Ética y Filosofía: Corrientes Filosóficas y su Impacto en la Moral
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Ética y Filosofía: Corrientes Filosóficas y su Impacto en la Moral
Eudemonismo
Para Aristóteles (384-322 a. C.) la finalidad de la vida es conseguir la felicidad, la cual no consiste en lograr dinero, placeres o éxito social, sino en dedicarse a la actividad más propia del ser humano: la reflexión teórica, la actividad intelectual, el conocimiento haciendo uso de la razón. La felicidad se basta por sí misma, aunque el éxito, el bien obrar y los bienes exteriores ayudan. La felicidad, además, no es para la persona solitaria sino para quien se relaciona con las demás, porque el ser humano es "por naturaleza un ser político", un ciudadano. En este camino hacia la felicidad pueden interponerse las pasiones, por lo que estas han de ser encauzadas por la virtud. La virtud requiere de la voluntad y de que se actúe a sabiendas; por una decisión consciente y desde una disposición firme e inquebrantable. Por esta razón, la virtud se adquiere por el ejercicio y el hábito: para que una persona sea justa es necesario que practique la justicia. También señala que la virtud consiste en un término medio, un equilibrio entre dos extremos igualmente viciosos, el cual se establece de acuerdo con las circunstancias de cada uno. En cada caso, la persona sensata sabrá escoger cuál es el justo medio.
Hedonismo
Epicuro (341-270 a. C.) sostiene que la realidad es material. Las cosas están compuestas de «átomos», incluso el alma, que se desintegran con la muerte, con la que se acaba todo y a la que no tiene sentido temer. No cabe una actitud fatalista o temer al destino, pues no existe nada fuera del ser humano que dirija su vida. Los dioses, si existen, disfrutan de su felicidad, inmortales y satisfechos, ajenos a la marcha del mundo. Si se libera la persona de estos temores (dolor, muerte, dioses, destino) puede alcanzar el equilibrio interior (la ataraxia) y disfrutar de la felicidad mediante el placer. De ahí la denominación de «hedonismo» que recibe su doctrina (del griego 'hedoné', placer). Pero no se entienda esto como una búsqueda desenfrenada de placeres. Existen, es cierto, muchos y no todos son buenos, y se hace preciso elegir: es necesario preferir los duraderos y estables -los que contribuyen a la paz del alma- a los fugaces y pasajeros con el fin de alcanzar el equilibrio y la paz consigo mismo. Por último, la felicidad del ser humano está en la vida retirada, libre de falsos temores, donde la persona, rodeada de sus seres allegados, se dedica a la salud del cuerpo y a la paz del alma. Epicuro destaca también la amistad como fuente de placer y consuelo y considera los placeres del cuerpo como secundarios.
Formalismo kantiano
Para Kant (1724-1804) las leyes o normas morales deben surgir de la propia razón del individuo y no provenir del exterior. Para él, un comportamiento es moral cuando se actúa motivado por una buena voluntad y por el cumplimiento del deber, y no tanto buscando unos fines concretos. Lo importante es actuar en conciencia y estar seguro de que nuestro comportamiento es tan bueno que nos gustaría que sirviera de modelo para el resto de la humanidad. De ahí que la norma kantiana diga: "Actúa de tal manera que tu acción pueda convertirse en norma universal", "No utilices a los demás como medios para obtener algo a cambio sino como fines en sí mismos". Este es el imperativo categórico y es el que defiende Kant, frente al hipotético de la mayoría que se deja llevar por el interés.
Emotivismo
Hume (1711-1776) afirmaba que los juicios morales provienen del sentimiento de acuerdo o rechazo que provocan las acciones de los demás, no de nuestra razón. Los juicios morales provocan en nosotros agrado o desagrado: el bien es lo que nos gusta y el mal lo que no nos gusta. Por ejemplo, «querer a los demás» o «respetar las propiedades» son normas morales que se justifican porque provocan un sentimiento de aceptación. En cambio, «matar sin motivo» o «estafar» son acciones que provocan sentimientos o emociones de rechazo y, por lo tanto, no son moralmente aceptables.
Utilitarismo
Es una teoría ética que afirma que los seres humanos actúan principalmente para buscar la felicidad. Una acción será buena si lleva a la felicidad o al bienestar al mayor número de personas, es decir, a un colectivo y no a un solo individuo. Para ellos, «es bueno lo que es útil para la mayoría de las personas». John Stuart Mill insistía en que, para hacer un cálculo adecuado de la utilidad, no solo hay que considerar la suma de placeres y dolores que producen nuestras acciones (cantidad), sino que también hay que tener en cuenta el tipo de placer que está implicado en cada caso (calidad). Los placeres mentales o espirituales son los que nos elevan a una vida plenamente humana.
Existencialismo
Jean Paul Sartre (1905-1980) cree que los seres humanos se van creando a sí mismos en función de sus actos. Las acciones que realizamos nos van definiendo y estas acciones son fruto de la libertad, pues siempre estamos condenados a elegir, incluso en situaciones extremas. En sus decisiones implica a los demás, por tanto, ha de ser enteramente responsable de todos sus actos; esto quiere decir que en sus equivocaciones no puede utilizar excusas de ningún tipo para protegerse de sus errores. Si así lo hiciera, sería una persona de mala fe. Esta responsabilidad absoluta que le hace ser cuidadoso con sus actos genera angustia, pues sabe que siempre está implicando a los demás. Por otro lado, si no hay un más allá (Sartre es ateo), es preciso hacer más humano nuestro breve existir, y ésta es una empresa de todos y todas: los demás son a la vez nuestra salvación y nuestro castigo, nuestra salvación como compañeros de lucha, nuestro castigo como incomunicación.
Velo de ignorancia
Todas las personas poseen sesgos creados desde sus propias circunstancias y que les lleva a dictar lo que es justo a partir de sus prejuicios y condiciones de vida. John Rawls (1921-2002) nos dice que si hubiéramos ignorado qué tipo de vida íbamos a llevar, concebiríamos un sistema social más justo. Por eso propone la hipótesis de la "posición original" donde las personas desconocen cuál será en el futuro su posición social, sus circunstancias y capacidades. En esta situación, las personas estarían bajo "el velo de la ignorancia" y en este desconocimiento de las circunstancias podríamos pensar de manera más objetiva sobre lo que es la justicia y cómo se puede aplicar. A este velo de la ignorancia se asocian el principio de la libertad y el principio de la diferencia. De acuerdo al principio de la libertad, se debería asegurar que todas las personas disfruten de la máxima libertad posible siempre y cuando esta no afecte a la de los demás y, por el principio de la diferencia, debería garantizarse que todas las personas dispongan de las mejores oportunidades para prosperar. Esto significa que debería legislarse en beneficio de las personas más vulnerables, dado que no sabríamos si nos tocaría estar en una situación de máxima precariedad por carecer de recursos o capacidades. Según Rawls, analizar los asuntos sociales desde la perspectiva del velo de la ignorancia y aplicar estos principios nos ayudaría a adoptar decisiones más equitativas. La equidad, cree Rawls, es la esencia de la justicia.