Ética y Política en el Pensamiento de Agustín de Hipona: Pecado Original y las Dos Ciudades

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… pero ha pecado. (Ética de Agustín de Hipona)

Dios conoce cómo va a desarrollarse la historia universal y cuál va a ser nuestro destino individual, eso no pone en cuestión la libertad que otorgó al ser humano cuando lo creó. La libertad humana es necesaria para alcanzar el bien. En nuestra conciencia están inscritos los principios de la Ley Natural que aconsejan cómo debemos actuar. Pero, los primeros seres humanos utilizaron mal la libertad que Dios les concedió y no escucharon a Dios a través de su conciencia. Pecaron y nada volvió a ser igual.

Su consideración del ser humano no sería pesimista si no fuera por el pecado original que cometieron nuestros padres (Adán y Eva) que pasa como un testigo de generación en generación. Desde entonces el cuerpo desvía al alma de su deseo de alcanzar a Dios y lo conduce hacia sí mismo. El ser humano inclinado hacia los apetitos concupiscentes del cuerpo está incapacitado para ejercer adecuadamente su libertad, y está condenado a actuar mal a no ser que venga en su ayuda la gracia y el auxilio divinos con el fin de redimirle.

Las dos ciudades. Política

En el 410 d.C. Alarico saqueó Roma. Este acontecimiento supuso un duro golpe moral para los ciudadanos romanos del Imperio. Algunos echaron la culpa de este desastre a los cristianos. Con el propósito de defenderse, Agustín escribió un tratado llamado la Ciudad de Dios. En la primera parte contesta a los paganos que han insinuado que los cristianos son los culpables de la decadencia del Imperio. Los dioses paganos no han impedido nunca que los habitantes del imperio sufrieran toda clase de desgracias. En la segunda parte, Agustín se propone representar, nada más y nada menos, la historia de la humanidad como una lucha constante y dramática entre la ciudad de Dios y la ciudad terrestre. De modo que este libro se convirtió en el primer tratado de filosofía política de la historia del pensamiento y su influencia va a ser enorme en la Edad Media.

La historia de la humanidad es la historia de las dos ciudades. Los habitantes de la primera prefieren amar a Dios por encima de todo; esta ciudad simbólica es representada en la tierra por la Iglesia; y conviven junto a los habitantes de la ciudad terrestre, donde triunfa el amor sui por encima del amor Dei, que es simbólicamente representada por la antigua Babilonia o la propia ciudad de Roma. Esta lucha que se libra en el escenario de la historia y en el interior del ser humano entre el amor ordenado hacia Dios y el amor concupiscente dirigido hacia la satisfacción de uno mismo no puede acabar de otra manera que con el triunfo de Dios. Este ha planeado, porque uno de sus atributos es la providencia, que después de la primera caída de los seres humanos por culpa del pecado, estos fueran redimidos por la primera venida de Cristo, y al final de los tiempos, la segunda venida será la culminación de la victoria de la Ciudad de Dios y de quiénes le aman sobre los demás. El juicio final pondrá a cada uno en su sitio en función de si han pertenecido a una ciudad u otra. Mientras tanto las dos ciudades se afanan por alcanzar una paz, que en el caso de la ciudad terrestre es temporal y no perdura pues se basa en un orden que es la aplicación de una justicia imperfecta; la verdadera paz sólo se alcanza en la Ciudad de Dios donde reina la ley y la justicia eternas. Este es el modelo al que debe parecerse cualquier Estado histórico.

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