Evolución de la Democracia Representativa y el Estado Moderno

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El Gobierno Representativo y el Estado Moderno

La democracia representativa fue construida sobre la unidad política paradigmática de la modernidad: el Estado-nación, que redefinió las instituciones políticas de la Edad Media para adaptarlas a las nuevas condiciones sociales y políticas. Operó de nuevo bajo dos de los principios de la tradición republicana: la primacía de la ley y la limitación del poder. La modernidad política desbarató el principio de legitimidad de la Edad Media y lo sustituyó por el principio del consentimiento individual. Todas estas circunstancias y desarrollos prepararon el renacimiento de la democracia en la modernidad.

Siguiendo a Sartori, entre la democracia antigua y la democracia moderna solo hay homonimia pero no homología. No hay nada en común entre la democracia de los antiguos y la democracia de los modernos. Sí compartirían unas cuantas palabras que aparecen en ambos vocabularios, pero no su significado. Los primeros defensores y publicistas de la democracia representativa celebraron las virtudes republicanas de la misma frente a los vicios de las democracias puras de la antigüedad. Estaban ligadas al hecho novedoso de que las condiciones del Estado moderno constituían un regalo inesperado de la fortuna. Las condiciones de las nuevas repúblicas hacían necesario que la participación de los ciudadanos en el gobierno fuera indirecta. La distancia entre gobernantes y gobernados se contempló como una fuente de la que brotaban innumerables ventajas. La democracia representativa era ejercicio delegado de la soberanía popular, orientado hacia un presunto bien común. La legitimidad popular y el bien común quedaban salvaguardados como nunca hasta entonces. Este cuadro idílico quedó truncado. La legitimidad como consentimiento había desencadenado la lógica de la igualdad política.

El camino que había abierto la burguesía en busca de un arreglo político dejó expedito un sendero que otros nuevos sujetos políticos colectivos quisieron recorrer. Las masas se reconocieron como ese pueblo soberano de la mítica fundacional del Estado liberal, y la democracia liberal no pudo resistirse a la realización de sus propias promesas. La ampliación del sufragio bajo la presión de los movimientos sociales abrió la compuerta a la democracia de masas y a la política como mercado. La política se convirtió en competición por el voto.

Schumpeter quiso poner otro orden ante tanta mudanza y confinó los ideales normativos de la democracia representativa en una implausible y agotada doctrina clásica de la democracia. Sostenía que el pueblo gobernaba, que era el soberano y que realizaba el bien común en su acción de gobierno. Muchos teóricos y filósofos se negaron a enterrar el concepto clásico de democracia. Otros reintrodujeron el debate en términos científicos y sociológicos. Fue el desarrollo mismo y de la metodología schumpeteriana en el análisis de las democracias lo que coadyuvó a un refinamiento de la teoría clásica de la representación. La democracia es el gobierno de los políticos, pero también del pueblo. Muchos científicos políticos afirman que la democracia es también un mecanismo para traducir votos en escaños en el parlamento. Así, las elecciones son la institución de la democracia representativa porque encarnan el mecanismo que traduce un modelo de democracia en el otro. Y hay algunas razones que avalan la ampliación del concepto de representación política en el horizonte post-Schumpeteriano. Los partidos políticos se hacen cargo de la fragmentación existente en las sociedades políticas apelando a estas distintas identidades. La representación exige que el balance de partes tenga reflejo en los representantes políticos. La democracia schumpeteriana es un procedimiento y una competición entre partidos políticos.

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