico antiguo (salvo Cataluña que inició la transición al régimen demográfico moderno) con unas altas tasas de natalidad y mortalidad y un crecimiento vegetativo bajo.

La tasa de natalidad española, al finalizar el siglo era del 34%o, de las más altas de Europa. Pero relacionada con una muy elevada tasa de mortalidad, era insuficiente para permitir un fuerte crecimiento de la población, como en los países desarrollados.

La mortalidad descendió a lo largo del siglo. Al final de éste, se situó en un 29%o, la segunda más alta de Europa después de Rusia. Por su parte, la esperanza de vida no llegaba a los 35 años.

Esta situación demográfica se debió a tres causas fundamentales:

  • Las Crisis de subsistencias, hasta doce a lo largo del siglo XIX. Provocadas por las malas condiciones climáticas, el atraso técnico de la agricultura, y un deficiente sistema de transportes y comunicaciones.
  • Las epidemias periódicas. Aunque la peste había desaparecido en el siglo XVIII, se produjeron epidemias de cólera, tifus y fiebre amarilla.
  • Las enfermedades endémicas. Una parte de la mortalidad del siglo debe atribuirse a enfermedades como la viruela, tuberculosis, sarampión, escarlatina y difteria.

Las migraciones hacia Iberoamérica, sobre todo a Argentina y Cuba.

  • El Crecimiento de las ciudades provocado por éxodo rural, que se dirigió principalmente hacia Barcelona, Madrid, País Vasco y la costa peninsular. Es decir, hacia las zonas más industrializadas del país. No obstante, la población siguió siendo predominantemente rural.

Los movimientos migratorios estuvieron muy relacionados con los cambios económicos y sociales del siglo XIX. Se pueden clasificar entre:

  • Migraciones internas. Que se produjeron, sobre todo, durante la segunda mitad de siglo y estuvieron provocadas por el asentamiento de la sociedad liberal, la superpoblación rural provocada consecuencia del proceso desamortizador en el sector agrario, la mejora de los transportes y la búsqueda de una vida mejor en las ciudades.

Los destinos principales fueron Barcelona, País Vasco y Madrid. Regiones muy industrializadas que demandaban mucha mano de obra.

  • Las migraciones exteriores. Que aumentaron durante este siglo y se dirigieron mayoritariamente a Iberoamérica. Estuvieron motivadas por las malas condiciones internas. Galicia, Asturias y Canarias fueron las principales regiones emisoras de emigrantes.

Algunos de éstos consiguieron “hacer las Américas”, amasando grandes fortunas. Muchos retornaron, los denominados “indianos”, tras hacer fortuna y contribuyeron al desarrollo de sus lugares de origen.

El desarrollo urbano

El desarrollo urbano fue considerable durante el siglo XIX, pero no alcanzó los niveles de los países industrializados europeos. Entre 1850 y 1900 España duplicó su nivel de urbanización, mientras países como Alemania lo multiplicó por cuatro; España mantuvo unos niveles en la media de los países mediterráneos.

El crecimiento urbano estuvo relacionado con la consolidación del liberalismo, con el desarrollo de la industrialización y las desamortizaciones, que favorecieron un importante trasvase de población del campo a la ciudad.

Este crecimiento urbano tuvo una mayor intensidad en Madrid, Barcelona y Bilbao, ciudades que estaban en pleno crecimiento industrial, y supuso el desarrollo espacial de estas ciudades:

  • Por un lado, surgieron suburbios periféricos de barrios obreros, desordenados, sin servicios ni infraestructuras.
  • Por otro, se crearon áreas burguesas de urbanismo planificado, los denominados ensanches, cuyos mejores ejemplos fueron el de Barcelona (1860), diseñado por Cerdá, y el de Madrid (1861), planificado por Carlos Mª de Castro, y financiado en parte por el marqués de Salamanca. Otras ciudades como Zaragoza, Bilbao, San Sebastián o Valencia siguieron también desarrollaron sus propios ensanches imitando los anteriores. En definitiva, los ensanches impulsaron el negocio inmobiliario y demandaron gran cantidad de mano de obra que permitió absorber una parte de los inmigrantes procedentes del mundo rural.

La Revolución Industrial en la España del siglo XIX

La economía española del siglo XIX se caracterizó por un atraso y crecimiento lento con respecto a otros países europeos de nuestro entorno. Estancada hasta 1840, a partir de la 2ª mitad de siglo comenzó una lenta recuperación.

En todos los países avanzados de Europa, la Revolución Industrial requirió previamente una revolución agrícola, que en España no se produjo pues los excedentes de la agricultura eran insuficientes para garantizar un crecimiento elevado de la población, la demanda campesina de bienes industriales era muy reducida, y la transferencia de población de la agricultura a la industria fue insignificante.

España pretendió impulsar, como otros países europeos, la industrialización del país para transformar la vieja estructura económica, esencialmente agrícola, en otra nueva, basada en el desarrollo de la industria y el comercio. Pero el resultado final quedó lejos de lo que se pretendía.

La industrialización española fue tardía e incompleta y hasta mediados del XIX era artesanal y local. El despegue comenzó en la Década Moderada, en los cincuenta tuvo un periodo de crisis (desamortizaciones y subida del algodón) y en el último cuarto de siglo inició la recuperación, hasta 1898.

Hacia 1839 la industria textil catalana era el único sector que había iniciado la industrialización, gracias al proteccionismo e innovaciones tecnológicas (máquinas de hilar, telares mecánicos a vapor…). La Ley de Relaciones Comerciales con las Antillas (1822) le favoreció; el Desastre del 98 la frenó hasta 1906.

La industria siderúrgica inició su desarrollo en Málaga (1830-1850) para, a mediados de siglo, comenzar su desarrollo en Asturias (La Felguera;). En 1880 se desplazó a Vizcaya, donde aparecieron dos empresas: Altos Hornos de Vizcaya y de Bilbao (fusionadas en 1902), que se convirtieron en las principales productoras de acero en España.

Otras industrias que se comenzaron a desarrollar durante este período fueron la agroalimentaria, la química, la papelera y la minera. Esta última se desarrolló notablemente gracias a la Ley de Minas de 1868, que liberalizó el sector. A partir de 1870 creció enormemente con el desarrollo de las minas de La Carolina, Riotinto, La Unión o Almadén.

Sin embargo, un sector deficiente fue el de la energía.

Con la Revolución industrial el carbón se empleó masivamente, pero el español era escaso, de mala calidad y caro. El desarrollo de nuevas fuentes de energía como el petróleo y la electricidad tuvo escaso impacto sobre la economía española, pues éstas fueron explotadas por sociedades extranjeras.

La ausencia de un mercado nacional y la escasez de capitales españoles provocaron que, en el ámbito industrial, el capital invertido fuera principalmente extranjero. Así mismo, la actividad industrial quedó localizada principalmente en Cataluña y el País Vasco y en términos generales fue poco competitiva, lo que obligó a las autoridades españolas a practicar políticas proteccionistas.

El sistema de comunicaciones: el ferrocarril

La modernización de los transportes y las comunicaciones fue necesaria para impulsar la economía española.

El desarrollo del ferrocarril se produjo durante el Bienio Progresista, a la par que la modernización de correos y telégrafos, con la aprobación de la Ley General de Ferrocarriles de 1855, de la Desamortización de Madoz y de la Ley de Bancos y Sociedades de Crédito. Esto posibilitó la entrada de capital extranjero.

Su construcción alcanzó su máximo desarrollo entre 1855 y 1864, a partir de una red radial en torno a Madrid con un ancho de vía mayor que el europeo, por que se creía que las máquinas debían ser más potentes para salvar la difícil orografía española. Este diferente ancho de vía dificultó las comunicaciones ferroviarias con Europa.

La construcción del ferrocarril se hizo con capital público y privado, sobre todo francés, y el Estado subvencionó su construcción con la condición de que las líneas férreas construidas pasaran a ser propiedad estatal transcurridos 99 años. Como consecuencia de las condiciones impuestas, las empresas utilizaron materiales de baja calidad que continuamente debían ser reparados, por lo que apenas se obtuvieron beneficios. Así mismo, la industria española no se benefició de la construcción del ferrocarril, ya que gran parte del material fue comprado a empresas belgas, francesas e inglesas.

Proteccionismo y librecambismo

En el comercio interior, hasta mediados de siglo, tuvo que hacer frente a los obstáculos geográficos y las trabas legales (gremios, portazgos, pontazgos y peajes). La eliminación de éstas y la mejora de los transportes facilitó la unificación del mercado nacional.

El comercio exterior, a pesar de la pérdida de las colonias de ultramar, aumentó; sin embargo, la balanza comercial fue deficitaria (se exportaban principalmente materias primas y productos semielaborados y se importaban productos industriales).

Frente a la primacía industrial británica, los países europeos trataron de proteger sus nacientes industrias. España practicó una política proteccionista que favoreció a los fabricantes de algodón catalanes, los cerealistas castellanos y a los industriales siderúrgicos vascos. Pero los defensores del librecambismo querían reducir la intervención del Estado, dejando al mercado libre. España pasó de un alto grado de proteccionismo, con la aprobación del Arancel de 1826 a una política relativamente librecambista con la aplicación del Arancel Figuerola de 1869, volviendo al proteccionismo durante la Restauración.

La aparición de la banca moderna

El sector financiero jugó un papel básico en la industrialización y la economía. Sin embargo, hasta 1868 circularon distintas monedas que dificultaban el comercio. Ese año se instauró la peseta como moneda oficial, lográndose así la unidad monetaria del país.

Con Fernando VII se creó el Banco de San Fernando (1829) y la Bolsa de Madrid (1831). La Ley de Bancos y Sociedades de Crédito (1856) permitió la modernización del sistema bancario. En 1856 se creó el Banco de España y otras entidades como el Banco de Santander (1857), Banco de Bilbao (1857) y Banco Hipotecario (1872).

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