Eutanasia, Sufrimiento y la Humanización del Cuidado Médico al Final de la Vida

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Tipos de Eutanasia y el Rol del Profesional de la Salud

Eutanasia Pasiva

Se deja de tratar una complicación, por ejemplo, una bronconeumonía, o de alimentar por vía parenteral u otra al enfermo, con lo cual se precipita el término de la vida; es una muerte por omisión. De acuerdo con Pérez Varela, la eutanasia pasiva puede revestir dos formas: la abstención terapéutica y la suspensión terapéutica. En el primer caso, no se inicia el tratamiento y en el segundo se suspende el ya iniciado, ya que se considera que más que prolongar el vivir, prolonga el morir. Debe resaltarse que en este tipo de eutanasia no se abandona en ningún momento al enfermo.

Eutanasia Indirecta

Consiste en efectuar procedimientos terapéuticos que tienen como efecto secundario la muerte, por ejemplo, la sobredosis de analgésicos, como es el caso de la morfina para calmar los dolores, cuyo efecto agregado, como se sabe, es la disminución de la conciencia y casi siempre una abreviación de la vida. Aquí la intención, sin duda, no es acortar la vida sino aliviar el sufrimiento, y lo otro es una consecuencia no deseada. Entra así en lo que desde Tomás de Aquino se llama un problema de doble efecto, en este caso aceptando voluntariamente pero no buscando que se vea adelantada la muerte del paciente.

El Médico y el Sufrimiento en la Atención Terminal

  • La atención médica debe volver a ser personal, íntima, informada e individualizada, como primera medida contra el sufrimiento de los pacientes terminales. La labor del clínico debería incluir detectar el sufrimiento, ponerle un nombre y validar la necesidad de actuar para mitigarlo siempre que sea posible, mucho más si nuestra práctica profesional nos pone en contacto directo con la muerte de nuestros pacientes. Sin embargo, día tras día vemos que los estudiantes de Medicina desarrollan rápidamente destrezas tecnológicas para enfrentar virtualmente cualquier crisis que el paciente pueda presentar; pero para su propia supervivencia emocional, aprenden a ignorar o a minimizar las señales de sufrimiento personal de sus pacientes.
  • ¿Por qué? Porque enfrentar el dolor emocional de un paciente, las implicaciones de su próxima muerte en su ámbito familiar, explorar el significado o la carencia de significado que la vida actual y el futuro le deparan a ese paciente en particular, nos expone a tener que admitir nuestros propios temores, vulnerabilidad y limitaciones, a veces no reconocidos por nosotros mismos. Sentimos muchas veces que para defender nuestro rol de omnipotencia, debemos ocultar cualquier manifestación de compasión, de sensibilidad, de tristeza por la situación de ese ser humano, nuestro paciente. La bata blanca puede representar un símbolo de distancia y a la vez una armadura emocional que delimita nuestro contacto con el paciente a la mera atención sintomática.
  • Pero nuestra labor en pro de una muerte digna, de procurar a nuestros pacientes una buena calidad de muerte, se ve entorpecida por tales actitudes que expresan una distancia y una anestesia emocional hacia el sufrimiento que la mayoría de las veces no es real. Es tan solo un mecanismo de defensa.
  • Para reconocer el sufrimiento del otro no se requieren grandes habilidades ni esfuerzos intelectuales. Se requiere que la empatía, o sea la capacidad de ponerse en el lugar del otro, no esté empañada por nuestros temores. Porque afrontar con el otro su sufrimiento exige de nuestra parte, como lo mencioné antes, entender nuestra propia condición de humanos susceptibles de sufrir. Así, es posible que mi intolerancia ante el llanto, la tristeza o el desasosiego de mi paciente o de sus familiares provenga de mi propia intolerancia e inaceptación de mis partes tristes. Esa intolerancia me lleva a medicar al paciente con antidepresivos o sedantes en lugar de generar una respuesta emocional de cercanía e interés por conocer y compartir su mal momento.

Resulta preocupante para muchos que, al haber más vidas prolongadas, haya más sufrimiento que nunca antes en un contexto de atención médica deshumanizada, en el cual ni médicos ni enfermeras disponen de tiempo para escuchar, ni poseen espacios de soporte emocional para validar las reacciones que como humanos nos suscita la muerte de nuestros pacientes.

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